Borja Rojas. 20 de marzo. Desde las llanuras del desierto de Almería a las casas ajardinadas de la América profunda, Clint Eastwood ha recorrido una infinidad de localizaciones como actor. Con `Gran Torino’ dice despedirse de su profesión originaria para seguir dirigiendo bajo el sello de Malpaso. Este tipo de afirmaciones no suelen cumplirse. No en vano, Eastwood tiene una oferta para interpretar Mark Twain antes de dirigir a su amigo y colega Morgan Freeman en un Biopic sobre la vida Nelson Mandela.
En ‘Gran Torino’ Clint interpreta a un polaco jubilado que acaba de perder a su esposa. Walt Kowalsky, un antiguo trabajador del sector del automóvil, sufre el abandono de su viejo barrio ahora invadido por los chinos. Pero una familia de inmigrantes asiáticos, sus nuevos vecinos, le hacen cambiar de parecer. Así lo que un principio es indiferencia y repudio acaba convirtiéndose en convivencia. Sobre todo con el joven Tao al que deja conducir su coche, un Gran Torino. Tras la agresión a su hermana Walt decide enfrentarse a las bandas que infectan su vecindario.
La sencillez es el emblema de esta película de vocación menor pero de gran espíritu. Un guión inteligente, mezcla de diálogos cómicos y momentos trágicos, unido a la experiencia de Eastwood tras la cámara, hacen de ‘Gran Torino’ una película redonda que levanta al público de sus asientos.
A lo largo del filme, el viejo vaquero vuelve a tratar temas trascendentes de la vida: El perdón, la redención, la venganza, el dolor por una perdida… y, de paso, da una lección a los dueños de la cinematografía española, brazos rotos que se empeñan en tratar temas banales disfrazados tras cuerpos atractivos en algunos casos. Así les va.
La fotografía, caracteriza por sus juegos con luces y sombras, también acompaña a esta historia ayudando al espectador a digerirla y añadiendo un punto más de atracción.
Finalmente, Eastwood ha demostrado que el perdón existe. Curioso caso para un director que comenzó su carrera con una de las mejores películas de la historia, ‘Sin perdón’.