Edith Stein en su LXXX aniversario
Domingo Martínez . A mediados de mes hemos conmemorado el LXXX aniversario de la muerte de Edith Stein, una mujer singular en su personalidad y biografía, pero sobre la que, lamentablemente, pesan algunos estereotipos que se suelen acuñar a las mujeres excepcionales, más aún si son santas. Si bien contó con una exquisita formación, fue también una joven sencilla que jugaba al tenis, remaba en los lagos de su natal Breslau y disfrutaba sentándose bajo un manzano para sumergirse en la lectura mientras contemplaba el cielo y las montañas. Es cierto que cursó una inigualable carrera como filósofa, pero también que su meta no era sentarse en una cátedra, sino acercarse a la verdad del hombre y del mundo. Por eso, más que su trayectoria universitaria, resulta admirable que sorteara la trampa del egocentrismo en la que tropiezan tantos académicos. Es lo que tiene ser libre.
Recordándola y leyéndola me ha dado por imaginar lo que pensaría sobre el feminismo gubernamental -que saca pecho este verano con campañas torpes y zafias- pues se ocupó mucho (y bien) de la mujer: en su juventud, con buenas intenciones y algún tropiezo (se afilió al Partido Democrático Alemán e ingresó en la Asociación Prusiana para promover el necesario voto femenino, pero también “compró” algún eslogan que luego rechazó); en su madurez, con verdadera lucidez, asumiendo que el camino era el humanismo, no el feminismo.