Editorial: Cuando la pena nos alcanza por un compatriota caído
Quieren amedrentarnos, quieren hundirnos, quieren empañar nuestra vista con lágrimas. Pero Juan Pablo II nos inunda, nos desborda: "No tengáis miedo", fue su mejor legado. En el miedo es donde está el peligro. El miedo atenaza, el miedo paraliza. El miedo hace huir, sin meta, sin camino, extraviados por los nervios. El miedo conduce por caminos torcidos.
Dos compatriotas han caído. No nos dejemos abatir por el desánimo. No sintamos agobio ni nos dejemos llevar por la impotencia en medio de la tormenta.
No nos dejemos amedrentar por el futuro, por lo que vendrá. Miremos al pasado para recuperar la paz.
Vencimos y venceremos. Porque España es una barca que ha surcado muchos mares embravecidos. Oleaje de moros, marejada de franceses, viento racheado liberal, rayos marxistas, truenos separatistas, vendavales socialistas. Como aquella barca en la que viajaba Jesús con sus discípulos, dormido en la proa, mientras las olas, en medio de un fuerte huracán, rompían contra la embarcación hasta casi llenarla de agua. Es necesario recordar aquella voz que se alzó en medio de la tormenta, increpando al viento que inmediatamente cesó y llegó una gran calma.
Para España, cuando más abatida se encontraba, ha llegado siempre la salvación. ¡Tantas veces pareció que la barca se hundía sin remedio! Pero siempre ha surgido ese grito contra la tormenta. Siempre ha vuelto a aparecer el genio de España, con la misma fuerza con que antaño aparecían los jueces y los profetas en el antiguo Israel. Siempre hemos salido de la tempestad con más vigor del que teníamos antes de entrar en ella.
En estos momentos en los que la pena nos alcanza por nuestros compatriotas caídos, busquemos en la fe la esperanza, con la certeza de que ellos ya han visto la luz. Tranquilos, confiados. Sin que el pánico nos impida escuchar al guía que nos indica el camino a seguir.
Descansen en paz.