Disparate judicial
Lo fácil sería hoy publicar una catarata de adjetivos que expresasen el asco que produce un caso como el del tal “Nanysex”. Pero la sentencia que obliga a este individuo a pasar 20 años de su vida en la cárcel (de los 58 que ha recibido de condena) tiene los suficientes elementos mortificantes como para que no podamos permitirnos el lujo de quedarnos en una adjetivación florida. Hay que decir alto y claro que la sentencia es injusta porque es insuficiente.
Uno de los peores problemas que puede tener un sistema democrático es que la Justicia sea observada por los ciudadanos como una especie de tómbola en la que a uno le puede tocar el premio más gordo, o el peor, dependiendo de razones que tienen que ver, sobre todo, con el azar. Y en España, desgraciadamente, todas las encuestas que vienen realizándose en los últimos años indican que los ciudadanos no creen en la Justicia, no confían en los jueces y no esperan prácticamente nada de ellos. Cuestión que debería hacer reflexionar a los políticos bastante más que otros asuntos completamente banales.
Lo más delirante de la sentencia que nos ocupa es que a Nanysex se le absuelve del presunto delito de “agresión sexual” con el peregrino argumento de que el acusado no tuvo que ejercer violencia alguna sobre sus víctimas para conseguir sus vomitivos propósitos. En efecto, para poder abusar de un bebé o de un niño pequeño no es necesario ejercer violencia, basta con imponer la fuerza de un adulto sobre ellos. ¿Realmente puede un juez llegar a una conclusión así, y no ser capaz de comprender que se está equivocando?, ¿tan alejado está el entendimiento de la clase judicial con respecto al del resto de los mortales?
Porque al fin y el cabo, el fulano en cuestión se va a pasar veinte años a la sombra, y cuando salga es probable que haya perdido las ganas de seguir haciendo el cerdo con criaturas indefensas. Pero que una sentencia como ésta pueda dejar la duda de que un acto voluntario y consciente de un adulto contra la dignidad de un niño quizá no lleve aparejada necesariamente una dosis alta de violencia, es algo que pone los pelos de punta. Nos resulta francamente muy difícil de entender.
En el colmo del disparate, a uno de los padres de las víctimas de “Nanysex” se le deduce testimonio por haber intentado agredir al acusado durante el juicio oral. Dos cachetes parece que intentó propinarle. Una agresión inaceptable, según parece, al lado de las amables caricias que este sujeto fue repartiendo entre sus inocentes víctimas. De vergüenza. De vergüenza ajena. A este paso, las encuestas quizá reflejen confianza ciudadana en la Justicia para el año 3000.