Auténticamente revolucionario el mensaje de este Papa que se está ganando día a día, casi por minutos, no ya sólo el cariño de todos los católicos que hay en el mundo, sino la consideración de todo aquel que, al margen de sus creencias, quiere escuchar y desea adentrarse en la Verdad del hombre y en el misterio de la vida.
Benedicto XVI, en el segundo día de su visita apostólica a Francia (donde ha sido recibido como merece, y no como en España, donde nuestro Gobierno socialista casi se avergonzaba de su presencia aquí), se ha referido nada menos que al culto al dinero, y lo ha hecho para recordar que “la codicia insaciable es una idolatría” y que “el amor al dinero es la raíz de todos los males”. ¿Alguien más en el planeta, además de este venerable octogenario, se atrevería a decir una cosa parecida cuando no hay cosa que despierte más unánime coincidencia que el apego al vil metal?
El Papa llega con su mensaje al fondo de los corazones porque habla sin la menor soberbia. Esa es su gran diferencia, la prueba maestra de que está tocado por la Gracia de Dios. Sus palabras son claras, rotundas, y sin embargo ¡hay tanto amor al prójimo, tanta transparencia! Definitivamente, Benedicto XVI es hoy el único referente moral vivo en el que cualquier persona puede depositar toda su confianza, segura de que no la va a traicionar.
Las preguntas que se hace el Pontífice son las que deberíamos hacernos todos a diario: “¿El mundo contemporáneo no ha creado sus propios ídolos, apartando al hombre de su verdadero fin, de la felicidad de vivir eternamente con Dios? El dinero, la sed de tener, del poder e incluso del saber, ¿no han desviado al hombre de su verdadero fin?” Preguntas cargadas de intención, y sobre todo de valentía.
En su frase final, un recuerdo al mensaje que tanto se empeñó en difundir su antecesor, Juan Pablo II: “No tengáis miedo de dar vuestra vida a Cristo”. La felicidad no se consigue amasando fortunas ni pisando a nuestro hermano para llegar antes, o para trepar más alto. El Papa vuelve a estar ahí para recordarnos que Dios nos ha dado la vida para compartirla en paz y amor con los demás. Para seguirle, no es necesario un gran esfuerzo; basta con abrir los ojos y escuchar.
Domingo, 14 de Septiembre de 2008.