Editorial: "Elecciones anticipadas"
En las últimas horas se está empezando a considerar muy seriamente, en las tertulias de los medios audiovisuales y de los cafés, la posibilidad de que se convoquen elecciones como vía de escape para la sofocante y peligrosa crisis que sufre nuestro país. Más de cuatro millones de parados, un sórdido escenario de deflación por delante, la inmigración con porcentajes de desempleo de cerca del 30% y lo que es peor, una desorientación del actual Gobierno que mueve a la preocupación general. Un capitán sin brújula y unos marineros mancos que se marean en alta mar.
Pero la pregunta que hay que hacerse, una vez que todos estamos de acuerdo en que la actual situación es caótica y cercana al desgobierno, es si una convocatoria electoral serviría para solucionar los problemas más graves. En primer lugar, es muy posible que, en caso de convocarse elecciones, Zapatero volviese a salir elegido con mayoría, como indican casi todos los sondeos. En segundo lugar, y contemplando la hipótesis de una victoria del PP en las urnas, ¿podría gobernar con una mayoría simple?, ¿en qué partidos se apoyaría el partido de Rajoy en caso de necesitar los votos de otros grupos del Congreso?
Más preguntas aún: es evidente que Zapatero desconoce completamente cuáles son las medidas que se deben adoptar para ir solucionando los problemas de la economía, pero ¿las sabe Rajoy? Hace unos días contemplábamos la fotografía de Aznar con los miembros de su primer gobierno, y resulta indudable que aquel Ejecutivo era, desde el punto de vista de la gestión, infinitamente mejor que el que padecemos ahora. Aún así, ¿tiene hoy Rajoy un equipo económico capaz de intervenir con urgencia para salvar a este moribundo que es España?
Porque a veces podemos tener la idea equivocada de que las elecciones lo solucionan y lo "purifican" todo, y realmente no es así. Los problemas reales exigen soluciones concretas, toma de decisiones acertadas, criterio experto y determinación a la hora de ejecutar aquello que se debe hacer, aunque pueda perjudicarse a una parte de la población. El objetivo es, como siempre en política, el Bien Común, y si para conseguirlo es necesario tomar decisiones un tanto ingratas, hágase. Se han acabado los tiempos de la oratoria vacía y las palabras huecas.
Por lo demás, no sería mala idea que cada ciudadano de este país hiciera una mínima reflexión acerca de cuál es su actitud personal ante la crisis, qué decisiones ha tomado, en el ámbito privado, para ayudar a que este país remonte la dramática situación en que se encuentra. Estamos mal acostumbrados, creemos que el Estado nos tiene que sacar de todos los problemas, y no comprendemos que el Estado, en buena medida, somos nosotros mismos. Ojala sirva este momento crucial de nuestra historia para corregir algunos feos vicios adquiridos durante decenios.
Lunes, 27 de abril de 2009.