Editorial: "Fútbol no es fútbol"
Por una simple cuestión de solidaridad profesional queremos ponernos en la piel de Javier Reyes en aquellos momentos; ponernos en la piel de un profesional de “la casa”, habituado sin duda al tratamiento que se da desde la misma a otro tipo de imágenes polémicas tales como los momentos de la Comunión en bodas y bautizos reales, en las que los planos de los frescos de las catedrales o de los miles de asistentes vociferantes en las inmediaciones del templo evitan conocer, salvo a los que allí están presentes, cuántos miembros de nuestra católica familia real reciben la comunión. Tal vez acordándose de aquellos eventos sociales, Reyes pensase que si le evitaba a los españoles el bochorno de ver cómo unos cuantos miles de aficionados ponían en ridículo a los monarcas que aguantaban la sonrisa, al Gobierno por consentir sin despeinarse pancartas antiespañolas reclamando la independencia y a los televidentes, intrigados por saber en qué paraba la amenaza del independentismo y el guante lanzado por el secesionismo, tendría recompensa o, al menos, una palmadita en el hombro reconociendo su gesto heroico. El problema es que la lamentable actuación de todos los presentes en el campo y de los que tenían algún poder de decisión sobre el asunto no había manera de ocultarla por más que se enfocase la luna de Valencia hasta el pitido final.
Lo peor de todo es que a los españoles, al final del partido, se nos ha metido en la cabeza la idea de que, por primera vez desde que la Copa del Rey es la Copa del Rey, no había un perdedor en el terreno de juego. Por primera vez pensamos que la Copa del Rey la había perdido en realidad España. Y todavía nos estamos tentando las ropas para saber cómo ha pasado, cómo la fiesta del fútbol se convirtió en aquelarre político y, el minuto que Reyes nos birló, en el acto más ignominioso perpetrado contra España en sus símbolos: la Corona, el Himno y la Bandera