La excarcelación de De Juana no debería analizarse desde la ofuscación que, como es normal, produce todo hecho injusto. Tampoco desde la angustia que provoca ver a las familias de sus víctimas rotas de llanto y dolor al sentir cómo una decisión tan desafortunada deja libre a quien mató por el simple afán de causar el mal. La libertad de De Juana, si puede servir para algo, es para que la sociedad tome conciencia del estado en que se encuentra esta España de nuestros dolores.
En efecto, como se está diciendo estos días, lo peor de todo es su sonrisa cínica a través de cristal del coche que le condujo hacia la libertad. Una sonrisa que quiere decir: “Sé lo que pensáis de mí, pero os he ganado”. Porque matar a 25 personas y pasar encerrado solamente 21 años, indudablemente es una victoria. Una victoria del mal sobre el bien, del terror sobre la democracia, del chantaje sobre la justicia.
El hecho debe hacernos reflexionar sobre las imperfecciones de un sistema que parece garantizar las libertades y derechos públicos, pero que en la práctica nos demuestra que casi siempre beneficia a los mismos: a los que viven en el límite con el delito, o plácidamente instalados en él. Lo grave no es que la Justicia cometa errores, sino que no tiene propósito de enmienda. Y que da la sensación de que la mayoría de los ciudadanos está tan acostumbrada a ello que ya ha decidido no protestar.
De Juana Chaos salió de la cárcel para disfrutar de una vida que él, personalmente, ha arrebatado a 25 seres humanos. Si tuviera alma, tendría que ser insoportable pararse a pensarlo. Casi a la misma hora en que salió por la puerta de la prisión de Aranjuez, él se llevó por delante hace años a cinco guardias civiles que hoy tendrían que estar cuidando a sus hijos y a sus mujeres, montando negocios, respirando cada mañana y soñando despiertos. Porque sólo Dios tiene derecho a poner un punto y seguido en nuestra existencia.
Y a partir de ahora, ¿qué?, ¿seguirán las leyes permitiendo que los asesinos se sigan riendo de las personas decentes?, ¿continuará la clase política tan muda e inmóvil como hasta ahora?, ¿tendremos que continuar pagando impuestos para, entre otras cosas, alimentar de manera indirecta el entramado cultural y financiero que engorda la serpiente? Sólo la ciudadanía puede conseguir que las cosas empiecen a cambiar. De momento, es evidente, los malos siguen ganando la batalla.
Lunes, 4 de Agosto de 2008.