Editorial: "Matando a tu hija"
Eluana Englaro es una joven italiana que sufrió un accidente hace 17 años, quedando en estado vegetativo. Su corazón late con normalidad, y respira por sí sola, pero necesita que la den de comer y de beber para poder vivir, cosa habitual en muchos humanos. Su padre, en cambio, lleva tiempo queriendo deshacerse de ella, porque considera que “su hija murió el día que sufrió el accidente”. Curiosa forma de amor paternal, desde luego.
Como
Llama poderosamente la atención que, frente al discurso inmoral y egoísta de los padres de la joven, locos por darle pasaporte a aquella a quien un día dieron la vida (por Gracia de Dios), las monjas de
¡Qué mundo hemos construido!, ¡qué continua aberración! Aquí, o produces y consumes, o te dejan listo de papeles enseguida, empezando ¡por los propios padres! Y aún tienen la poca vergüenza de apelar a una “muerte digna” y a una “ausencia de sufrimiento”, cuando en ningún caso se está prolongando artificialmente la vida humana, sino sencillamente ayudando a mantenerla, que es la obligación de todo bien nacido. Lo que ocurre es que no abundan, según se ve, los bien nacidos.
La eutanasia, como el aborto, son los dos dramas humanos que nos ponen ante la evidencia de la sociedad corrupta y decadente en la que la mayoría de la gente se siente satisfecha: un mundo lleno de objetos inservibles en el que la vida de un topo o de una planta exótica merece más consideración que un embrión humano o una chica con el cuerpo paralizado por un accidente. A esto nos ha llevado el ateísmo irracional.
Miércoles, 17 de diciembre de 2008.