Sentido de la responsabilidad
Hasta cierto punto, es lógico que a la mayoría de los ciudadanos españoles le preocupe, sobre todo, la crisis económica que atenaza la capacidad adquisitiva de los hogares y que dibuja negros nubarrones a corto y medio plazo. La suspensión de pagos de Martinsa-Fadesa ha dejado al descubierto, además, las “amistades peligrosas” que siempre surgen entre el poder político y el empresarial, con un transfondo que huele francamente mal, a chamusquina como poco.
Pero con ser grave y preocupante, la crisis pasará tarde o temprano, los precios se atenuarán, los tipos bajarán ligeramente y todo irá recuperando poco a poco la normalidad. Bien es cierto que, con un Gobierno socialista al frente del país, es fácil imaginar que los plazos puedan alargarse más de lo que sería normal. Lo que no tendrá arreglo, lo que puede convertirse en un aquelarre jurídico de incalculables consecuencias, lo que, en resumen, puede cambiar la fisonomía política, social y cultural de España es el referendum que Ibarreche sigue empeñado en llevar a cabo el próximo 25 de octubre.
Ayer fue el día de los reproches y la altanería, de la soberbia de los políticos que es siempre chusca y patética. La hipocresía de quienes se insultan porque les conviene para luego darse poco menos que besos de amor, también porque les conviene. PSOE y PP han pretendido dar la imagen de que se responde al desafío separatista del lendakari con sendos recursos de inconstitucionalidad que, sin embargo, no son suficientes para tranquilizar a la opinión pública. Es necesaria otra estrategia política.
No es admisible que un presidente de una comunidad autónoma se atreva a plantear ese tipo de amenazas a nuestra convivencia. La respuesta no ha de ser solamente jurídica, es preciso acometer respuestas políticas. El PSOE y el PP deben abandonar su estúpida trifulca diaria, tan ridícula como improductiva, y trabajar por los españoles en serio y con rigor. Ambos partidos están moralmente obligados a dejar ya sus juegos infantiles de palabrería barata y analizar lo que está pasando en este país, y después tomar medidas.
En resumen: los dos grandes partidos tienen el deber de olvidar sus rencores de tinte electoralista y unir sus fuerzas ante aquellos que pretender destruir la unidad de la patria. Sus pequeñas divergencias de matiz son ínfimas, minúsculas, al lado de la gravedad de la tarea que hay pendiente. Es la hora de la unidad real, basada en la responsabilidad con España y sus ciudadanos, en la obligación moral de defender aquello que ha sido puesto en sus manos por delegación de la mayoría. Ya es hora de que socialistas y populares demuestren que están a la altura de lo que se espera de ellos.