Editorial: "Navidad"
Hay cosas en las que un buen católico no debe ceder nunca. La flexibilidad, en tiempos como éstos, no es cesión sino renuncia. Y aunque haya católicos que, desde su mejor intención, crean que la "blandura" doctrinal es una forma directa y práctica de propiciar entendimientos y alianzas (no sabemos hasta qué punto deseables, pero eso es otra cuestión), a la hora de la verdad esa forma descafeinada de ser católicos a lo único que ayuda es al paganismo.
Y aunque este primer párrafo podría servir para varios editoriales sobre muy diversos temas, el de hoy se refiere a la Navidad, tan próxima ya. El tiempo de Adviento que desemboca en esas horas mágicas en que los hijos de Dios celebramos el nacimiento de Jesús de Nazaret en un pesebre. Esos días que nos llevan, en un imaginado viaje en el tiempo, hasta aquel portal de Belén en el que, sin ruido, sin riquezas y sin honores, Cristo vino al mundo para salvarnos a todos.
Un católico debe ser inflexible en esa observación de la Navidad. Porque no serlo, sencillamente corrompe la esencia del grandioso acontecimiento que realmente celebramos. Sustituir el silencio de aquel pequeño portal por el ruido de nuestros petardos y matasuegras, es ser infiel al espíritu original de la Navidad. Sustituir la miseria de aquella familia pobre de solemnidad, que no pudo ni pagar una pensión para que María diera a luz, por nuestro lujo y derroche, es comportarse de una manera pagana, aunque resulte duro leerlo y aplicárselo a uno mismo.
Otra cosa es la alegría: un católico debe ser siempre una persona alegre, porque no hay mayor dicha que la esperanza de la vida eterna, y del abrazo del Padre cuando nos llame a su lado. Pero esa alegría no tiene nada que ver con el despilfarro ni con la ostentación; al revés, debe ser una alegría del alma, profunda e íntima, una alegría serena y callada, regocijante, clara como una noche de luna llena. La alegría que nos da Jesús no hay dinero que la pueda comprar.
Pero nos hemos acostumbrado a ir corriendo a los grandes almacenes para que el vecino no nos quite la última videoconsola, el modelo definitivo de batidora a pilas, lo más "chic" en ropa de fiesta. Los católicos, en general, también. Y nunca es tarde para reflexionar, quizá sea un buen momento para hacerlo, ahora que nos bombardean con la publicidad habitual, la de todos los años. Recordemos que el Hijo del Hombre se calentó con el aliento de un buey y una mula, y que sus padres comieron de lo que les dio la gente del lugar. No lo olvidemos esta vez.
Martes, 16 de diciembre de 2008.