Diario YA tiene la buena costumbre de escribir de vez en cuando sobre asuntos de los que no se ocupa absolutamente nadie. Y no es que nos parezcan interesantes porque a los demás no se lo parezcan, sino porque creemos que simplemente hay noticias que no se comentan porque no interesan lecturas profundas de hechos aparentemente anecdóticos o banales. En el fondo, no interesa remover las conciencias porque todos sabemos que de ese movimiento lo único que puede salir a la superficie es mugre.
Reparen ustedes, amigos lectores de este diario católico en Internet, en lo que supone la noticia que apareció ayer en agencias y que hablaba de la condena a más de quince años de cárcel para un sujeto que mató a un vendedor de cupones sordomudo empujándolo a las vías del Metro cuando entraba un convoy en la estación. El ahora condenado sufría esquizofrenia, pero no tuvo ningún brote psicótico en el momento de cometer el asesinato. Es decir, actuó con plena conciencia de lo que hacía.
Resulta demasiado cruel imaginar cómo tuvieron que ser los últimos instantes de vida terrenal para la víctima; la incomparable sensación de abandono, de vulnerabilidad, de impotencia, de dolor y, por fin, de muerte. Ese recorrido truculento que va de la oscuridad física al vacío, y del vacío al horror. Dios lo tenga a su lado para siempre.
Difícil también intentar adivinar qué puede haber en el cerebro de una persona que decide actuar como lo hizo el asesino. Porque si siempre cuesta comprender el crimen, por la injusticia intrínseca que encierra, mucho más cuando la víctima es un ser completamente indefenso. La inhumana cobardía que caracteriza esa acción es algo que repele a la razón y avergüenza a nuestra condición de hombres libres. Un acto vil que resume un poco lo que son los tiempos actuales: el odio por el odio, la sinrazón de la guerra al prójimo.
Evidentemente, el hombre es un lobo para el hombre. En la medida en que demos la espalda a Nuestro Padre se la estamos dando a nuestros semejantes, a nuestros hermanos, a nosotros mismos. La maldad no reprimida genera espirales de maldad multiplicada, y la condición humana queda reducida casi a la nada. Hemos creado un mundo en el que se tiene más respeto a un grillo o a una amapola que a un ser humano. Abramos los ojos a las noticias que parecen banales; nos están explicando muchas cosas.
Martes, 14 de Octubre de 2008.