Sin caer en el apasionamiento, hay que reconocer que, la nuestra, no estaba para ganar, tal vez ni entre las diez mejores; la vigésimo cuarta de veinticinco, pues tampoco. Cuando le toca cantar a España siempre parece que el play back se estropea y que músicos y bailarines son prestados. Siempre. En fin, será casualidad ¡qué se le va a hacer!
Lo que más llega a incomodar del circo eurovisivo es que parece que sirve para que países que se atizan de forma inmisericorde todos los días, se declaran guerras y hasta montan revoluciones secesionistas para romper lo que tenían en común, ese día, vestidos con sus trajes regionales o alguna payasada galáctica, se besan, abrazan y regalan puntos como si tal cosa. Bosnia y Herzegovina, Croacia, Montenegro y Serbia; yo te doy siete, tú me das cuatro, para ti los doce…
Y mientras, España, ahí, aguantando el tirón, rezando para que algún andorrano o portugués se acuerde de que somos vecinos y nos saque del “zero points”. Muy triste.