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Diario YA


 

José Luis Orella: El ajedrez ucraniano

 

 

Ucrania se desliza hacia la división social. Finalmente ha quedado claro que el rechazo al acuerdo con la UE, en realidad escondía una nueva revolución. (El ajedrez ucraniano)

 

 

la fe: si no se tienen obras, está muerta por dentro (Porta Fidei, 14).

EDITORIAL: Ratzinger, paladín de la Fe, la Verdad objetiva y azote del relativismo

EDITORIAL: Joseph Ratzinger, ahora Benedicto XVI, ha sido desde siempre un firme paladín de la verdad objetiva y un azote del relativismo. Algo que, ha podido hacer tanto desde la cátedra, con su enorme y mundialmente reconocido prestigio académico y rigor intelectual, como con la autoridad pastoral que ha venido desempeñando en los diversos momentos de su larga y fecunda carrera eclesiástica, donde en todo momento, y fiel a la doctrina tomista nunca ha dejado de hacer compatibles los, para no pocos excluyentes, conceptos de Fe y Razón.
Así lo hizo en su ingreso como profesor en la Universidad de Bonn en 1959, cuya conferencia inaugural fue acerca de "El Dios de la fe y el Dios de la filosofía"; y así lo dejaba escrito, hace poco más de un año en Porta Fidei: “La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo. Nos hace fecundos, porque ensancha el corazón en la esperanza y permite dar un testimonio fecundo: en efecto, abre el corazón y la mente de los que escuchan para acoger la invitación del Señor a aceptar su Palabra para ser sus discípulos. Como afirma san Agustín, los creyentes «se fortalecen creyendo» […] Por otra parte, no podemos olvidar que muchas personas en nuestro contexto cultural, aún no reconociendo en ellos el don de la fe, buscan con sinceridad el sentido último y la verdad definitiva de su existencia y del mundo. Esta búsqueda es un auténtico «preámbulo» de la fe, porque lleva a las personas por el camino que conduce al misterio de Dios. La misma razón del hombre, en efecto, lleva inscrita la exigencia de «lo que vale y permanece siempre». Esta exigencia constituye una invitación permanente, inscrita indeleblemente en el corazón humano, a ponerse en camino para encontrar a Aquel que no buscaríamos si no hubiera ya venido. La fe nos invita y nos abre totalmente a este encuentro.
Joseph Ratzinger es, ante todo y sobre todo un teólogo y filósofo de primera línea que no ignora que, si la  filosofía es una ciencia de especie única, porque mientras las demás ciencias se ocupan de un solo aspecto de la realidad (son particulares en su objeto), la filosofía mira a la realidad como tal, intentando entender el significado último de la realidad del ser, de la existencia, de la vida, tratando de obtener las explicaciones últimas, las causas últimas o primeros principios de la realidad; la teología es el uso de la razón iluminada por la fe para tratar de entender mejor aquello que creemos. Ahora bien, como Dios, que es la felicidad última del hombre y explicación última del significado del mundo, forma parte del contenido de las explicaciones o causas últimas de toda la realidad. Por tanto, al aceptar la revelación divina poseemos una sabiduría muy superior a la filosofía, que sólo es una sabiduría natural. Pero la razón la seguimos usando para profundizar en el entendimiento de la revelación divina, y así, aunque el conocimiento por fe es superior al que podamos adquirir por la sola razón, la fe no sustituye a la razón, sino que está en continuidad con ella.
Es decir, la razón es elevada por la fe, y esto es exactamente lo que hace la teología con la filosofía. La filosofía es producto de la sola razón, la teología es producto de la razón iluminada por la fe. La teología ayuda, eleva y da mayor profundidad a la filosofía. Esta filosofía iluminada por la teología (la razón iluminada por la fe) es capaz de ver las explicaciones internas de la realidad con una luz mucho más clara: la luz de la fe. Pero esto también significa que la teología utiliza la filosofía. Así como la fe es dada a la razón, hay que usar la razón para aceptar esa fe. Decimos que la fe es sobrenatural y libre: libre porque no estamos obligados a creer. Además es razonable porque encaja a la perfección con la razón; está ajustada a la razón. Si fuera de otra manera no constituiría una "revelación", no nos revelaría nada.
Y, como la Fe es “una virtud sobrenatural por la que, con la inspiración y ayuda de la gracia de Dios, creemos que las cosas que Él ha revelado son verdaderas, no por la intrínseca verdad de las cosas percibida con la luz natural de la razón, sino por la autoridad, del mismo Dios que revela, el cual no puede engañarse ni engañarnos” (Dei Filius, 3), se hace evidente que siendo Dios absoluto, eterno e inmutable, la Verdad que Él nos revela ha de serlo de igual manera.
Por ello, no se puede creer en Dios, en su revelación, sin creer necesariamente en una verdad objetiva. Es decir, un contenido de los conocimientos humanos que no depende de la voluntad ni de los deseos del sujeto, porque no se construye según la voluntad o el deseo de los hombres, sino que se determina por el contenido del objeto reflejado, y ello condiciona su objetividad. Objetividad de la Verdad que debe La orientarse y esgrimirse contra toda clase de concepciones subjetivas idealistas de la verdad, según las cuales ésta es construida por el hombre, es resultado de un acuerdo entre los hombres, es decir de un positivismo o relativismo sociológico.
Así, pese a que sus principios agnósticos e inmanentistas influyeran negativamente en la Ética posterior, Kant, vino en descubrir una especie de de modo concreto para alcanzar la verdad en la “práctica”, de forma que la vida moral –y la moral transciende a la ética, que es individual- que hacía de la “vida moral” un camino para demostrar la existencia de algunas verdades que se escapaban a la “razón teórica”.
En realidad, aunque formulado de otra manera, en la crisis ideológica del siglo XIX, no es un planteamiento que no estuviera ya en la doctrina católica, según lo expresó Tomás de Aquino en De Veritate ( 14, 11, 1): “Si alguno, llevado por la razón natural, se conduce de tal modo que practica el bien y huye del mal, hay que tener como cosa ciertísima que Dios le revelará, por una interna inspiración, las cosas que hay que creer necesariamente o le enviará un predicador de la fe, como envió a San Pedro a Cornelio” .
Esta unión de la fe y las obras, lo que puede denominarse unidad de vida, y que alcanza la plenitud evangélica en las bienaventuranzas del Sermón de la Montaña, es también la gran obra que, a lo largo de su fecunda vida intelectual y pastoral, ha dado coherencia y unidad a estos 85 años de Joseph Ratzinger, quien, en su último año de pontificado, nos ha dejado escrito: “El Año de la fe será también una buena oportunidad para intensificar el testimonio de la caridad. San Pablo nos recuerda: «Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de ellas es la caridad» (1 Co 13, 13). Con palabras aún más fuertes —que siempre atañen a los cristianos—, el apóstol Santiago dice: «¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos de alimento diario y alguno de vosotros les dice: “Id en paz, abrigaos y saciaos”, pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así es también la fe: si no se tienen obras, está muerta por dentro” (Porta Fidei, 14).