Visitas inútiles
Esta semana hemos vuelto a asistir, entre estupefactos y horrorizados, al macabro espectáculo de la muerte que acompaña siempre la llegada de pateras llenas de seres humanos que buscaban una vida mejor y la perdieron por el camino. Escenas espeluznantes, demasiado duras para poder olvidarlas y seguir comiendo. La terrible realidad de las mafias que controlan la inmigración ilegal con la anuencia de gobiernos corruptos de medio mundo.
La noticia ha coincidido en el tiempo con el viaje que ha llevado a Marruecos a José Luis Rodríguez Zapatero. De la misma forma que el presidente del Gobierno español (entonces líder de la oposición) no movió ni un pelo de la ceja en 2003 al contemplar el mapa de Marruecos que incluía Ceuta, Melilla, Canarias, el Sahara Español y la mitad de la península Ibérica, ayer tampoco dijo ni pío al ser recibido con una bandera de España liliputiense, que contrastaba con las decenas de enormes banderas marroquíes. A esto Zapatero probablemente le llame “tolerancia”.
La firmeza es una cosa, y la intolerancia es otra muy distinta. Es bastante peor no ser firme en la defensa de lo fundamental que ser un intolerante, porque lo segundo suele tener cura. Zapatero ha acostumbrado a todos los caudillos y mandarines de nuestro entorno a que le tomen el cuero cabelludo, y de paso a que nos lo tomen a todos los españoles. Si bien es cierto que, a la hora de la verdad, parece que nos dé igual, visto lo visto en las urnas.
Sería estupendo que el presidente del Gobierno fuese alguna vez a Marruecos a trabajar. No a posar, ni a sonreír, ni a emitir las habituales monsergas sobre la “amistad” entre ambos países. A trabajar para solucionar los graves problemas que existen desde hace mucho tiempo, el más grave de los cuales, sin duda, es esa afluencia continua de personas que huyen de la miseria y la esclavitud, y en su viaje desesperado encuentran la muerte disfrazada de mar embravecido.
Mal está que no se haya encontrado ya una solución a ese problema. Mal, muy mal, que las instituciones europeas no den un puñetazo fuerte en la mesa ni obliguen a ambas partes a hacer algo más que posar para la prensa. Pero lo que es inaceptable del todo es que nuestro presidente regrese de sus visitas al país vecino del sur con la misma sonrisa fija que usa tras su verborrea doméstica habitual. Hay cosas, señor Presidente, que no son de risa.