Editorial: "Sin democracia en Galicia"
Ha comenzado la cuenta atrás de las elecciones gallegas que, si nadie lo remedia, servirán para perpetuar al separatismo radical de Galicia en el poder gracias a la mayoría de los ciudadanos de esa región hasta ahora española. Porque una de las utilidades de los sistemas democráticos de nuestro tiempo es que sirven, o pueden servir, para dar apariencia de legalidad (con el apoyo de un montón de papanatas y demagogos que se asoman a los MCS a decir vacuidades) a lo que en el fondo no son más que aberraciones políticas, como es, en este caso, pretender que Galicia pueda ser otra cosa que un pedazo de España, de su historia y de su pueblo.
Hace pocas fechas observábamos cómo entiende la izquierda radical gallega, por supuesto separatista porque sólo así puede distinguirse en algo del PP, la democracia, la libertad y el Estado de Derecho: a pedrada limpia. Para enterrar el fascismo imperante (sic) y borrar de la sociedad cualquier indicio hitleriano o falangista (sic), proponemos (dicen las juventudes del PSdG) una forma de diálogo con los discrepantes que consiste en hacer volar piedras sobre sus cabezas. Sin que el hecho de que alguna pueda caerles encima suponga ningún inconveniente, por supuesto.
Es decir, antes de votar conviene dejar claro en la calle cómo son las cosas en la España de Zapatero. El monopolio de la violencia no lo tiene el Estado, no, no. Eso era con Franco. Ahora, el monopolio de la violencia lo tiene la izquierda. Para poder lanzar piedras a quienes no piensan como uno, es preciso declararse antes pacifista, buenrrollista, demócrata, libertario, cheguevariano, procastrista, zapateril y partidario de la Alianza de Civilizaciones con Irán. Ah, y ser homosexual, defensor del aborto y la eutanasia, y perseguidor de curas en los ratos libres.
Primero agitación, y después democracia. Antes las piedras, y después el carnet de demócrata. Así es la izquierda moralmente abyecta y políticamente repugnante que ha conseguido embaucar a la mayoría de los españoles, y meter a nuestro país en una espiral diabólica de corrupción, relativismo y ausencia real de libertades individuales. Cada vez que un español vota en Galicia, en Cataluña o en Vascongadas está avalando con su sufragio la peste institucional que la progresía ha conseguido montar en España desde que murió el anterior Jefe de Estado.
Por eso, hoy verán ustedes a los candidatos haciendo el paripé de la pegada virtual de carteles, y después dos semanas de promesas para no cumplir, de engaños y medias verdades, de insultos al rival y malas artes con un único fin: mantenerse en la poltrona o acceder a ella. Sin la menor intención de trabajar por las personas, de garantizar los derechos fundamentales que hoy están siendo pisoteados, de ayudar a quienes más lo necesitan en lugar de favorecer los negocios de unas minorías siempre generosas con el poder. Es triste, pero real: en estas elecciones gallegas, las urnas sólo servirán para darle brillo a una dictadura encubierta, bajo el silencio de todos.
Viernes, 13 de febrero de 2009.