Cuanto más conoce uno acerca de los orígenes y posterior “obra” del socialismo a lo largo del último siglo y medio, más perplejo le deja que aún haya gente que pueda tenerle cierto respeto a tan infausta ideología. Lo mismo podemos decir de los sindicatos, que si bien en su nacimiento cumplieron de sobra con sus principales objetivos, después no han dejado de ser organizaciones prácticamente inactivas, inútiles para la clase trabajadora y habitualmente alejadas de la realidad.
En España, UGT y CC.OO. (los dos sindicatos mayoritarios de la izquierda) no han tenido, a lo largo de la democracia, una trayectoria que pueda considerarse ejemplar. Atentos casi exclusivamente a las subvenciones públicas, convertidos en una burocracia anquilosada que se mueve a paso de diplodocus, ni el sindicato socialista ni el comunista pintan hoy absolutamente nada en la sociedad española. Atrás quedaron sus otoños calientes y sus huelgas generales, alguna incluso con gobierno socialista.
Hoy, UGT y CC.OO. son dos entes de apoyo al Gobierno, incapaces de hacer una crítica coherente a las políticas laborales y sociales del Ejecutivo, atemorizados ante la sola idea de plantar cara a Zapatero en algo, en una modalidad de “pesebre” que causa verdadero sonrojo. Ni siquiera ayer, al conocerse unas cifras de paro absolutamente escandalosas y desconocidas en la reciente historia de España, fueron capaces de hacer ni el más nimio reproche al Gobierno. En verdad, es un amante muy enamorado.
Y así las cosas, decimos nosotros: ¿en razón de qué hay que seguir manteniendo a estos sindicatos completamente inútiles, chupadores de dinero público y expertos sólo en hacerle la pelota al Poder Ejecutivo con ahínco y desenfreno? Si cuando un trabajador tiene un problema serio con su empresa, a quien acude normalmente es a un buen abogado (pagado de su bolsillo, por supuesto), ¿cuál es el sentido de que sigan existiendo UGT y CC.OO., salvo para tener un recuerdo macabro de la lúgubre ideología que los alumbró?
Así las cosas, cuando más se habla de la democracia estupenda que tenemos, del sistema de libertades y derechos que disfrutamos, y de lo “abierta” que es la sociedad, la realidad es que cada vez hay más mecanismos totalitarios y menos capacidad crítica. Los que abominaban de la dictadura son los principales promotores del pensamiento único; los que aborrecían la censura han construido un sistema que impide que se les critique. ¿Y no será esto, más que una democracia, una enorme hipocresía?
Sábado, 25 de Octubre de 2008.