Editorial: "Un Papa ejemplar"
En un mundo que literalmente se cae a trozos, con una moral pública que espanta (si es que existe) y una corrupción espiritual que avanza como una epidemia, es una bendición, un auténtico regalo de la Providencia a los católicos y, por extensión, al conjunto del planeta la presencia del Papa Benedicto XVI, único ejemplo humano al que hoy nos podemos aferrar sin temor a equivocarnos. Desde una altura intelectual difícilmente igualable, y lo que es más importante aún, desde criterios morales a los que sólo un Pontífice de su talla puede llegar, Ratzinger nos da cada día un motivo para la esperanza de la humanidad.
Obsérvese el cínico espectáculo que han organizado los medios de la izquierda europea (ayudados, por supuesto, por un grupo de políticos ineptos y mediocres, con Angela Merkel a la cabeza) con el asunto de los obispos lefebvristas, presionando al Vaticano para que, una vez más, por enésima vez, condene el Holocausto nazi. Benedicto XVI, que ha sido inequívoco y rotundo siempre con esta cuestión, no sólo no ha perdido la calma ante semejante operación de infamia e irresponsabilidad, sino que ha actuado con prudencia y paciencia, demostrando que no hay ruindad moral que a él le pueda siquiera inquietar. Entre otras cosas, porque no deja de rezar por sus autores.
El manejo de la opinión pública por parte de unas minorías con fines adoctrinadores muy concretos (y muy perversos) merece una reflexión al respecto, sobre todo actualmente, cuando la televisión e iniciativas como Educación para la Ciudadanía, además de unos medios de comunicación vergonzosamente entregados a tan infame causa, pueden provocar un irreparable daño a los más jóvenes. La actitud firme en la discrepancia y abierta al diálogo desde la rotunda enseñanza de la palabra de Dios que nos enseña este Papa debe ser un acicate y un ejemplo.
La siempre insidiosa progresía, de intenciones totalitarias (o sea, marxistas), ha intentado convertir las declaraciones del británico Williamson en un escándalo internacional, procurando de paso salpicar al Pontífice y a toda la Iglesia con el maléfico fin de manchar nuestro Credo. Pero la verdad sólo tiene un camino, y más allá de la anécdota que suponen las palabras de un obispo (suponiendo que no estén manipuladas de origen, cosa que no extrañaría en absoluto), la burda operación de desprestigio papal ha quedado, como no podía ser de otra manera, en eso: un nuevo intento desesperado de quienes viven sin sentido ni esperanza por intentar emponzoñar la existencia de quienes han encontrado su Camino.
Los católicos debemos estar atentos. Si algo nos exige este mundo de la hiper-información, este universo artificial y cibernético en el que los únicos filtros morales son los que uno decida establecer, es precisamente atención y una toma coherente de posición para no caer en lo fácil, que es la sumisión perezosa, la vaga aceptación de lo que las mayorías digan que está bien, aunque de hecho sepamos que están profundamente erradas. No cabe ya esa cobardía moral que hasta no hace mucho era inocua. Hoy, en cambio, es la causa de todos nuestros males.
Lunes, 9 de febrero de 2009.