Educación como control
José Escandell. 18 de abril. En los tiempos modernos la educación se convierte en el foco de todas las atenciones al mismo tiempo que se van descubriendo formas más refinadas de manipulación. La psicología científica nació a finales del siglo XIX, poco después que la sociología. Estos dos ejes de las ciencias humanas, arraigados en el secularismo, han dirigido sus respectivos y sinérgicos desarrollos hacia el diseño de técnicas de influencia. En parte, porque las ciencias humanas positivas crecen a partir de la experiencia de la enfermedad o la disfunción, y se enfrentan con lo negativo en busca de terapias. Pero es mucho más lo que la investigación terapéutica ofrece, porque los instrumentos de curación también pueden llegar a ser, si se quiere, instrumentos de control. Todo depende de cómo se mire: un cuchillo sirve tanto al cirujano como al asesino.
Lo cual quiere decir que las terapias psicológicas o los modelos sociológicos de intervención no son, por lo general, intrínsecamente perversos (salvada su verdad científica). Son, como tantas otras cosas, ambiguos. Como tampoco es necesario aceptar que el pecado original de las ciencias humanas, que es el secularismo decimonónico, no pueda ser reparado. De lo contrario, sería imposible ser buena persona y psicólogo o sociólogo… Pero es patente que, según su desarrollo histórico, las ciencias humanas, en las que se apoya la pedagogía, han crecido al abrigo de un proyecto universal y secularista de control de la humanidad. Léase, por ejemplo, a A. Comte. Y eso, por mucho que ese proyecto no se inscriba, como digo, en el núcleo esencial de esos saberes.
Mirando en la dirección del progresismo secularista es donde se descubre que la educación tiene hoy valor redentor. Lo es en el marco de esa mentalidad. Lo que sucede es que el secularismo, como no podía ser menos, es impotente para redimir de verdad y en serio, sino que, lo mismo que encubre la religión con el desprecio y la difamación, encubre asimismo el auténtico mal que anida en el corazón del hombre y aparta de él la mirada. Es decir, el secularismo comienza por ser una voluntaria interrupción del conocimiento de la realidad, un aborto cognoscitivo. Para proponer un mundo sin Dios es necesario cerrar los ojos. En consecuencia, el mal del que el secularismo quiere redimir al hombre es un mal ficticio.
Es entonces cuando cobran sentido las técnicas científicas de control del comportamiento. El proyecto ilustrado hoy viene a sustanciarse en la creación de una sutil red de control social, una red en la cual tiene un puesto importantísimo la educación (como lo tienen, asimismo, los medios de comunicación). Pues, en efecto, el derecho y obligación que el Estado se reconoce a sí mismo para organizar la educación de niños y jóvenes, pone en sus manos, sin protección ninguna, las vidas de todas las jóvenes generaciones del mundo durante muchos años. Quienes se empeñan en hacer feliz por completo a todo el mundo hacen de esa oportunidad un tiempo de modelación total del comportamiento humano.
Es entonces cuando el mal que se combate es la disidencia respecto del pensamiento oficialmente aceptable (que no tiene por qué ser el «políticamente correcto»). Es entonces cuando se mete en la cabeza de la gente un super-yo que no tiene más fundamento que la voluntad de los dirigentes.