Jaume Catalán Díaz. El presidente Morsi de Egipto, elegido por sufragio universal, con su decisión de concentrar y proteger los poderes con un Decreto que supone un golpe de Estado encubierto, está actuando de forma faraónica aunque se empeñe en negarlo.
Parece que su invitación al diálogo nacional es una pose para ganar tiempo. La nueva Constitución islamista que se votará el próximo 15 de diciembre, puede suponer el punto final de la posibilidad de un desarrollo de la democracia en este gran país.
Pero hay que confiar en nuevos actores de la sociedad egipcia, los jóvenes, la oposición liberal, la minoría cristiana que estrena liderazgo. Si el poder parece no cambiar, la sociedad sí acoge fermentos de cambio. Los próximos meses serán dramáticos y decisivos. No obstante puede ser el principio del final de la libertad y arreciar la persecución contra los cristianos.