José Miguel Tenreiro. 7 de Octubre, se celebra la Jornada Internacional por la Vida en la que se pedirá al Gobierno la derogación de la vigente Ley del aborto. Será una gran oportunidad para conseguir mediante una masiva participación el reconocimiento del inmenso valor de la vida humana desde el primer instante de la concepción, y como el único y fundamental factor para superar la ruinosa situación que padecemos.
Es el momento también para denunciar el total abandono de la institución familiar por parte de los poderes públicos aun a sabiendas de su importante papel en la sociedad. Si en los países más avanzados de la UE las leyes la protegen y amparan, aquí parece regir una consigna secreta y terminante según la cual las familias por el mero hecho de serlo serán severamente castigadas.
No basta, sin embargo, con solicitar la derogación de la Ley del aborto para así tratar de salvar teóricamente la vida de 120.000 inocentes como los que el año pasado fueron sacrificados en total impunidad. ¿Que haríamos con otras tantas mujeres en situación de embarazo no deseado y a las que la presión social, la penuria económica, o el desamparo familiar las forzaron a tan fatal resolución? No estamos en un Estado teocrático para conminarles con penas rigurosas, e inútil sería, igualmente, la apelación a razones morales o patrióticas. Por otra parte, tampoco sería disuasorio el actual castigo de 6 a 24 meses de multa en nuestra actual legislación. No obstante, para bajar la presión en los sectores más conservadores, el Gobierno promete un gesto supremo de generosidad, una nueva reforma en la que no tendría cabida el aborto eugenésico. Como rezaba aquel dicho, "la gran clemencia de Su Majestad redujo la pena. . . . . a sólo sacarles los ojos".
Tal como está montada la sociedad, influenciada por la corriente de paganismo que invade al mundo occidental, es materialmente imposible lograr que no haya embarazos no deseados y, por consiguiente, abortos. La solución estaría en utilizar para salvar la vida el mismo medio empleado para destruirla: el dinero que todo lo corrompe y que, precisamente, ahora tanto escasea. Y aunque, efectivamente, y como muchos fariseos aducirán, tal medida supondría darle a la maternidad un sentido mercantilista, las asociaciones provida debieran llevar a cabo una cuestación nacional para dotar a cada mujer que repudie su embarazo, de una ayuda económica que le permitiese sobrellevar dignamente tal situación: 600 euros al mes durante todo el período de gestación. Hemos llegado a una situación en la que, para sobrevivir la sociedad, hay que pagar la vida de los concebidos. El no hacerlo así representaría, además de un rotundo fracaso, la connivencia, consciente o inconscientemente, con los abortistas.
No se trata de llevar a cabo una cruzada de moralidad cuyo único resultado sería una sonora carcajada dentro y fuera de nuestras fronteras, pero a todos los que alberguen la más mínima esperanza de que la actual situación la veremos superada sin aplicar las prevenciones citadas, es necesario advertirles de que incurren en la misma monstruosa contradicción de los que aguardan a que prevalezca la arbitrariedad sobre el Derecho, la iniquidad sobre la Justicia, las tinieblas sobre la Luz, la mentira y el error sobre la Verdad, el caos sobre el Orden, la muerte sobre la Vida, . . . . . .
Para "conseguir que la economía vuelva a crecer y vuelva generar empleo", como pregonan los charlatanes de turno, no está el remedio en sangrar al pueblo para rellenar las arcas del Tesoro que aquellos saquearon, sino en subvencionar generosamente a las familias como hacen los países más avanzados de la UE.
¿Quiénes tienen interés en que no salgamos del agujero? Aquéllos que toman medidas eficaces para impedir que España figure -¡porque no hay razón para ello!- entre los tres países más ricos del mundo. Sigamos por este camino y habremos cavado nuestra fosa y colocado encima una pesada lápida ante el aplauso y el regocijo de nuestros enemigos. Su eterna pesadilla habrá terminado.