EL APOSTOL SANTIAGO: Testigo de Fe y fortaleza
PEDRO SÁEZ MARTÍNEZ DE UBAGO Santiago el Mayor para distinguirlo del otro discípulo homónimo, fue uno de los doce apóstoles. Nació probablemente en Betsaida. Santiago o Jacobo (en Griego Iάκωβος ) fue hijo de Zebedeo y Salomé, y hermano de Juan el Apóstol. Murió a manos de Herodes Agripa I en Jerusalén entre los años 41 y 44 de nuestra era. Según la tradición, tras Pentecostés, cuando los apóstoles son enviados a la predicación, Santiago habría cruzado el mar Mediterráneo y desembarcado para predicar el Evangelio en la Hispania. Su prédica habría comenzado con su llegada a Tarraco y su viaje por el valle del Ebro, hasta entroncar con la vía romana que recorría las estribaciones de la Cordillera Cantábrica y terminaba en la actual La Coruña. La evangelización por el Apóstol Santiago indica que este hizo algunos discípulos, y siete de ellos fueron los que continuaron la tarea evangelizadora una vez que Santiago regresó a Jerusalén.
Para ello fueron a Roma y fueron ordenados obispos por San Pedro. Son los siete Varones apostólicos. La tradición de los Varones Apostólicos los sitúa junto a Santiago en Zaragoza cuando la Virgen María se apareció en un pilar el dos de enero del año 40. La tradición hace de Santiago el santo patrón protector de España. Santiago no hacía sino cumplir el mandato evangélico: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.
Es en la aparición de la Virgen en carne mortal en Zaragoza acerca de lo que podemos reflexionar en este día del Apóstol Santiago ¿Por qué la Virgen se le apareció, precisamente, sobre un pilar? Parece ser que, en horas de abatimiento ante los escasos frutos de su predicación, el hoy patrón de España se había retirado a rezar a orillas del Ebro. No creo que sea casualidad que en horas de abatimiento, cuando todo parecía, imposible la Madre de Dios, se apareciera sobre una columna. En la iconografía virtud teologal de la Fe se representa como una mujer de en pie sobre una peana; de modo similar a la virtud cardinal de la Fortaleza, consistente en vencer al terror y huir de la temeridad, así como en mantener firmeza en las dificultades y constancia en la búsqueda del bien, suele representarse como una mujer que sostiene una columna.
Así, la aparición sobre el Pilar podría significar que la Madre de Dios le estuviera pidiendo a Santiago más fe y mayor fortaleza. La Iglesia ha visto siempre en la Virgen a la mujer prometida en el génesis para combatir a la serpiente que causó el pecado original: “Y el SEÑOR Dios dijo a la serpiente: Por cuanto has hecho esto, maldita serás más que todos los animales, y más que todas las bestias del campo; sobre tu vientre andarás, y polvo comerás todos los días de tu vida. Y pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y su simiente; él te herirá en la cabeza, y tú lo herirás en el calcañar”.
En María, la promesa del Antiguo Testamento se cumple en el Nuevo, del mismo modo que el misterioso Dios que se aparece a Moisés se encarnará de Ella en Jesús. Cuando Dios llamó a Moisés en el Oreb y Moisés parecía curioso a tal punto que quiso saber si Dios tenía nombre. Pero Dios le respondió así: “Yo soy aquel que soy” Moisés no comprendió y Dios siguió diciendo: “Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob”. Yo Soy el que Soy (אֶהְיֶה אֲשֶׁר אֶהְיֶה) que también puede traducirse Yo soy el que es, es la más común traducción en español de la respuesta que Dios usó en la Biblia hebrea, cuando Moisés le preguntó por su nombre.
Tanto soy el que soy como soy el que es, implican una honda definición de la Divinidad. Dios es, el mismo, sin cambios, es el Ser per sé, sin necesidad de otro para existir. La enseñanza clásica lo definirá con las palabras Ipse qui per se subsistens [El que existe por sí mismo]. Si el movimiento es el paso de potencia a acto, se puede afirmar que Dios es acto puro: en él no hay movimiento ni cambio. La respuesta dirigida a Moisés, indica que la pregunta no es tomada de manera superficial. Ésta revela algo de Moisés y del pueblo. Dios dijo: “Yo soy aquel que soy”. Esta expresión es tanto una respuesta como un rechazo a responder. Dios quiere hacerle entender a Moisés que se manifestará según su plan. Enseguida Dios dará una respuesta a la pregunta del pueblo dado a Moisés, «Así dirás a los israelitas: Yahveh, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros». También el pueblo experimentará el plan de Dios que le reserva para el futuro. Una vez explicado el significado del nombre, en una propuesta que es paralela a la del versículo 14, se le da el mismo nombre inefable: Yahveh el Dios de los padres. Es él quien ha enviado a Moisés. La parte final del versículo 15 está dirigida nuevamente a Moisés: “Este es mi nombre para siempre, por él seré invocado de generación en generación”.
El nombre se revela no para satisfacer la curiosidad de Israel, sino para ser instrumento de una adoración continua. Tras haber encuadrado el discurso del nombre, me gustaría concentrarme en el significado del nombre de Dios. La frase “Yo Soy aquel que soy”, según las reglas de la gramática hebrea, significa “yo soy aquel que estaba, que está y que estará”, es decir “yo soy aquel que está siempre presente”, “yo estoy”. Dios se revela como un Dios personal, (Dios de Abraham, Isaac, Jacob), continuamente presente en la historia junto al hombre. El nombre indica en la Biblia la identidad del Dios que actúa en la historia.
Pensemos en otro texto del Nuevo Testamento, Romanos 10,13: “Pues todo el que invoque el nombre del Señor se salvará”. En este caso se trata de Jesús resucitado que en la Resurrección fue constituido Señor, es decir, con el mismo nombre de Dios. Dios se revela revelando su nombre. El hombre a veces pretende reducir a Dios a una imagen e introducirlo en sus propios esquemas. En este sentido se debe recordar cómo en la antigüedad la imagen de la divinidad era considerada como una realidad mágica, poseyéndola era posible dominar al mismo Dios. La lucha contra las imágenes de Dios es una lucha contra cualquier intento por reducir a Dios a un objeto manipulable del hombre, de hacerse un dios para su propio uso y consumo.
Por lo tanto, es un Dios que se debe escuchar antes de ver. Dios se hará visible en Jesús, en el que podemos descubrir la verdadera imagen de Dios. Por lo tanto, Dios se revela a sí mismo sin ofrecer una imagen, pero buscando una relación con el hombre. Y en la plenitud de los tiempos se descubrirá que esta imagen asume todos los rasgos de un hombre, Jesús, el Verbo encarnado de la Mujer de la Columna que pide fe y fortaleza a Santiago. Así, el Apóstol Santiago tuvo fe y fortaleza y obró la evangelización de las tierras de España. La misma fe y fortaleza que, en otro momento de abatimiento y horas bajas, nos transmitió a los españoles, también junto al Ebro, el 22 de marzo del año 844 en la batalla de Clavijo. Jesús, como segunda persona trinitaria es Dios, y se definirá a Sí mismo como Camino, Verdad y Vida.
Conviene que, hoy, en que también los católicos españoles vivimos horas de abatimiento, de persecución; hoy en que se buscan los caminos fáciles, en que la Verdad pasa de ser algo objetivo al fenómeno sociológico de lo “políticamente correcto”; en que la Vida se niega y cuestiona; en que toda nuestra cultura y civilización y obra se ven amenazadas por la descendencia de la serpiente, los españoles deberíamos volver nuestros ojos a nuestro patrón, el apóstol Santiago Matamoros para, a su luz recobrar nuestra Fe y nuestra Fortaleza y continuar la misión, el mandato histórico de inexcusable cumplimiento que ha extendido por todos los continentes –hoy el español es la lengua que más católicos hablan, la lengua en que más se reza el “hágase tu voluntad” del Padre nuestro- la fe que nos transmitió Santiago: la transmisión de la Verdad objetiva, del Ser que por ser acto puro no se somete a contingencias ni admite cambios. Es momento de, con la ayuda de Dios, de la Virgen y de nuestro patrón Santiago, ni cambiar nosotros ni cejar la defensa de lo que no puede cambiar. No hace mucho, un fiel creyente y gran español, injustamente postergado por ser ambas cosas, escribía por su nonagésimo cumpleaños “Cambiaron ellos, nosotros no cambiamos”.
Porque no está en manos nuestras cambiar nada, sino decir como San Pablo “Tradidi enim vobis, in primis quod et accepi”, os transmito lo que he racibido, porque la verdad, como Dios, que expulsó a los mercaderes del Templo, es la que es y no es patrimonio de nadie ni moneda de ningún cambio, trueque ni componenda. Recordemos la enseñanza de Juan Pablo II en Veritatis Splendor: “El esplendor de la verdad brilla en todas las obras del Creador y, de modo particular, en el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, pues la verdad ilumina la inteligencia y modela la libertad del hombre, que de esta manera es ayudado a conocer y amar al Señor” […] Debido al misterioso pecado del principio, cometido por instigación de Satanás, que es «mentiroso y padre de la mentira», el hombre es tentado continuamente a apartar su mirada del Dios vivo y verdadero y dirigirla a los ídolos, cambiando «la verdad de Dios por la mentira»; de esta manera, su capacidad para conocer la verdad queda ofuscada y debilitada su voluntad para someterse a ella.
Y así, abandonándose al relativismo y al escepticismo, busca una libertad ilusoria fuera de la verdad misma. Pero las tinieblas del error o del pecado no pueden eliminar totalmente en el hombre la luz de Dios creador. Por esto, siempre permanece en lo más profundo de su corazón la nostalgia de la verdad absoluta y la sed de alcanzar la plenitud de su conocimiento. Lo prueba de modo elocuente la incansable búsqueda del hombre en todo campo o sector. Lo prueba aún más su búsqueda del sentido de la vida.
El desarrollo de la ciencia y la técnica -testimonio espléndido de las capacidades de la inteligencia y de la tenacidad de los hombres- no exime a la humanidad de plantearse los interrogantes religiosos fundamentales, sino que más bien la estimula a afrontar las luchas más dolorosas y decisivas, como son las del corazón y de la conciencia moral”. Que el Apóstol Santiago Matamoros nos ayude a los españoles a obedecer aquel grito de ardor guerrero que se forjó en la batalla milagrosa de Clavijo: ¡SANTIAGO, y cierra, España!