Miguel Massanet. Le podemos reprochar a Italia que con la votación de su pueblo, en estos recientes comicios, sólo haya conseguido agravar su problema interno, que la gobernabilidad del país haya quedado, como ya se podía esperar ante la desconfianza de los italianos respecto a sus políticos y la al abstención, en grave peligro y que el trabajo que le queda al señor presidente de la república, el señor Giorgio Napolitano, a quien le compete bregar con este marrón; precisamente cuando, como ocurre con Benedicto XVI, está a las puertas de abandonar su cargo. Un último servicio que, a priori, parece condenado al fracaso aunque, de los políticos italianos, se pueden esperar las más extravagantes combinaciones. Pero lo que no les podemos achacar a los italianos es que la Europa, en su configuración actual de Unión Europea, aquella que nació en 1.992, y que abarcó a la Comunidad Económico Europea y a la Comunidad Europea, ambas procedente de los Tratados de Roma; aquella que, al crear la llamada moneda única, sufriera su primera escisión entre los países que se unieron a ella en la llamada Zona Euro (1.999) y los que prefirieron mantenerse con sus propias divisas, entre ellos el Reino Unido, que quiso mantener su moneda oficial la libra; ahora, después de 23 años de su fundación; todavía esté luchando con sus propios demonios personales.
Lo cierto es que, los buenos propósitos de quienes quisieron convertir esta unión de países europeos en un instrumento para aunar fuerzas, eliminar barreras arancelarias, establecer la libre circulación de los ciudadanos europeos y conseguir una legislación supranacional común, que sentase las bases de una potente economía, una moneda fuerte capaz de luchar con el dólar; una eliminación de barreras ideológicas, viejas contiendas; antiguas cuentas pendientes y lucha de culturas, algo que debía plasmarse en una Constitución europea, válida para todos los miembros de la UE; ha sido un reto imposible de conseguir. Y de aquí, señores que en esta deriva a la que se ha llegado, al dejar que algunas naciones, las más poderosas como siempre, se hayan juntado para erigirse, de hecho si no de derecho, en quienes llevan la batuta en todo lo que se decide en Bruselas y en el ECOFIN; convirtiendo al costoso y descafeinado Parlamento Europeo de los 27, en una simple marioneta al servicio de las naciones más poderosas, que son las que dictan las normas e imponen las políticas, principalmente en materia económica, que han sido la principal causa de que el sur de Europa se haya convertido en la Cenicienta, la que se ve obligada a pedir árnica para solucionar sus carencias.
Sin embargo, el exceso de severidad de una política de austeridad, la evidencia de que ésta resulta mucho más onerosa en las naciones menos favorecidas de la parte sur de la CE, el hecho de que Alemania, apoyada por Dinamarca. Holanda y otros pases de la zona norte, hayan obligado a que países como Irlanda, Portugal, Grecia, España y e Italia a unas políticas extremadamente restrictivas; los problemas de financiación de sus deudas y la necesidad de muchas de ellas de acudir al llamado rescate que, en definitiva, no es más que someterse a las imposiciones draconianas y evidentemente antisociales o, al menos, poco flexibles, para permitir que las naciones sometidos a ellos puedan inyectar ayudas a la reactivación de la actividad industrial, aunque ello retrasara la contención de su déficit; lo que podría significar un alivio para aquellas cuyo desempleo, como es el caso de España, roza los límites de lo que, humanitariamente y económicamente, es soportable.
Es obvio que, si tuviéramos una economía en fase de reactivación, unas empresas sometidas a menos impuestos y cargas sociales y unas plantillas más flexibles, los costes públicos respirarían al librarse de la insostenible carga que, en el caso español, supone el tener que pagar subsidios a casi 5 millones de desempleados, acudir al sistema de jubilaciones anticipadas, algo que el nuevo Gobierno prometió erradicar sin que ello, a la vista están los ERE’s de algunos bancos, como el de BANKCAIXA –en los que, una gran parte de los despidos previstos (3.000), se llevarán a efecto mediante el procedimiento de jubilar anticipadamente al personal – en los que, aparte de los costes que supongan para la entidad las posibles indemnizaciones, una parte importante la asumirá la Administración, al tener que asumir el pago, en su momento, de unas jubilaciones que, según las nuevas normas no hubieran tenido lugar hasta que los interesados cumplieran los 67 años.
La consecuencia de la presión que Bruselas, impulsada por Alemania, ha venido ejerciendo sobre las naciones del sur, es el reciente malestar que cada vez se hace más ostensible, en los ciudadanos; que no acaban de entender que se apoye a bancos, que se mantengan gastos comunitarios exorbitantes y que, sin embargo, la parte más penosa, la más antisocial y la más insostenible les corresponde a las capas más humildes de la sociedad mientras que, las llamadas clases medias se van hundiendo a causa de la falta de trabajo, la reducción de sus emolumentos y la paralización general de las actividades industriales y comerciales, en plena recesión. Italia ha dado el primer aviso con la evidente diáspora de votos, el bajón de los partidos tradicionales, a los que, como ocurre en España, la ciudadanía les ha retirado la confianza y, por otra parte, el triunfo de un populismo, cada vez más desengañados de los políticos, que ha sido la gran sorpresa de las votaciones italianas, consiguiendo un resultado de más de un 25% de los votos de la ciudadanía. Cuidado, pues, con este populismo expresivo del hartazgo de un pueblo que se siente un juguete de los grandes capitales, Así empezó la Revolución francesa de 1.789 (el Tercer Estado) y la rusa de 1.917
En España ya se advierten preocupantes signos de masificación del descontento que se puede constatar en el aumento de manifestaciones, algaradas, protestas públicas y acciones ciudadanas encaminadas a obstaculizar la acción de la justicia, como está ocurriendo con los desahucios. Qué duda cabe de que, una parte de este descontento se debe a la actividad de profesionales de la agitación, a la acción de unos sindicatos, que han encontrado el medio de parar la sangría de afiliados, saliendo a las calles a protestar contra todo y, finalmente, a la actitud desleal e hipócrita de algunos partidos políticos, con representación parlamentaria que, en sus escaños, reclaman el cumplimiento de las leyes pero, por detrás, se dedican a fomentar el descontento y la toma de las calles por las multitudes, como un método de presionar al Gobierno del señor Rajoy. No obstante no se puede desconocer que existe, en el pueblo español, un descontento generalizado, una desconfianza en los políticos, azuzada por los innumerables casos de corrupción que se están conociendo y un desencanto derivado del incumplimiento –evidentemente forzado por las circunstancias adversas, las imposiciones de Europa y la insostenible herencia recibida de los gobiernos socialistas – de las promesas electorales que, en algunas ocasiones, se han convertido en aumento de tarifas, más impuestos, congelaciones salariales y de pensiones, cuando no en disminución de salarios, como es el caso de los funcionarios.
Los países ricos del norte siguen pensando en una Europa a dos velocidades. La del euro fuerte y, la pobre, fuera del euro o sometida a unas particulares directrices, una nueva forma de esclavitud, en este caso económica pero que nos condenaría a estar sometidos a una discriminación en las bolsas y una reducción de nuestras posibilidades de desarrollo económico y social. Claro, señores, que esto no son más que reflexiones de un mero ciudadanos de a pie.