El choque de culturas pone en cuestión la migración ilimitada e indiscriminada de musulmanes hacia Europa
“No me gustan las fronteras, soy defensor de leyes abiertas, pero no comparto una política suicida de inmigración. Hay una solución que sería invertir en los países de origen, subdesarrollados.” Salvador Paniker
Miguel Massanet Bosch. El nadar a contra corriente no suele ser lo mejor para quien quiere publicar un artículo y puedo decirles que, esta mala costumbre, cuando uno intenta comunicarse con los demás, en ocasiones se paga cara. Sin embargo, llega un momento en la vida que los años, la experiencia, los tropezones que uno ha dado y las veces que la realidad le ha hecho comprender cuán equivocado estaba al pretender seguir la corriente mayoritaria de opinión, cuando la razón, la conciencia o el sentido común nos dirigían hacia otros derroteros distintos que no eran, por cierto, los más compartidos por el resto de la ciudadanía; se llega a formar un callo en el amor propio, una vacuna en el alma y unas ansias tales de libertad, que le impulsan a mandar los convencionalismos al quinto carajo y a expresarse sin cortapisas ni limitaciones, seguro de que lo peor que le puede suceder es que alguien decida que se ha extralimitado y lo condenen al silencio.
Y este preámbulo, quizá demasiado largo, viene a cuento del manoseado y super explotado tema de la inmigración. Europa, en una de las mayores equivocaciones atribuibles a la señora Merkel, decidió que era preciso mostrarse dispuesta a hacerse cargo de todos los que pidieran refugio, en sus estados asociados, que venían huyendo de las guerras interminables que han venido asolando, y siguen haciéndolo, países como Siria, Irak, Libia, Yemen, Afganistán, Pakistan etc., unos en Oriente Medio y el resto en el norte de África, pero todos ellos unidos por un nexo común: la yihad musulmana, promovida por los seguidores de este fenómeno surgido del extremismo religioso los de Isis o EI, dispuestos a emprender la “guerra santa” consistente en eliminar a todos aquellos que no quieran someterse a su yugo, algo que se lo han tomado tan en serio que no dejan títere con cabeza en el sentido propio de la expresión.
El “buenismo”, expresión empleada para designar peyorativamente, “determinados esquemas de pensamiento y actuación social y política (como el multiculturalismo y la corrección política) que, de forma bienintencionada pero ingenua, y basados en un mero sentimentalismo carente de autocrítica hacia los resultados reales, pretendan ayudar a individuos y colectivos desfavorecidos o marginados” de algunas instituciones defensoras de los derechos humanos; la hipocresía de muchos periodistas y medios de comunicación y la situación incómoda de algunos gobiernos de la CE, ante las demandas de muchos de sus ciudadanos y, en especial, de las izquierdas que tachaban a los dirigentes de insensibles ante la evidente situación precaria de aquellos que huían de los frentes de batalla y de sus hogares, amenazados de muerte tanto por los yihadistas como por las armas de las distintas facciones combatientes. Y es que, señores, en situaciones semejantes resulta muy difícil mantener la sensatez, valorar los efectos, considerar las consecuencias y ser capaz de establecer las limitaciones que, en otros temas, se toman sin pestañear pero que, en casos tan relacionados con la solidaridad humana, los sentimientos compasivos y la magnitud de la catástrofe que afectaba a los cientos de miles de fugitivos procedentes de las naciones en guerra, es muy difícil poner cotos o establecer excepciones.
La señora Merkel habló de aceptar un millón de inmigrantes; Bruselas tomó medidas encaminadas a establecer un reparto equitativo entre todas las naciones de la UE y todas las ONG’s se mostraron dispuestas a colaborar para lograr atender a las avalanchas que se preveía iban a intentar entrar en Europa. Inglaterra, siempre práctica y muy celosa de su privacidad, dijo simplemente que no quería aceptar cupo alguno. Fue la primera, porque el resto de las naciones de la CE, cuando les llegó el turno de aceptar las cuotas que se les asignaron de los 160.000 primeros inmigrantes de la larga lista de más de 600.000, que estaban a la espera de ser acogidos en algún país, preferentemente, Alemania y Holanda; empezaron a discutir el cupo que se les atribuía. Hace ya meses que se produjeron las primeras llegadas de inmigrantes a Europa y todavía apenas se ha conseguido, salvo en Alemania, colocar a unos pocos centenares entre los distintos países receptores. Se empezaron a discutir los procedimientos de asignación de cupos y, si no estamos equivocados, se siguen poniendo pegas a la hora de hacer efectivas las admisiones a las que se comprometieron.
Lo que ocurre es que, aquellas pegas que nos atrevimos a anunciar, cuando la tendencia de toda la prensa y de los propios gobiernos era favorable a hacerse cargo de todos aquellos cientos de miles de presuntos demandantes de asilo; avisando de que: el hacerse cargo de semejante aluvión de personas, muchas de ellas incontroladas, de distintas procedencias, que asaltaban las fronteras y superaban a toda clase de controles, esparciéndose como mancha de aceite por todos los países, sin que nadie fuera capaz de poner orden, establecer registros adecuados y encauzar, en debida forma, cada grupo hacia su destino final; han resultado, mal que les pese a algunos, proféticas. Alemania ha sido la primera en sufrir las consecuencias de una decisión tomada exclusivamente con el corazón, pero sin que, antes de admitir a los cientos de miles de refugiados que la han ido invadiendo, se hubieran planificado debidamente (algo inusual en un pueblo tan organizado y disciplinado) y tomado en cuenta todas las variables relativas a la forma de incorporar, en cantidades masivas, a personas de distintas culturas, religiones, estamentos sociales, lenguas, preparación técnica y hábitos, en general, tan distintos y, en ocasiones, contrapuestos a los de la nación que los ha acogido.
Las consecuencias no se han hecho esperar. El pueblo alemán ha aceptado, a regañadientes, a personas que, para algunos, les vienen a robar sus puestos de trabajo, para otros les resulta incómoda su presencia donde viven, y por añadidura, cuando resulta que, la mayoría de ellas, no conocen otro idioma que el suyo particular y en ocasiones, sólo hablan extraños dialectos que, evidentemente, constituyen un freno para su completa integración. Hace unos días se produjo el primer gran aviso de lo que puede llegar a ocurrir, si no se toman medidas adecuadas para poner coto a semejante locura. Multitud de mujeres en Colonia, el día de Nochevieja, fueron insultadas, toqueteadas, asaltadas sexualmente y robadas por grupos organizados de personas extranjeras, de apariencia árabe. En Hamburgo sucedió algo parecido, y en Stuttgard, Frankfurt y Bielefeld. En Berlín se detuvieron a dos personas, un iraquí y un pakistaní, sospechoso de haber abusado sexualmente a dos mujeres en las inmediaciones de la puerta de Brandemburgo. En Zurich ( Suiza) se denunciaron 25 agresiones sexuales y robos en la celebración de San Silvestre Las víctimas, mujeres, hablaron de manoseamientos por hombres “de piel oscura”. Ahora vienen los cierres de fronteras, los controles y la amenaza de expulsiones de aquellos que, tan alegremente, fueron admitidos sin tomar las mas elementales medidas que garantizasen que, los demandantes de asilo, eran personas que merecían recibirlo.
¿ Cuántos de estos presuntos amenazados por el EI, pueden haber sido suplantados por terroristas del Daech, infiltrados para dirigirse a ciudades europeas, dispuestos a llevar a cabo atentados como los que recientemente sufrió Francia? Nadie lo sabe, pero tampoco tenemos la seguridad de que, en cualquier momento, aparezcan para llevar a cabo sus crímenes contra los inocentes. O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, vemos como, por desgracia, quienes se dejaron llevar por sentimentalismos, por impulsos caritativos y por medidas urgentes de admisión de inmigrantes, fueron los que, involuntariamente, por supuesto, han permitido que Europa se haya convertido en el alojamiento de gentes con culturas distintas, de religión masivamente musulmana y, como se ha demostrado, con una cultura respecto a la mujeres, a las que consideran como esclavas, que nunca puede ser admitida en una Europa del SigloXXI. En ocasiones, la razón y el sentido común, deben anteponerse a los impulsos de generosidad. La evidencia de lo ocurrido en Alemania lo demuestra.