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Diario YA


 

El crucifijo, siempre escandaloso para el poder

Manuel Bru. 30 de noviembre.

La sentencia de un juez que obliga a un colegio de Valladolid de titularidad pública –prefiero llamarlo así porque todos los colegios desarrollan un servicio público- de retirar los crucifijos de las aulas, merece una atenta serie de consideraciones:

Consideración jurídica: Parece que esta cuestión esta perfectamente amparada por la ley: por los Artículos 16 y 23 de la Constitución, y por el artículo 2.3 de la Ley Orgánica de Libertad Religiosa. Razón que ha llevado a la Junta de Castilla y León a recurrir la mencionada sentencia.

Consideración educativa: El mismo Consejo Escolar del colegio Macías Picavea de Valladolid, víctima de la sentencia, se había pronunciado así: “No retiramos los crucifijos, están bien en las aulas, porque no hacen mal, sino que son signo de amor entregado a los semejantes” y, además, “el crucifijo forma parte de una cultura viva de la mayoría de los pueblos de Europa”. Y tienen razón: en Italia puede ser colocado en las aulas porque es un punto de referencia de la cultura común sobre la que se basa la laicidad de la República. Y en Baviera porque el signo de la cruz representa los valores constitucionales inspirados en valores cristianos y occidentales.

Consideración política: Como ha escrito lucidamente José Luis Restán “sin la presencia de lo que significa y refiere el crucifijo, la laicidad será un vacío desolador”. El ex ministro Alonso ya advirtió, la semana pasada, con motivo del affaire de la Madre Maravillas, que su partido pretende despojar paulatinamente el ámbito público de todo símbolo religioso. El objetivo político es triple: “vaciar a una sociedad de su sustancia”, “provocar una ruptura traumática” y “excluir la dimensión religiosa de la ciudad”.

Consideración religiosa: Se preguntaba el Arzobispo de Valladolid en su carta pastoral a este propósito: ¿Por qué hacer desaparecer la imagen del que ha llevado a personas concretas, familias y pueblos enteros apostar por el bien común, la justicia, el perdón, la ayuda mutua, la solidaridad, la fraternidad y la caridad? La respuesta no es ni jurídica, ni educativa, ni cultural, ni política, sino religiosa. Hay una estrategia antirreligiosa de dominio de las conciencias. No se defiende la a-confesionalidad del Estado, sino la confesionalidad laicista no sólo del Estado sino de la sociedad. Mientras haya crucifijos, en las escuelas, las calles, las iglesias, los hogares, el poderoso verá que hay ciudadanos –no subiditos- que ponen su fe y su esperanza en Alguien que no son ellos, y que hacen suya una manera de cambiar el mundo, la del amor, que es totalmente la contraria de la suya. Y bien saben que ante esa rebeldía, la de la religión, no hay dictadura que valga.  

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