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en que han acabado sus esfuerzos en pro del deport

El deporte, en España, contaminado por la política

Miguel Massanet Bosch. El barón Pierre de Coubertin, historiador y pedagogo francés, fue el que refundó los modernos Juegos Olímpicos (1896, en Atenas), el que pretendió fomentar el deporte a escala mundial con fines educativos, limitándolos a atletas no profesionales, bajo los principios de superación personal, juego limpio y sana competencia. Si pudiera contemplar, desde su puesto en el Olimpo de los dioses, en lo que han acabado sus esfuerzos en pro del deporte limpio y aquellas competiciones con las que pretendía hermanar a los pueblos y fomentar la práctica del deporte amateur, como un medio de mantener sana a la juventud, alejada de los vicios y peligros de una vida apoltronada dentro de las múltiples tentaciones de las grandes ciudades; seguramente habría renegado de haber entregado su vida a tan noble causa. El barón de Coubertin no sacó ni un solo penique de beneficio personal por su entrega al deporte, al revés, murió arruinado por haber entregado toda su fortuna al “movimiento olímpico”.

La realidad es que, dentro del terrible desbarajuste político en el que están enzarzados  para desconcierto y preocupación de los verdaderos españoles, aquellos que pretenden hacerse con el poder en nuestra nación; parece que, no sólo en los ambientes relacionados con la administración del Estado, en los politizados e imprevisibles medios judiciales o en las oscuras y corruptas sedes sindicales de algunas delegaciones andaluzas; sino que, en los propios ámbitos del deporte, se vienen produciendo intentos de convertir a algunas de sus figuras principales y más famosas en iconos, propagandistas y captadores de prosélitos, usados por aquellas formaciones o grupos antisistema o separatistas, como ocurre en Catalunya, que ha conseguido convertir sus clubes deportivos en un engranaje más de su porfía anticonstitucional; mezclando deporte y política en un melting pot de desapegos, insolidaridad, racismo y egoísmo, con el que pretenden fomentar el odio y el rencor contra el resto de España y del pueblo español.

Lo realmente preocupante, lo que más nos irrita a los que queremos seguir siendo españoles, es la tolerancia que en algunos ambientes, tanto del Gobierno como de las autoridades deportivas y todas las instituciones relacionadas con el deporte, se tiene con determinados comportamientos, tanto individuales como colectivos, mediante los cuales se atenta, con mayor o menor virulencia, pero siempre saliéndose del ámbito deportivo, para valerse de la fama, la ocasión, las multitudes que mueven los eventos deportivos y toda la parafernalia que existe en torno las figuras destacadas de todas las modalidades deportivas, para politizarlas, destacar sus declaraciones extradeportivas, valorar y excusar sus salidas de tono, sus justificaciones de comportamientos ilegales o sus faltas de respeto con los sentimientos de todos los ciudadanos que sentimos un respeto por nuestros símbolos patrios y nos consideramos ofendidos cuando alguien se burla de ellos y, todavía más, en el caso de que, quien incurre en tales desacatos, sea una persona pública y valorada como figura del deporte.

Ya son varias las ocasiones en las que un jugador del Barcelona, Gerard Piqué, da muestras de su antiespañolismo, sus sentimientos separatistas, sus excesos verbales, su falta de contención y respeto, no sólo contra España, su gobierno y los españoles, sino contra otros clubes deportivos que, en Catalunya, son considerados más que como rivales deportivos, como enemigos a batir con los que no hay que escatimar insultos, palabras despreciativas y ofensas, ante el menor pretexto que se les presente. Hablamos naturalmente del club de la capital de España, el Real Madrid. De acuerdo que la rivalidad en el campo deportivo puede considerarse como un signo de sana emulación, de aceptable refriega entre aficiones o, si se quiere, de un choque de culturas que nunca debiera pasar del ámbito del deporte para entrar en la personalización, en la descalificación, en el enfrentamiento o en el fomento del odio entre aficiones; cuyos resultados, como ya se ha comprobado suficientemente, puede llegar a extremos en los que, el sentido común y los límites permitidos, se dejan a un lado para entrar en el ámbito de lo ilegal, lo delictivo o incluso lo criminal.

El señor Piqué no es la primera vez que se declara abiertamente separatista; el señor Piqué no es la primera vez que emplea palabras malsonantes, descalificantes e impropias salidas de tono, cuando se refiere a su endémico rival deportivo, el Madrid. Al señor Piqué nunca se le llama la atención, nunca se le sanciona ni se le aplica correctivo alguno. El señor Piqué parece que tiene bula para burlarse de España y los españoles sin que el señor Del Bosque, el pope del fútbol español, se sienta afectado. ¿Qué piensa, en realidad, este venerable personaje, respecto a la Constitución española, la unidad de España o la democracia?, ¿Acaso es partidario de “pelillos a la mar” y perdonar al jugador, porque le caen en gracia sus barrabasadas y sus críticas a España y lo español?

Es posible que a nuestro seleccionador nacional le importe un bledo lo que piensen los jugadores de España o que prefiera hacerse el desentendido, porque el señor Piqué es un buen jugados y esto, para él, es en definitiva lo importante. No obstante, señores, no dudo que habría muchos miles, cientos de miles y millones de españoles que no nos importaría que España estuviera representada, en sus encuentros internacionales, por una plantilla en la que los once fueran patriotas, como es el caso del jugador de la Juventus, señor Álvaro Morata, un español de pies a la cabeza que cuando se le preguntó sobre la final de Copa del Rey y la pitada que recibió el himno. fue diplomático: "No puedo opinar porque no estuve allí, pero soy español y me siento orgulloso de serlo". Y acabó con una promesa: "Si ganamos la final de la Champions sacaré la bandera de España con orgullo". Estos son los jugadores que queremos que nos representen, aunque no sean tan buenos como otros que juegan para su beneficio propio, sin sentir los colores que representan. Verán, nadie le niega al señor Del Bosque su honradez, su capacidad como entrenador o su interés en ganar partidos pero, si quieren que les de mi opinión, preferiría a alguien menos abúlico, más entregado a la causa española, que fuera capaz de excluir de la selección a aquellos que no se sientan a gusto llevando el escudo de España en su camiseta. Es una cuestión de principio o puede que de patriotismo.

En la España de hoy parece que ha arraigado esta especial filosofía de que el patriotismo es una cosa que no vende; algo pasado de moda y que debe ser sustituido por otros intereses más prosaicos, menos identitarios y más materialistas, es decir, la moderna filosofía relativista del “ande yo caliente y ríase la gente”. Y así nos va. Un país que vota mayoritariamente en contra de los intereses de la nación, en contra de sus posibilidades de recuperación y primando el desorden, las libertades sin limitación o los proyectos comunistas, es, sin duda, una nación que ha perdido el Norte, que se ha olvidado de su sensatez y que se deja guiar por los cantos de sirena de aquellos que venden los “duros” a “cuatro pesetas”, es decir, que ofrecen aquello que están convencidos de que no van a ser capaces de dar pero, mientras tanto, se aseguran cuatro años en el poder, desde donde podrán cargarse tranquilamente todo lo que, en estos últimos cuatro años, se ha conseguido, después de que los socialistas de Rodriguez Zapatero nos dejaran la nación con 3.500.000 millones de parados y la economía en la ruina.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, lamentamos que la desmembración de nuestro Estado ya no se limite a la caída de ayuntamientos y autonomías, en manos de los que quieren cambiar el actual sistema de gobierno democrático, sino que, incluso en ambientes ajenos a la política, vemos que la apatía, la tolerancia, la permisividad de sus instituciones, la negligencia de sus representantes y la indiferencia de los propios deportistas, permiten que nuestro deporte esté infiltrado de deportistas que reniegan de su patria. Como decía Thomas Fuller: “Nacemos llorando, vivimos quejándonos y morimos desilusionados”
 

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