EL DESCONCIERTO... porque parece ser el común denominador de un gran parte de la sociedad española
Manuel Parra Celaya. Sin que sirva de precedente, me atrevo hoy a escribir de política; eso conlleva que añado a tamaña osadía un amplio margen de posibles errores, que espero que la benevolencia de los lectores contribuya a atenuar.
A vuelapluma, de modo casi inconsciente, me ha surgido el título: El desconcierto, porque parece ser el común denominador de un gran parte de la sociedad española en una coyuntura que me resisto a llamar histórica, por no caer en el manido latiguillo periodístico; por otra parte, es evidente que la historia de España registra precedentes de lo que está ocurriendo, dicho sea sin el menor afán catastrofista.
En efecto, desconcierto en la derecha, sobre todo en la votante del PP, aunque fuera tapándose la nariz; descontento en la izquierda no montaraz, que se ha visto, de la noche a la mañana, por vía extra electoral, dueña del cotarro, y me temo que sin tener siquiera una ruta de gobierno que no sea la cansina Ideología de Género y sus derivaciones; también nos tememos que continúen los gestos hacia el separatismo catalán, que ya han empezado…: descontento entre los populistas, esos sí montaraces, a quienes se ha arrebatado -con su apoyo, para más inri- ese enemigo que los justificaba y, tras la cursi votación sobre el chalé de marras, van a titubear sobre la dirección en que lanzar sus dardos envenenados; incluso, desconcierto entre los separatistas de toda laya, que dudan ante las intenciones que traerá al respecto de ellos el nuevo presidente, si es que un día se aclara en sus ideas…
Es más grave el desconcierto entre los españoles de a pie, que sospechan que vamos a ir de Guatemala a Guatepeor y, dado ese inicial apoyo a la moción de censura de quienes se niegan a ser tales españoles, recelan de que su patriotismo, apenas redescubierto, vuelva a quedar en los polvorientos archivos de la memoria. Pero no gana a nada el desconcierto de la masa de catalanes que ha roto su miedo y siente la españolidad a flor de piel: ¿serán ahora consideradas fómite de delito contra lo políticamente correcto su flamear de banderas rojigualdas en las calles y su aversión a las esteladas?
No olvidemos, por favor, el gran desconcierto de Ciudadanos, contra quienes parece que ha sido organizada realmente la maniobra; me sumo con esto a un par de opiniones que he leído -no me pregunten ni de quién ni dónde, porque llevo bastante lío- que me han parecido de lo más atinado de entre el coro de lágrimas y penas, aplausos y vítores, de lanzadas a moro muerto y de estupideces en general.
Ciudadanos es un partido atípico, oscilante en sus planteamientos y tácticas y, a veces, contradictorio consigo mismo; tiene a su favor la apostura de su líder nacional y la belleza de su líder catalana, así como el valor de ambos ante los separatistas; pero yo lo sigo considerando un partido de aluvión, poblado por descontentos de la socialdemocracia inexistente y del supuesto liberalismo conservador. Con esos mimbres y la aureola de ser el valladar frente al secesionismo en Cataluña, se configuró como formación política del Sistema, cuando su verdadera vocación, y fortuna acaso, hubiera sido denunciar que es precisamente el Sistema el que ha propiciado los nacionalismos disgregadores.
Pero Rivera nunca se ha atrevido a ir más allá; se ha limitado a desafiar al bipartidismo y, por ello, va recibiendo las bofetadas en la pista del circo que es la política española. No es extraño que ahora, cuando esperaba recoger más votos procedentes del desengaño, vuelva a tener enfrente a los dos partidos que autoriza el Sistema (¿Cánovas o Sagasta, Sagasta o Cánovas?), con escasas posibilidades de ganar en la lid…salvo que se lance, en un rasgo de intrepidez casi suicida, a romper la baraja.
Por último, Vox le puede seguirle de cerca en el empeño, con la ventaja con respecto a Ciudadanos, de que sí se ha atrevido a afirmar que lo que realmente se está tambaleando en estos momentos es todo el Régimen del 78 y no meramente uno de sus puntales.
Como español sin partido que llevarme a la boca, mi preocupación sigue siendo, no la orientación que se marque en las trastiendas y laboratorios de cada bando, tendencia, clan o secta -que seguro pasarán todos por las horcas caudinas de Bruselas y del FMI-, sino la supervivencia de la propia España, tan amenazada en su unidad, y la supervivencia del hombre español, tan amenazado en su dignidad.
Los partidos cumplirán su papel en la política desde lo posible; yo me afirmo en hacer el mío de ciudadano desde lo irrenunciable, como dijo Muñoz Alonso y tan oportunamente nos ha recordado Enrique de Aguinaga.
¿Ven por qué no escribo habitualmente de política?