El director del DiarioYA apoya la causa armenia como enclave cristiano
Glenda Adjemiantz. "Motivo fundamental de esta hostilidad secular fue el hecho de que Armenia adoptara, desde el siglo iv, el cristianismo como religión oficial". Así se pronunció nuestro director editorial en la facultad de Económicas de la Universidad San Pablo CEU, en una conferencia sobre el Genocidio armenio; fue el primer acto oficial del recientemente constituido Consejo Nacional Armenio de España.
El día 4 de mayo de 2011, en la facultad de Económicas de la Universidad San Pablo CEU, tuvo lugar una conferencia sobre el Genocidio armenio; fue el primer acto oficial del recientemente constituido Consejo Nacional Armenio de España, cuya vicepresidenta, Glenda Adjemiantz, actuó como moderadora del encuentro.
Intervinieron Antonio Elorza, profesor de la facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid; José Luis Orella, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad San Pablo CEU y director editorial del DiarioYA; el periodista y escritor José Antonio Gurriarán y Mario Nalpatian, miembro del Consejo Nacional Armenio Mundial.
El profesor Elorza abrió la sesión señalando que el tema del reconocimiento del Genocidio es algo que concierne, por supuesto, a los armenios y a los turcos, como agentes principales, pero igualmente a la humanidad en su conjunto. Para los armenios significaría la posibilidad de cerrar un duelo que dura ya casi un siglo; asumir el pasado liberaría a la sociedad turca de un enorme peso que impide su desarrollo democrático completo. Para todos nosotros, reconocer los errores históricos y, en ocasiones, un silencio culpable, contribuiría a mejorar nuestra condición como seres humanos y a evitar atrocidades futuras.
Elorza evocó a Primo Levi para asegurar que la vocación de destruir es humana y resurge de tanto en tanto, de manera organizada desde el poder. Su incapacidad para hacer frente al sufrimiento derivado de esta constatación condujo al escritor judío al suicidio. Asimismo, recurrió a la comparación entre Hitler y Talat Pachá, cuya inclinación al mal es también la insignia de ese nacionalismo extremo que se convierte en nacionalismo del odio y que no deja lugar para el arrepentimiento.
Hizo también un llamamiento a la necesidad de evitar la trivialización del lenguaje: la característica esencial que avala la aplicación rigurosa del término «genocidio» es la idea de eliminación premeditada de un pueblo, asentada en un odio generado a través de la historia. En el caso armenio, una civilización milenaria, protagonista de realizaciones culturales de extraordinario valor, aislada entre pueblos hostiles y codiciosos de su territorio.
El recuerdo del Genocidio armenio ha de servir para reivindicar la lucha de otras comunidades: todo homenaje a un pueblo que ha padecido el intento organizado de ser suprimido es un homenaje a la humanidad, que tiene derecho a conocer estos terribles sucesos para no olvidar que cualquier ideología del odio genera la base para exterminar al otro.
El peso de Turquía en la realidad geopolítica actual es creciente, y ello determina que gobernantes como Obama, que anunció su disposición a reconocer el Genocidio, finalmente hayan optado por eludir la cuestión. Al éxito de la estrategia de Erdogan en su cerco a los armenios, a través de Irán y Azerbaiyán, se suma la actitud rusa, mediatizada por intereses económicos. Ese bloqueo está siendo realmente duro para los ciudadanos armenios.
Para Antonio Elorza, los gestos de acercamiento entre turcos y armenios son insuficientes: los que son auspiciados desde instancias oficiales corren el riesgo de convertirse en meras distracciones; las iniciativas individuales, como la del alcalde de Kars, que erigió un monumento a la amistad entre los pueblos, son abortadas sin miramientos también desde ámbitos gubernamentales. Las posibilidades de que la comunidad internacional ejerza una presión efectiva y consiga de Turquía la superación de su postura negacionista no son muchas, en opinión del ponente. No obstante —concluye Elorza—, hay que seguir luchando por el reconocimiento porque se trata de una necesidad universal.
A continuación utilizó su turno de palabra don José Luis Orella, cuya intervención tuvo un evidente carácter académico; no en vano, buena parte del auditorio estaba compuesto por alumnos de la asignatura de comunicación, futuros profesionales de los medios, a los que dirigió una serie de preguntas.
En primer lugar, Orella quiso reflexionar acerca del desconocimiento general que existe sobre el pueblo armenio, una civilización con siglos de historia, cuya potencia cultural resulta extraordinariamente rica, pero de la que apenas nada se sabe en España. ¿Quiénes son los armenios? Orella destacó especialmente su condición de pueblo mártir, obligado a sobrevivir entre enemigos por el azar de una posición geográfica concreta y el devenir histórico. Motivo fundamental de esta hostilidad secular fue el hecho de que Armenia adoptara, desde el siglo iv, el cristianismo como religión oficial. Precisamente este carácter de enclave cristiano rodeada de vecinos musulmanes fue consolidando, a través de los tiempos, el papel fundamental que la Iglesia armenia ha desempeñado como aglutinadora de la identidad comunitaria.
Para José Luis Orella, el mantenimiento de esos rasgos esenciales de la personalidad propia entre la población que se vio forzada a huir de las matanzas turcas a comienzos del siglo xx ha resultado un factor básico de cohesión; asimismo, la hermandad entre los descendientes de esta diáspora y los habitantes de la Armenia actual, la antigua república soviética, resulta una necesidad esencial que afianza ese sentimiento de supervivencia característico del pueblo armenio.
Para finalizar, Orella insistió en dos elementos de enorme relevancia, relacionados ambos con la responsabilidad de los medios de comunicación. Por una parte, estos son fundamentales para difundir el conocimiento de la realidad armenia y de su lucha, de sus reivindicaciones y, en particular, de la exigencia de reconocer el Genocidio. No hay que perder de vista —señaló— que el silencio inicial permitió la impunidad. Evitar el desconocimiento de un hecho histórico es necesario para que no vuelva a repetirse. En segundo lugar, no es lícito instrumentalizar la lucha rebajando la dignidad de quien expresa una opinión diferente; es imprescindible cuidar con esmero el tratamiento del «contrario», evitando siempre el lenguaje que denigre. El periodista no puede convertirse en un «educador maligno» de la sociedad, concluyó.
Como en ocasiones anteriores, la intervención de José Antonio Gurriarán estuvo marcada por la emotividad y el sincero afecto que este periodista siente por los armenios. Durante su exposición, recurrió con frecuencia al relato de su experiencia personal y expresó su satisfacción ante el hecho de que, desde los años ochenta, la presencia armenia haya experimentado un incremento notable en España, a pesar de que la diáspora no tuvo relevancia alguna en nuestro país.
Como los ponentes anteriores, aludió a los diversos genocidios conocidos a lo largo de la historia, los pasados y otros más recientes; incidió en el carácter de encrucijada cultural de Armenia, en su condición de enemigo codiciado y en su aislamiento entre enclaves musulmanes. En este sentido, señaló una vez más la importancia de la Iglesia nacional, refiriéndose al hecho de que allá donde hay un templo armenio surge inmediatamente una escuela, una tienda, un lugar de reunión, un barrio entero.
Sobre la falta de atención internacional a la cuestión del reconocimiento, Gurriarán centró sus expectativas en el caso español y aseguró que el logro de este extremo está, sin duda, condicionado a la creciente actividad de la comunidad en nuestro país. Se refirió a algunas actividades realizadas recientemente, encuentros diversos, conferencias, reuniones culturales, etc., y alentó el desarrollo de futuros eventos con el fin de extender la presencia de lo armenio entre los españoles.
A continuación, aludió a los diferentes resultados obtenidos por judíos y armenios en lo relativo al reconocimiento internacional de los respectivos procesos que, en ambos casos, buscaban su exterminio. La cercanía de los judíos a los centros de poder político y económico o la presencia, en la cultura popular, del tema del Holocausto —que sirvió de inspiración para numerosos libros y, especialmente, películas—, son argumentos que podrían arrojar algo de luz al respecto. No obstante, aseguró Gurriarán, «el pueblo alemán no es el pueblo turco», refiriéndose a la capacidad de autocrítica del primero frente a la cerrazón negacionista de los segundos. Un negacionismo que pasa por alto la constatación del Genocidio por parte de los más prestigiosos historiadores.
Reconocer los hechos ha de servir para que la juventud armenia, siempre mediatizada por un pasado trágico, pueda definitivamente mirar al futuro. Como paso fundamental, el periodista se refirió a la condena sobre el Genocidio por parte de un juez federal argentino, gracias a la incansable actividad de la familia Hayrabedian, que logró demostrar la desaparición de cincuenta antepasados como resultado de las matanzas perpetradas por los turcos a comienzos del siglo xx. Asimismo, aludió al hecho de que el nieto de Gemal Pachá, uno de los instigadores de aquellos sucesos, haya exigido públicamente, desde su condición de periodista, que el Gobierno turco asuma las atrocidades pasadas; un ejemplo edificante que se une al del premio Nobel Orham Pamuk.
Cualquier iniciativa es bienvenida si sirve para generar debate; toda movilización tiene sentido. La conclusión es que hay margen para la esperanza.
La intervención de Mario Nalpatian comenzó con el reconocimiento expreso a la labor que José Antonio Gurriarán viene realizando desde hace décadas en la difusión de la causa armenia en España. A continuación, definió el Genocidio como la máxima expresión de la intolerancia entre los pueblos, e insistió en que tal caracterización implica considerar al Estado como autor intelectual y brazo ejecutor.
En la más extensa de las cuatro intervenciones de anoche, Nalpatian procedió a exponer, con todo rigor, los principales episodios que jalonan la historia armenia desde finales del siglo xix hasta la etapa posterior a la guerra y el establecimiento de las fronteras por parte del presidente Wilson.
Hizo especial hincapié en el tema de la Diáspora, un concepto al que está vinculada no solo la búsqueda de un espacio vital para el desarrollo de la comunidad en el exilio, sino, de manera específica, la exigencia de recuperación de la memoria histórica y la búsqueda de la justicia.
Turquía no estuvo sola; el silencio y la indiferencia alemanes se convirtieron inmediatamente en cómplices de la tragedia armenia. Casi un siglo después, podemos constatar el éxito del negacionismo turco como política de Estado: la ausencia de castigo no contribuirá a evitar actos tan atroces como los que acabaron con la vida de millón y medio de armenios en el pasado.
Para reivindicar la actualidad política del Genocidio armenio es absolutamente necesario que el debate se inicie, y, para ello, la premisa básica es dar a conocer la causa armenia entre los españoles. El gobierno de España permanece ajeno por completo a este tema, y la postura del Consejo Nacional Armenio al respecto no deja lugar a dudas: tal actitud implica una evidente falta de valentía, extensible a gran parte de los gobiernos de la Unión Europea, con graves implicaciones, dado que la cuestión armenia ha de considerarse en el marco de los crímenes de lesa humanidad. No caben posiciones de derechas o de izquierdas; los políticos en su conjunto deberían trabajar por el reconocimiento del Genocidio. Asimismo, tratar de asegurar la viabilidad del Estado armenio actual, en ese inestable Cáucaso sur donde las fronteras siguen generando conflictos, es una obligación, si queremos asegurar una convivencia igualitaria entre Estados soberanos, con relaciones diplomáticas normalizadas y apertura de fronteras. El recuerdo al territorio de Nagorno-Karabaj es, en este sentido, obligado.
Forcemos a la Unión Europea a ser coherente con sus propias resoluciones, por ejemplo las relativas a la apertura de fronteras; de otro modo, no habrá lugar para alianza de civilizaciones y haremos escasa contribución a la paz mundial.