El Dogma de la Asunción de la Santísima Virgen
Tras casi 1900 años de fe de la Iglesia en esta verdad, confirmada y ratificada por el sucesor de Pedro, a partir de ese momento ya ningún católico podía dudar del hecho de la Asunción de María en cuerpo y alma al Cielo, sin apartarse de la Fe de la Iglesia. Y es importante recordar la irreversibilidad que tiene un Dogma declarado. La infalibilidad del Papa al proclamar “ex-cathedra” un dogma de fe, no recae sobre el valor de los argumentos esgrimidos por el Pontífice para apoyarlo, sino sobre el objeto mismo de la definición. Esto significa que no podría darse el caso de que alguno de los argumentos utilizados fuesen considerados posteriormente dudosos -o incluso, falsos. Después de la definición de un dogma, la verdad definida es asunto de fe. La infalibilidad cae sobre la verdad, no sobre los argumentos empleados en la introducción de la definición del dogma.
Sin embargo, la mariología considera que los argumentos teológicos que explican el Dogma de la Asunción -al igual que el de la Inmaculada Concepción- son del todo firmes y seguros, y por sí solos nos llevarían -como llevaron a la Iglesia durante tantos siglos- a creer con certeza en la Asunción de María al Cielo en cuerpo y alma. Aquí podemos enmarcar la catequesis de Juan Pablo II en la audiencia general del miércoles 2 de julio de 1997 que seguiré en lo sucesivo.
En la línea de la bula Munificentissimus Deus, el concilio Vaticano II afirma que la Virgen Inmaculada «terminada el curso de su vida terrenal fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo» (L. G. 59). Esto padres reafirma que María, a diferencia de los demás cristianos que mueren en gracia de Dios, fue elevada a la gloria del Paraíso también con su cuerpo. Se trata de una creencia milenaria, expresada también en una larga tradición iconográfica, que representa a María cuando “entra” con su cuerpo en el cielo.
El dogma de la Asunción afirma que el cuerpo de María fue glorificado después de su muerte. En efecto, mientras para los demás hombres la resurrección de los cuerpos tendrá lugar al fin del mundo, para María la glorificación de su cuerpo se anticipó por singular privilegio. Al definir este dogma, Pío XII no quiso usar el término «resurrección» y tomar posición con respecto a la cuestión de la muerte de la Virgen como verdad de fe. La bula se limita a afirmar la elevación del cuerpo de María a la gloria celeste, declarándolo «dogma divinamente revelado».
¿Cómo no notar que, desde siempre, de la fe del pueblo cristiano ha querido proclamar la glorificación del cuerpo de María? El primer testimonio de la fe en la Asunción de la Virgen aparece en los relatos apócrifos de tradición popular titulados «Transitus Mariae», cuyo núcleo originario se remonta a los siglos II-III. Desde Oriente se difundió a Occidente con gran rapidez y a partir del siglo XIV, se generalizó.
Munificentissimus Deus, refiriéndose a la participación de la mujer del Protoevangelio en la lucha contra la serpiente y reconociendo en María a la nueva Eva, presenta la Asunción como consecuencia de la unión de María a la obra redentora de Cristo. Al respecto afirma: «Por eso, de la misma manera que la gloriosa resurrección de Cristo fue parte esencial y último trofeo de esta victoria, así la lucha de la bienaventurada Virgen, común con su Hijo, había de concluir con la glorificación de su cuerpo virginal». La Asunción es, por tanto, el punto de llegada de la lucha que comprometió el amor generoso de María en la redención de la humanidad y es fruto de su participación única en la victoria de la cruz.
Hasta aquí la doctrina pontificia sobre el dogma que celebramos el 15 de agosto. No quiero concluir sin decir que la Asunción nos recuerda una esencial dimensión de la vida cristiana que hoy parecemos tener bastante olvidada: su sentido escatológico, es decir, lo que esperamos a partir de la muerte. El acontecimiento fundamental para tender la mirada hacia el más allá es la Resurrección de Cristo. No estamos aquí para siempre, pero vivimos como si esto fuera definitivo. Esto no es bueno porque quien vive consciente de que está de camino, avanza mejor. Y lo definitivo para nosotros es Dios, es Cristo.
Con la Asunción tenemos en María el ejemplo de una persona humana que ya llegó al término. Una persona como nosotros está allá. Eso es lo que celebramos en esta solemnidad. Debemos mirar a "lo último", no con miedo, sino con esperanza. Así podremos orar como nuestro clásico lo hacía en el siglo XVI: “Al cielo vais, Señora,/ y allá os reciben con alegre canto./ ¡Oh quién pudiera ahora / asirse a vuestro manto / para subir con vos al monte santo!/ De ángeles sois llevada / de quien servida sois desde la cuna,/ de estrellas coronada:/ ¡Tal Reina habrá ninguna,/ pues os calza los pies la blanca luna!” [Fray Luis de León: Oda a la Asunción]