El duelo y el dolor (III)
Pilar Muñoz. 26 de agosto.
LOS NIÑOS SON DIFERENTES.
En esta última entrega de análisis sobre el impacto emocional de la tragedia vivida en el aeropuerto de Barajas, no podemos olvidar al grupo que más invade nuestro dolor, que más perplejidad levanta: los niños. En este malogrado vuelo iban nada más y nada menos que veintidós niños de diferentes edades y tramos evolutivos. El cruel destino también les ha distribuido entre fallecidos y heridos, y entre éstos últimos también están los graves y los leves, pero todos ellos son los sufrientes olvidados.
Pero detrás de las víctimas adultas también están niños y niñas que deben afrontar el doloroso proceso del duelo, el trauma y la culpa. Para todos ellos, pero sobre todo para los adultos que deben afrontar la responsabilidad de acompañar y gestionar su dolor, está especialmente pensado este artículo. Desde mi silencio de reconocimiento y acompañamiento, les propongo con todo el cariño y ánimo el siguiente esbozo reflexivo y terapeútico.
CONSIDERACIONES PREVIAS SOBRE EL MUNDO INFANTIL Y EL DUELO.
Los niños no poseen los recursos ni la experiencia necesarios para integrar la pérdida de un ser querido dentro de su mundo de fantasía. En sus cabezas rellenan el vacío con ideas culpabilizantes del estilo de “de alguna manera tiene que ser mi culpa”. Desgraciadamente, los adultos de referencia que han de ayudarle, están inmersos en la misma pérdida o en múltiples pérdidas, con lo cual pasa inadvertido su dolor y culpa. Los adultos están situados en su propio dolor, pero los niños están dispersos entre el juego y el inconsciente culpable junto con una emoción demasiado intensa para su evolución.
Los niños al igual que son capaces de sentir amor, también sienten dolor, el problema lo tienen en el modo de comunicar sus necesidades o articular la pérdida del ser querido. A menudo carecen de palabras para verbalizar sus emociones. Es para ellos una lógica perversa el comprender el final de la vida, cuando ellos la están comenzando.
Los niños responden de maneras diferentes después de una pérdida, pero todos se ven afectados. La sintomatología es muy diversa y desde luego significativamente alejada de la manifestación adulta. No esperemos ver a un niño lloroso o taciturno, más bien podemos ver un niño que se ha vuelto más estridente, agresivo o desatento. La causalidad está bien definida: integrar y aceptar la pérdida y en definitiva abordar lo irreversible de la muerte.
Los niños más pequeños, entre los tres y los seis años creen que la muerte es temporal y reversible, esta creencia está reforzada por los personajes en dibujos animados que se mueren y reviven otra vez. Los niños entre seis y nueve años comienzan a pensar más como los adultos acerca de la muerte, pero todavía no pueden imaginarse que ellos o alguien cercano pueda morir. El tramo de peor pronóstico para superar un trauma en una muerte inesperada es el correspondiente entre los once y dieciséis años, siendo un impacto emocional duradero e intenso.
Es normal que durante las semanas siguientes a la muerte algunos niños sientan una tristeza profunda o que persistan en creer que el familiar querido continúa vivo. Sin embargo, la negación a largo plazo a admitir que la muerte ha ocurrido no será saludable, pudiendo tener consecuencias más severas en el futuro.
SINTOMATOLOGÍA FRECUENTE POST-TRAUMA EN EL NIÑO.
La cólera y la rabia son reacciones naturales. Esta ira se puede manifestar en juegos violentos, pesadillas, irritabilidad o coprolalia (palabras soeces).
Involuciones o regresiones a etapas ya superadas. El niño, temporalmente, actúa de modo más infantil, exigiendo comida, atención, cariño y habla como un bebé. Todo ello es la manifestación de un fuerte sentimiento de culpabilidad.
Tras el primer impacto, vendrá un período prolongado depresivo, durante el cual el niño pierde interés por los centro y actividades de juego que antes le atraían.
Alteraciones del sueño, tanto en cantidad como en calidad del sueño: pesadillas y/o terrores nocturnos, somniloquios (hablar en voz alta durante el sueño), miocolonía (movimientos bruscos de miembros inferiores y superiores).
Mimetismo Y/o identificación intensa con la persona fallecida: gestualidad, habla, vestimenta.
Expresiones verbales del deseo de querer irse al mismo lugar donde está el familiar fallecido.
Aislamiento y pérdida de habilidades sociales, rechaza o es reticente a estar con otros amiguitos.
Deterioro leve o intenso en las tareas escolares. Descenso de las calificaciones o dificultades de aprendizaje específicas que antes no existían.
PROTOCOLO TERAPEÚTICO PARA POBLACIÓN INFANTIL
Es importante explicar de forma clara a los niños afectados lo sucedido, evitando las mentiras y ocultaciones. No es nada recomendable decirles que el familiar fallecido está dormido o se ha ido de viaje, puesto que generaría fobias y desviaciones psíquicas más perjudiciales.
Una vez transmitida la verdad dolorosa, no es bueno abundar en detalles morbosos sobre cómo se produjo la muerte. En el caso del accidente aéreo, se recomienda especialmente evitar ver imágenes televisivas saciantes y morbosas.
Se debe estar atento y escudriñar los sentimientos del niño. Los niños atienden mejor un abrazo que una palabra. Indiquen al niño que les interesa su dolor y que quieren ayudarle. Anímenlo a que hable de sus sentimientos y temores.
Señalen al niño que es bueno el expresar los sentimientos de culpa, ira, confusión o desesperación. Estos sentimientos no deben reprimirlos ni el niño ni el adulto consejero.
Es muy aconsejable que los niños participen, en la medida de sus posibilidades, del velatorio y sus rituales. De igual forma, hemos de evitarlo si el niño lo rechaza. Al permitirlos participar de estos eventos les damos la posibilidad de experimentar la sensación de una despedida.
No debemos temer llorar delante de los niños, ellos comprenden y nos acompañan en nuestro dolor, pero hemos de evitar las situaciones dolorosas de estruendo o descontrol emocional, por la parte imitativa que comporta para el pequeño.
Si se tiene fe y se cree en la vida eterna, la cuestión es más sencilla, menos penosa, porque esta separación es temporal, con la esperanza y la certeza del encuentro en presencia del Padre Eterno.
…”Desperté de ser niño.
Nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre….” Miguel Hernández.