Ángel del Río. 30 de diciembre.
Vaya madrugada toledana que he tenido. Sentí unos ruidos inquietantes en medio del silencio de la casa; después, una serie de pasos cortos y sigilosos; más tarde, como si se cerrara lentamente una puerta, y por fin una serie de clic, clic, como el chasquido de una máquina de fotografiar en activo.
Me he levantado, lo confieso, con bastante miedo en el cuerpo, porque después de lo de José Luis Moreno y de los casos que casi a diario conocemos de robo en domicilios con los propietarios dentro, uno se teme lo peor.
En un rincón del salón, agazapado, casi en cuclillas, me encuentro a un individuo disfrazado de espía, con su gabardina de solapa ancha, sus gafas oscuras, una grabadora en sus manos y una máquina de fotografiar colgada del hombro. Reacciona rápidamente: “Tranquilo, no pasa nada, no es lo que parece”, me dice el intruso tímidamente y balbuceando.
Pues no, no es lo que parece, es algo más surrealista. El okupa de la gabardina me dice que no es un ladrón, que no ha entrado para robar nada, que es algo así como un espía, un agente de
Consigo echar de casa al intruso, pero cuando dos horas después cojo el coche para ir a trabajar, me lo encuentro en el asiento del copiloto. ¡Se me ha colado en el coche! No hace falta que le pida explicaciones. Me dice que está facultado por
En el fondo, el personaje me inspira ternura, quizá pena. Se podía haber dedicado a un trabajo honrado, pero claro, según está la cosa… Como hace un día de perros y llueve de forma abundante, me brindó a llevarle en coche. Me lo agradece, y casi pidiéndome perdón, se excusa: “Usted comprenderá. Más vale pedir que robar, pero es que a mí me da mucha vergüenza pedir…”. Me dice que le deje junto al paso subterráneo de Banco de España, porque tiene que hacer un nuevo intento. Le han dicho que en el pasillo hay un mendigo que toca una desvencijada acordeón y va a ver si le pilla sin el canon cubierto y le mete un paquete. Si un espía de