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Diario YA


 

vivencias espirituales de Medjugorje

El fin de la Historia

Javier Paredes. Tengo todavía pegados en mi alma los recuerdos de las vivencias espirituales de los días pasados en Medjugorje. En aquel pueblecito de la antigua Yugoslavia se va por lo directo a lo único importante, la santidad, porque todo lo demás es muy secundario y hasta prescindible, como bien recuerdan los famosos versos:

La ciencia más acabada
es que el hombre en gracia
acabe,
pues al fin de la jornada,
aquél que se salva, sabe,
y el que no, no sabe nada.

Precisamente en el último de los mensajes de Mejugorje, la Virgen –casi me dan ganas de llamarla también la Gospa como ellos, a ver si se me pega el amor que le tienen a la Madre de Dios- nos invita a enderezar el rumbo de nuestras vidas con estas palabras: “Amad a Dios sobre todas las cosas y vivid Sus Mandamientos. Así vuestra vida tendrá sentido y la paz reinará en la Tierra.” (www.centromedjugorje.org).

En efecto, esas palabras de la Virgen son todo una análisis y a la vez el mejor de los remedios de los males que padecemos. La cultura de la modernidad se ha empeñado en proclamar que el hombre es un ser autónomo, que se puede dar a sí mismo sus propias leyes sin referencia alguna a Dios, y así nos luce el pelo. ¿Será necesario recordar que los programas de la Historia desde el siglo XVI, desde que se implanta la cultura de la modernidad, están jalonados de guerras y atentados contra el hombre? No, el fin de lo Historia, es decir el objetivo por el que hay que entregar la vida, no es ni la grandeza de la Corona, ni la fortaleza del sindicato, ni la unidad del partido... El fin de la historia es que el hombre sea plenamente hombre, que vuelva a Dios, que sea santo.

Y no son pocos los agentes dispuestos a desviarnos de nuestro objetivo, todos ellos hijos del padre de la mentira. Sin duda, uno de los más nocivos es el modernismo,  y  a la vez tan sutil, que se puede uno contagiar de este mal del alma sin darse cuenta. Quizás por eso, la Virgen se refiere también en este mensaje al modernismo, el peor de los venenos espirituales del que ocuparé en mi próximo artículo.