El fruto de la Paciencia
Mater Dei. “La paciencia todo lo alcanza” (decía la Santa de Ávila), pero ese alcanzarlo todo es la resultante de que tengamos la “objetividad” sobrenatural suficiente para distinguir cuándo actúa Dios, y cuándo el hombre. Dios actúa siempre sin más calificativos, mientras que el hombre, normalmente, lo hace por condicionamientos. La tragedia se produce al no ver cumplidos materialmente nuestros deseos… y se desencadena la frustración y la impaciencia.
“Pero esperar lo que no vemos, es aguardar con paciencia” (Romanos 8, 25). Tener paciencia, como fruto del Espíritu, es entrar en el tiempo de Dios. No podemos olvidar que “El que se sienta en los cielos se sonríe, Yahvéh se burla de ellos” (Salmo 2, 4). Más allá de una postura sarcástica ante el sufrimiento del hombre, se trata de la inmutabilidad de Dios frente al desprecio de aquellos que pretenden su muerte. ¿Cómo resuelve Dios este drama?: Con la paciencia; con el saber esperar. Es la propia Encarnación del Hijo de Dios la que hace reventar en mil pedazos los razonamientos humanos. ¿Poder? ¿dominación? ¿riquezas?… Todo eso es nada con el gran tesoro de la paciencia. Y el límite de esa paciencia terminará con el fin de los tiempos.
Dice Santo Tomás de Aquino: “La paciencia es una virtud que impide que la recta razón sucumba bajo el peso de la tristeza que nace de los males que nos sobrevienen”. La fuerza de la paciencia produce alegría, pues el hombre que ha entrado en la voluntad de Dios asume la realidad que le corresponde con el optimismo que produce la esperanza. Y recordamos al santo Job, adentrándose en la sabiduría de la providencia divina ante tanto sufrimiento, y dándonos la clave de su paciencia: “Desnudo salí del seno de mi madre, desnudo allá retornaré. Dios dio, Dios quitó: ¡Sea bendito el nombre de Dios!” (Job 1, 21).
Atisbamos en el horizonte la silueta de tres cruces. Al pie de una de ellas una madre, desconsolada, mira el cuerpo atravesado de su hijo… Miramos atentamente a María, la madre de Jesús, al pie de la Cruz y, por fin, adquirimos la sabiduría de encontrar el consuelo que nos falta… ¿no velan las madres el sufrimiento de los hijos sin importarles la espera?
Mater Dei
Archidiócesis de Madrid
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