Puños en alto
No me preocupa demasiado que los miembros del Partido que ocupa el Gobierno de España saludaran con el puño cerrado en alto en su último Congreso Federal. Son nostálgicos… Hubo una época en que las ideologías movían a grandes masas a las que gustaba identificarse con símbolos definitorios y simplistas. El puño cerrado, al mismo tiempo agresivo y soez, es considerado universalmente la representación de una ideología totalitaria (en sus diversas variantes) que ha costado a la humanidad más de cien millones de muertos (si es posible una cuantificación en este terreno) y un elevadísimo deterioro moral de las personas que han vivido y viven aún sometidos a los dictados del socialismo y del comunismo. Todo ello en las más variadas formas como los asesinatos masivos, el sistema de campos de concentración y exterminio, las hambrunas deliberadamente mantenidas, las deportaciones, el terrorismo…
El caso español entre 1936 y 1939 sirvió de escenario a miles de crímenes llevados a cabo con técnica y participación soviética: checas, sacas, torturas… hasta el Presidente del Gobierno Negrín llegó a autorizar al Comisariado político establecido en el Ejército para suprimir físicamente «a aquellos que no estuviesen de nuestra parte y fueran enemigos declarados del régimen» en una orden que lleva fecha de 18 de marzo de 1938, siendo Prieto ministro de Defensa y que originó un número muy elevado de ejecuciones. Según el también socialista Julián Zugazagoitia, Negrín había dicho que «El terror también es un medio legítimo cuando se trata de salvar al país». Por algo el puño cerrado fue convertido por la República española en el saludo oficial del Ejército Popular, renunciando al tradicionalmente empleado en medios castrenses. «Hoy se publicará el Diario Oficial de Guerra una disposición cambiando el saludo militar, que será en lo sucesivo de esta forma: con armas, levantando el brazo en ángulo con el puño cerrado, o sea el saludo antifascista; y sin armas, levantando el brazo con el puño cerrado a la altura de la visera» (Fragua Social, Valencia, 7-octubre-1936). Soldados y oficiales componían una grotesca estampa cada vez que venían a poner su mano izquierda en una posición que algunos definían con agudo humor hispano apenas compatible con los dictados de Moscú a cuyo servicio estaba dicho Ejército.
Como recuerda el historiador Pierre Chanu «Desde el principio del mundo ningún régimen, ninguna dinastía, ningún monarca había conseguido nada parecido. Ni siquiera el nazismo». La comparación, por más que resulte muy socorrida, apenas resulta válida: porque el comunismo ha matado más que el nazismo, durante más tiempo que él y antes que él. Y no es que la cuestión de las cifras sea primordial en este asunto es que, a pesar de ello, ha conservado toda su legitimidad política e intelectual; sigue en el poder en varios países y recluta adeptos en el mundo entero dentro de sus más variadas formas.
Por eso, que los socialistas en el poder saluden con el puño en alto no me produce excesiva preocupación; me produce una sensación a medio camino entre el asco y la indignación. Lo que me preocupa es que haya millones de españoles que no comparten el proyecto radical de cambio de régimen y de sociedad inspirado, sostenido y llevado adelante de manera sistemática en España por el Partido Socialista desde 1982 y, sin embargo, paralizados por otra ideología (en este caso el liberalismo) admiten con naturalidad vivir en el ambiente jurídico y moral que la izquierda y los nacionalistas van imponiendo. Y peor aún “vampirizados” (la expresión no es mía) por otras organizaciones políticas y religiosas que se prestan a colaborar en la deriva del proceso revolucionario contentándose mansurronamente con el papel de representar al sector moderado y teórico defensor retórico de unas libertades que hace mucho dejaron de existir.