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Diario YA


 

El hormiguero

Pilar Muñoz. 8 de abril. Nos hallamos inmersos en la Semana Santa, una de las fechas más importantes y destacadas en el calendario para un cristiano. El domingo anterior fue uno de los domingos litúrgicos más solemnes: el Domingo de Ramos. La segunda lectura, correspondiente a la carta del apóstol S. Pablo a la comunidad Filipense, trata sobre el aspecto central de este artículo: la humildad y la presencia silenciosa dentro del grupo.

Dice así S. Pablo: “Cristo se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos”. La experiencia de las primeras comunidades cristianas, en cuanto a su comportamiento grupal y la distribución de sus funciones, fue de colaboración mutua, de ausencia de protagonismo y vigilancia constante de la tarea callada y pequeña que configuraba un objetivo común y beneficioso para todos sus miembros. S. Pablo nos sitúa a Cristo como modelo de Verdad y Vida, proponiéndonos un comportamiento saludable y recomendable si queremos posibilitar la fraternidad objetiva.

Puesto que una imagen vale más que mil palabras, propongo un símil que es fácil de entender por todos: el comportamiento de las hormigas. Cada uno de estos diminutos seres tiene la obligación de una tarea simple, pequeña, pero insustituible. De cada una de ellas se espera que se comporte como las demás, que siga los planes para la supervivencia del hormiguero. Existen varias funciones dentro del colectivo, existe una jerarquía definida y aceptada: la reina y los soldados que la vigilan y protegen. También estas funciones tienen sus obligaciones, incluida la de generar miles de huevos para perpetuar la especie dentro de ese reducto subterráneo.

La reina es una, los soldados son pocos, pero las hormigas son multitud. Cada diminuta criatura porta su trocito de pan, de brizna o de espiga, sigue un camino más o menos largo, cuyo propósito es aportarlo al hormiguero, sin más pretensiones, pero tampoco con menos. Es un trabajo pequeño, uno más dentro del torrente procesionario de las demás. Es un trabajo silencioso, pausado, sin protagonismo y con la incertidumbre de no llegar al final, pero con la obligación y la dicha de ser en ese momento portadora dentro del grupo de vida y colaboración. En el camino pueden ser pisoteadas, pero habrá otra hormiga que cargue con ese trocito y lo lleve finalmente al hormiguero. ¿Ha sido productivo y válido el trabajo de la primera hormiga? ¿Se llevará las medallas la hormiga que consiga aportar el grano al hormiguero?

Sea válida la moraleja reflexiva para estos días centrales en la fe cristiana. Jesús de Nazaret nos enseñó la humildad de pasar por uno de tantos, se despojó de sus “galones”. Nosotros, siendo hormigas, jugamos a ser dioses. Queremos ser los constructores del hormiguero, a la vez deseamos el trono de la reina, nos encantaría la fortaleza de las soldados, soñamos con la producción total del colectivo, pero….nos olvidamos que somos pequeños, que aisladamente, en lo secreto y callado, tenemos cada uno una pequeña tarea, única, importante, decisiva y trascendental para cada uno y para el grupo. Nos va mucho en su desempeño: la felicidad, la estabilidad, la cohesión grupal, la supervivencia como especie y la aceptación de nuestra pequeñez y finitud.

Para la arrogancia y soberbia del hombre, el desempeño diario de tareas pequeñas supone un ejercicio de aceptación de sí mismo y su condición. La negación de la tarea, el escapismo de ese eslabón dentro de la cadena grupal, el desprecio al trabajo productivo, no retribuido socialmente en divisas de poder, de fama o de acumulación, es considerado indigno, involucionista, con pocas expectativas y ausencia de protagonismo. El hombre patológicamente desea destacar, anhela la admiración del resto de sus semejantes, se eleva por encima de su condición humilde con pretensiones de felicidad perpetua. El error está en su planteamiento, carece de verdad existencial, puesto que el hombre más feliz y pleno es aquel que tiene pocos miedos y escasa ambiciones, aquel que es capaz de hacer en cada momento aquello que se le exige, por callado y oscuro que parezca.

El día a día del hombre tecnificado está plagado de frustraciones, de amarguras, de proyectos desvanecidos en el mismo momento de su gestación. Cada amanecer ponemos en marcha el motor de la singularidad y la excelencia respecto al resto. Nos sentimos fuertes en nuestros pequeños cubículos: coches grandes, casas blindadas, trajes de marca, objetos de lujo. Cualquier cosa que nos distinga del resto nos retribuye momentáneamente, pero a la larga nos sabemos perdedores, en cualquier momento podemos perderlo todo, no sólo con la muerte, sino con recodos del camino: crisis, paro, enfermedad, delincuencia.

El hormiguero está necesitado de trabajadores que cumplan su función, que tengan la sencillez y honradez de aportar su trabajo único y necesario para elaborar entre todos un maravilloso laberinto de vida, de fraternidad posible, donde cada uno cuente con el siguiente y con el anterior, sin la desconfianza y el paranoidismo que nos posibilita el sentirnos reyes de la selva, cuando nuestra realidad es la pequeñez de la hormiga.

Queridos lectores, les deseo Feliz Pascua o Paso del Señor. 

 

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