El imparable ascenso de Podemos y la torpeza de los analistas de interés
Francisco Torres García. Tengo la impresión, basada en la razón, una vez analizada la extensión real del voto obtenido, que salvo implosión no previsible, la formación Podemos ha venido para quedarse en la política española. Fundamentalmente, porque las proyecciones de voto indican que en las próximas municipales y autonómicas esta formación tendrá representación en la mayor parte de los Parlamentos Regionales y en las corporaciones de las principales ciudades de España, lo que le otorgará una potencialidad indeterminable de cara a las siguientes elecciones generales. Pero también porque los condicionantes sociológicos y socioeconómicos que le brindaron algo más de un millón de votos no van a desaparecer en los próximos nueve meses por más que el gobierno nos dé cifras de esperanza, y porque los canales de intersección e interacción con una masa social dispuesta a comprar el mensaje básico de Podemos lejos de reducirse se están incrementando.
Podemos es un movimiento ideológicamente asentado en la izquierda revolucionaria moderna y no en la torpe caricatura del pasado que se empeñan en dibujar los medios de la derecha y los charlatanes de múltiples tertulias; son rojos, pero modernos y progres e inmunes a la descalificación de que son objeto -es más les fortalece y les hace ganar simpatías-. Cierto es que para los medios vinculados a los intereses del Partido Popular -arquetípica es la línea editorial de La Razón o de 13TV- la formación que lidera Pablo Iglesias tiene un valor instrumental: divide el voto de la izquierda, lo que puede ser importante en la adjudicación de los restos al aplicar la antidemocrática ley electoral que padecemos, aunque solo sea así cuando alguna de las tres o cuatro izquierdas no consiga representación y permite mantener, mediante el miedo al “rojo”, cohesionado el voto más radical de la derecha alejándolo de sus particulares tentaciones de emprender caminos en solitario (la ultraderecha que más que cohabitar vive encantada en el seno del Partido Popular).
Para nadie es un secreto que Pablo Iglesias es una “criatura” de la derecha mediática, pero sin olvidar que la criatura era preexistente y que buscaba con ansia el espacio por el que irrumpir; que su valor en alza como comunicador y como líder para la nueva izquierda real se fundamentó debatiendo con lo que se consideraba la derecha-derecha, lo que le dio un “plus” de credibilidad que pocos calibraron. Desde el plató de Intereconomía hasta los divanes de la Sexta ha recorrido Pablo Iglesias un vertiginoso ascenso mediático que le ha permitido conectar con esa masa social a la que antes me refería. Conviene, sin embargo, no llamarse a engaño: Pablo Iglesias, como cabeza visible de un grupo que “intelectualmente” no debiera despreciarse, tenía muy claro cuál era el camino que debería hacer emerger esa nueva izquierda real: la televisión, los medios, pero sólo como amplificador. Y cual si fuera un Adolfo Hitler redivivo ha sido capaz de ofrecer a cada auditorio aquello que quería oír. Lo que tampoco sería sorprendente en un profesor de Ciencias Políticas que tiene la obligación de haber leído y analizado la disección de la propaganda política que aparece en Mi lucha mezclándola con el viejo agit-pro del comunismo.
El grupo dirigente de Podemos ha sabido y está sabiendo sumar a su oferta tres corrientes sociales sin que algunos parezcan enterarse: la izquierda real, que lleva años reconstruyéndose desde la caída del muro, la que debiera haberle brindado uno o dos eurodiputados como mucho, que abomina del “aburguesamiento” del PSOE y de IU, que sueña con viejas revoluciones que dan vida a los pasaditos jóvenes del sesenta y ocho y a los frustrados antifranquistas universitarios de después de Franco; el voto joven, que en proporciones muy altas carece de adscripción ideológica partidaria pero que ha sido educado en una ideología “progresista” más que izquierdista (sus educadores pensaban que estaban fabricando votantes del PSOE o de IU), en un tipo de discurso conceptual que Pablo Iglesias maneja mucho mejor que IU (una cosa de señores mayores tan corruptos como los demás) o que los pijosocialistas que ahora quieren hacerse con el control de la Secretaria General socialista; el voto de la indignación y la protesta, que en la mayor parte de Europa ha sido captado por partidos como el Frente Nacional francés pero que en España, pese a que también es vivero de votos para Ciudadanos o UPyD, ha basculado hacia la izquierda porque ofertas similares andan divagando por las orillas de la realidad. Frente a ello, no deja de sorprender que algunos se empeñen en tratar de cortar la posible sangría de votos hacia Podemos recurriendo a descalificarlos presentándolos como “rojos peligrosos”, cuando ello poco efecto puede tener sobre la mayor parte de los posibles votantes de esta formación.
Cierto es que Podemos tiene aún tres pruebas de fuego, tres barreras que salvar, de cara a su consolidación: primera, la estructuración del partido, ya que carece de una organización real aunque cuenta con algo fundamental, una red de activistas que le van a permitir combinar la campaña de calle con la campaña digital; segunda, integrar en esa estructura a un importante número de candidatos que por fuerza escapan al núcleo ideológico de la formación; tercera, definir su planteamiento táctico entre abrazarse a IU, lo que probablemente les llevaría a la muerte política, o ir a la destrucción de Izquierda Unida.
Algunos piensan que Podemos, por sus contradicciones internas, por su actual estructura de corte asambleario (las asambleas son lo más fácil de controlar del mundo para cualquier estudioso avanzado de las tesis revolucionarias), por su núcleo de jóvenes-viejos militantes de la ultraizquierda de la Transición, se desintegrará con la misma facilidad con la que apareció. La realidad, sin embargo, es que, cuando se tiene más de un millón de votos y los canales adecuados para consolidar, mantener y acrecentar un liderazgo que tiene, por su propia idiosincrasia, asumida las características del fhurer-prinz, lo que se espera es precisamente lo contrario.
Algunos estiman que Podemos no tiene otra base que la de la indignación, la autodestrucción de la izquierda tradicional y la situación económica. Que, por tanto, superada la crisis, muerta a través de los poderosos medios de control de la opinión pública la sensación de crisis y reconstruida la izquierda tradicional (el PSOE), Podemos quedará reducido a la anécdota, desvaneciéndose merced a los comportamientos tobogán del electorado. Craso error, me temo.
La formación que lidera Pablo Iglesias lo que ha hecho es, por una parte, liderar una masa social que se estaba construyendo desde hace más de una década. Si alguien se molestara en analizar quiénes constituyen Podemos en cada localidad se daría cuenta de que son personas que están en movimientos sociales, que tienen una cierta capacidad de influencia social entre la izquierda sociológica y también la ultraizquierda violenta y radical que va a formar su particular “guardia de la porra”. Ahí están los que movilizaron el 15-M, aunque el éxito de aquella convocatoria no fuera de las “redes sociales” sino de la expansión mediática que las redes sociales fueron capaces de conseguir. También, una constelación de movimientos que van desde los okupas hasta los antidesahucios. De ahí han salido los activistas de una campaña electoral que no debiera despacharse con la notoria influencia de la televisión. No pocos han tenido en muchas ocasiones ese apoyo y no han conseguido un éxito como el de Pablo Iglesias.
Lo que sí ha conseguido la presencia mediática de Pablo Iglesias -que también ha venido para quedarse porque da audiencia- es desbordar el espacio electoral inicial que esta formación tenía en la izquierda radical. Ello es fruto de un discurso que sintoniza con la España harta y cansada, que no es de izquierdas, mediante frases sencillas e identificación clara del enemigo, la casta política, y los problemas reales de los españoles que no son solucionados por esa casta que abarca a todos los partidos desde el PP hasta IU: los bancos, los mercados, el ultraliberalismo, la desigualdad social, el empobrecimiento, la pérdida de derechos sociales… Y a esos votantes, que son la mitad de los que han optado por PODEMOS, muy poco les importa que les hablen de Hugo Chavez, de cobros de Venezuela, de Irán o de cualquier otra zarandaja por el estilo. En esta línea lo que está haciendo Pablo Iglesias es lo más difícil: conseguir votos para su izquierda de personas que no comparten ideológicamente los postulados de esa izquierda. Y resulta fácil entenderlo. Pongamos un ejemplo real: cuando el 50% de nuestros jóvenes están en paro y no tienen perspectivas de futuro, cuando lo único que pueden conseguir son empleos mal pagados y precarios, cuando a los que se han formado -un activo fundamental para nuestro futuro- se les recomienda que emigren al extranjero, cómo alguien se puede extrañar de que voten a Pablo Iglesias. Puede que, efectivamente, tal y como se afirma no tenga credibilidad programática, pero es que los demás no tienen credibilidad alguna porque son los que han condenado a esos jóvenes al futuro sin horizonte. Pues de ahí han salido muchos de los votos de Podemos y van a continuar saliendo porque de aquí a las próximas elecciones se habrán incorporado varios cientos de miles al cuerpo electoral.
Podemos supone la reconstrucción de una izquierda real -algo que estaba en el programa de José Luis Rodríguez Zapatero para mantener la hegemonía del PSOE-. Una nueva izquierda que está capitalizando el descontento social de unos españoles que, pese a los anuncios de recuperación económica, saben que van a convivir con un alto paro estructural, con salarios bajos, empleo precario, incremento de las diferencias sociales, reducción de la igualdad de oportunidades y empeoramiento de las condiciones de vida. Esa es la gran baza de Podemos cuyo objetivo es transformar a esa opinión pública en una fuerza activa de izquierdas sin que sea capaz de percibirlo hasta el día que los barbudos bajen de Sierra Maestra.