Jorge Enrique Mújica, LC. Del 7 al 28 de octubre de 2012 se tuvo en el Vaticano el sínodo de los obispos sobre el tema de la nueva evangelización en el tercer milenio. Cardenales y obispos católicos de todo el mundo pudieron exponer y discutir puntos de vista sobre este tema de tanta relevancia para la vida de la Iglesia católica.
Algunos laicos también pudieron participar como auditores. Uno de ellos fue Tommaso Spinelli, un joven italiano de 23 años que dejó con los ojos abiertos a todos los obispos presentes. Y es que Tommaso tiene claro que la evangelización pasa por los pastores, por los sacerdotes, de ahí que sus palabras hayan suscitado admiración y hayan dado materia para la reflexión.
No es lo habitual que un joven de 23 años les ponga las cosas claras a los obispos del mundo... ¿Qué fue lo que les dijo?, ¿qué es lo que espera un joven católico de la nueva evangelización? Este fue el discurso -por cierto muy breve- del participante más joven en el pasado Sínodo (una lectura especialmente recomendada para sacerdotes y personas consagradas):
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"Mi reflexión quiere ser simplemente una ayuda para entender qué espera un joven de la nueva evangelización.
Vosotros sacerdotes -dirigiéndose a los obispos- habéis hablado sobre el papel de los laicos, yo que soy laico, quiero hablar a del papel de los sacerdotes.
Nosotros los jóvenes tenemos necesidad de guías fuertes, sólidos en su vocación y en su identidad. Es de vosotros, sacerdotes, de quien nosotros aprendemos a ser cristianos, y ahora que las familias están más desunidas, vuestro papel es todavía más importante para nosotros. Vosotros nos testimoniáis la fidelidad a una vocación, nos enseñáis la solidez en la vida y la posibilidad de elegir un modo alternativo de vivir, siendo éste más bello que el que nos propone la sociedad actual.
Mi experiencia testimonia que allí donde hay un sacerdote apasionado la comunidad, en poco tiempo, florece. La fe no ha perdido atractivo, pero es necesario que existan personas que la muestren como una elección seria, sensata y creíble.
Lo que me preocupa es que estos modelos se han convertido en una minoría. El sacerdote ha perdido confianza en la importancia de su propio ministerio, ha perdido carisma y cultura. Veo sacerdotes que interpretan "dedicarse a los jóvenes" con "travestirse de joven" o, peor aún, vivir el estilo de vida de los jóvenes. Y lo mismo en la liturgia: en el intento de hacerse originales se convierten en insignificantes.
Os pido el coraje de ser vosotros mismos. No temáis, porque allí donde seáis auténticamente sacerdotes, allí donde propongáis sin miedo la verdad de la fe, allí donde no tengáis miedo de enseñarnos a rezar... nosotros los jóvenes os seguiremos. Hacemos nuestras las palabras de Pedro: "Señor, ¿a quién iremos? Sólo Tú tienes palabras de vida eterna". Nosotros tenemos hambre de lo eterno, de lo verdadero.
Por tanto, propongo:
1) Aumentar la formación, no sólo espiritual, sino también cultural de los sacerdotes. Con demasiada frecuencia vemos a sacerdotes que han perdido el papel de maestros de cultura que les hacía importantes para toda la sociedad. Hoy, si queremos ser creíbles y útiles, debemos volver a tener buenas herramientas culturales.
2) Redescubrir el Catecismo de la Iglesia Católica en su carácter conciliar: en concreto la primera parte de cada sección, donde los documentos del Concilio iluminan los temas tradicionales. De hecho, el Catecismo pone con sabiduría como premisa a la explicación del Credo una parte inspirada en la Dei Verbum, en la que se explica la visión personalista de la revelación; a los sacramentos, la Sacrosantum Concilium, y a los mandamientos, la Lumen Gentium, que muestra al hombre creado a imagen de Dios. La primera parte de cada sección del Catecismo es fundamental para que el hombre de hoy sienta la fe como algo que le afecta de cerca y sea capaz de dar respuestas a sus preguntas más profundas.
3) Por último, la liturgia se olvida y se desacraliza con demasiada frecuencia: hay que volver a ponerla con dignidad en el centro de la comunidad parroquial.
Concluyo con las palabras que dieron inicio al nacimiento de la Europa Medieval: "Nosotros os queremos, dad prueba de vuestra santidad, del lenguaje correcto y de vuestra instrucción; de tal modo que cualquiera que vaya a vosotros se edifique con vuestro testimonio de vida y vuestra sabiduría (...) y regrese alegre dando gracias al Señor omnipotente" (De la carta Letteris Colendis de Carlo Magno al monasterio de Fulda, año 780). Gracias”.