El juego adulto, del placer a la ludopatía
Un descubrimiento reciente en un antiguo poblado romano en el sur de Italia, puso de nuevo en evidencia que los juegos de azar existen desde que los seres humanos se acercan con conciencia al placer en el más amplio sentido del término.
El descubrimiento, una especie de ábaco de madera y terracota, iba acompañado de un tablón donde se podían guardar las monedas que servían para realizar la apuesta. Hay cosas a los que el ser humano siempre sucumbirá para medir su verdadera fuerza y una de estas cosas es la de tratar de doblegar el azar a su libre albedrío.
El concepto también es filosófico e incluso poético, tratar de alcanzar todo aquello que deseamos es un impulso intrínseco del hombre, como lo es ceder a este impulso y caer en la ludopatía, una enfermedad que los tiempos de crisis agrava en quién la padece. La pregunta que debemos hacernos es cómo se pasa del placer a la ludopatía.
En esto contribuyen muchos factores, pero todos ellos pertenecen a la psicología de la persona que juega y no al juego en sí mismo. Como al amor, hay quién se lanza sin atender a nada ni a nadie y hay quién prefiere gozar de cada instante antes de llegar a culminar. Y contrariamente a lo que se piensa, las casas de apuesta, como tragaperras online o ruleta también quieren que sea este tipo de persona y no el compulsivo, el que interactúe en sus páginas.
La historia se repite según los hallazgos y los escritos de juego encontrados
Como en todos los sectores, los clientes impulsivos pueden generar una ganancia de horas y dejar un descuido de muchos días. Lo que, popularmente, se conoce como pan para hoy y hambre para mañana. Quien ofrece juego busca jugadores y el jugador ha de ser siempre un caballero o una dama, en todo el sentido de la palabra. Ya que debes de saber perder (la banca siempre gana) y asimilar esto merece una serenidad que a menudo las personas más jóvenes e impulsivas no saben cómo hacerlo.
Contrariamente, el jugador que sabe medir y alargar sus ganancias es una persona bien entera, como lo eran los hombres que las autoras victorianas describen en sus novelas, verdaderos gentlemans capaces de grandes osadías por amor y por honor, que, cada domingo, apostaban a su caballo preferido y sabían ganar y perder sin perder la compostura, o comprar su bono de apuestas, como en bono casino, mientras se fijaban en el rostro de una bella dama sin mostrarse burdos ni zafios.
Y es que el arte del juego es el arte mismo de la vida, donde hay que medir, interactuar, tener en cuenta al amigo y al enemigo, para, a medida que vas creciendo, entender que lo que satisface es jugar como cuando eras niño, pero de una forma adecuada a tu edad.
Todas estas posibilidades, sin llegar a la ludopatía, en el centro del placer, están al alcance de todos en la red y en la calle. Hay asuntos imperecederos, y el tema de los juegos de distinta índole en los cuáles se suele apostar mucho más que el dinero (el orgullo y la hombría) trae cola desde hace ya mucho tiempo.