El mítico “Faust” abre brillantemente la nueva temporada de ópera del Real
Luis de Haro Serrano
Con este atractivo y conocido título del compositor francés Ch. Francois Gounod (1818/1893) realizado en cinco actos y enclavado dentro del concepto de ópera seria, el Teatro Real levanta el telón de su temporada 2018/19. Una ópera que subió por primera vez a su escenario a los siete años de su estreno en el Teatro Lírico de París el 19 de marzo de 1859. Vuelve tras dieciséis años de ausencia – su última presentación fue durante la temporada 2002- con una nueva producción propia realizada en coproducción con la Nationale Ópera y el Ballet de Amsterdam, dirigida escénicamente por Alex Ollé (La Fura dels Baus) y musicalmente por el israelí Dan Ettinger.
Un título que hasta su triunfo definitivo en Francia y varios países americanos, entre ellos EE.UU, Costa Rica y Argentina, tuvo que superar diversas dificultades y pasar por los arreglos exigidos por la Òpera de París para que la obra se ajustara más al modelo del espectáculo del gran teatro , sustituyéndose los largos diálogos del principio por unos recitativos de carácter sinfónico, así como el añadido de un gran ballet (“La noche de Valpurgis”) y varias escenas complementarias, con lo cual pudo ya entrar plenamente en el calificativo de gran ópera, evitando con ello que se le pudiera seguir considerando como una ópera alemana, país donde se le conoció con el título de “Marguerite”, en lugar del de “Fausto”, nombre con el que solía presentarse en Francia.
Superadas esas iniciales dificultades comenzó a aceptarse con gran rapidez en la mayoría de los más importantes teatros líricos del mundo, llegando pronto a las dos mil representaciones, considerándose hoy que ha superado con creces las tres mil. En el Metropolitam neoyorquino es la obra que más veces se ha representado.
La vieja leyenda de Fausto, el hombre que vendió su alma al diablo a cambio de poder y conocimientos, bebe de diversas fuentes populares
La vieja leyenda de Fausto, el hombre que vendió su alma al diablo a cambio de poder y conocimientos, bebe de diversas fuentes populares, lo mismo que le sucedió al Orfeo de Monteverdi. Ha sobrevivido a lo largo de los años a través de diversas manifestaciones artísticas y en el ámbito musical operístico atrajo a compositores como Wagner, Schubert, Mahler o Berlioz, no escapando tampoco a la atención del polifacético Gounod que, tras su “Romeo et Juliette” (1867) se convirtió, tras los arreglos mencionados, en su ópera más popular.
Teatralmente se encuadra ,también, dentro del apartado clásico de temas mitológicos cuyo contenido musical gira hábilmente a través de una serie de melodías tratadas con una frescura y atractivo perfectamente adaptadas al desarrollo del texto, proporcionándole con ello una especial singularidad y atractivo. No en balde Gounod pensaba que toda obra literaria, para su mejor adaptación musical debía ser nuevamente reconsiderada casi en su totalidad.
Basada en los libretos de Jules Barbier y Michel Carré, “Faust” y Marguerite” (1850) y en la del mismo título de Wolfgang Goethe (1808), “Faust” fue durante mucho tiempo un verdadero símbolo de la ópera romántica francesa. Pocos títulos como este llegaron a alcanzar un lugar tan privilegiado en las programaciones de los teatros de ópera galos.
Antes de su estreno Paris vivía, como cualquier otra capital de Europa, la invasión y preponderancia de la ópera italiana. Hasta la aparición de Berlioz y su grupo de compositores no se generó una protesta organizada contra ella. Durante muchos años, y hasta su muerte, Rossini vivió en Paris como apoyo y muestra de esta tendencia. Diferente fue la evolución que siguió la llamada ópera cómica, que sí encontró pronto nuevas orientaciones originales y diferentes matices de libertad. Gracias a la presencia de Offenbach (1819-1880), que consiguió cierta originalidad de estilo, no alcanzado por la opera seria. Con este autor empezó a apreciarse una cierta emancipación del italianismo. La bella Helena, la vida parisina y los cuentos de Hoffman fueron las obras más significativas en este aspecto.
Charles Gounod, es considerado hoy como una de las figuras centrales del renacimiento musical francés, incluso la más representativa de las nuevas tendencias de la ópera lírica durante las primeras décadas de la segunda mitad del siglo XIX. Se le suele conocer como uno de los compositores que sentó las bases para el moderno estilo de la ópera francesa, influyendo en otros autores hasta bien entrado el siglo XX.
Su estilo musical muestra una suavidad, un “encanto emocional”, una dulzura y profundidad ensalzados por muchos críticos y músicos a pesar de ser un músico desigual, un compositor dramático especializado indistintamente en música religiosa, que realizó unas cuantas incursiones en el campo de la ópera.
“Faust” fue durante mucho tiempo un verdadero emblema de la ópera romántica francesa. Su popularidad se extendió pronto a otros géneros artísticos, alternando con ellos pasajes tan conocidos como el “aria de las joyas” , el “Coro de los soldados”, y el ballet “La noche de Valpurgis” , que llegó a constituirse como espectáculo solitario, independiente del ballet original.
Puesta en escena
Para diferenciar mejor los dos aspectos que Goethe refleja en su Faust, que Gounod refleja tan bien en su ópera y resaltar mejor los momentos líricos y dramáticos, el director de escena Alex Ollé ha optado por una puesta en escena demasiado polivalente, a veces ambigua y difícil de seguir, realizada con una gran imaginación y un movimiento escénico muy fluido que, en determinadas ocasiones, adquirió un particular atractivo, muy apoyado por la rica iluminación de Urs Schönebaun y el vídeo de Alfons Flores.
La parte instrumental ha funcionado a la perfección gracias a una Orquesta memorable, muy acertada en los deliciosos solos, magníficamente dirigida por el maestro israelí Dan Ettinger y la vocal por un coro muy bien preparado como siempre por Andrés Máspero, cuya labor fue generosamente agradecida por el público, que reconoció vivamente su trabajo en esta difícil partitura. El elenco no pudo ser más lúcido y homogéneo, de forma que resulta muy difícil marcar diferencias entre ambos. Todos estuvieron inigualables, brillando tanto en la parte lírica como en la escénica, por lo que resulta difícil destacar a alguien, solamente lo hacemos con los encargados del siempre dificil papel de Mephistopheles, del que Lucas Pisaroni y Adan Palka han sido sus más claros exponentes dada la fuerza y el realismo de sus extraordinarias voces, Todos sin excepción, cada uno a su manera, han contribuido a que este inicio de temporada haya resultado verdaderamente espléndido. Un inicio que los Reyes, con su presencia, han querido destacar, al margen de que en momentos determinados grupos aislados hayan pretendido ensombrecer el alto valor artístico de lo que se ofrecía en el escenario.