El mayor ejército clandestino del mundo
Karol Nawrocki
Presidente del Instituto de la Memoria Nacional.
Cerca de Lichfield, a poco más de dos horas de Londres, se encuentra el National Memorial Arboretum, un vasto recinto conmemorativo que visitan miles de personas cada año. Los bri-tánicos rinden allí homenaje a los soldados y civiles fallecidos, entre otras, en las dos guerras mundiales. Entre los monumentos dispuestos alrededor de los árboles, hay uno dedicado a los polacos, con su característica águila en la parte superior. Unas figuras de bronce de un soldado de infantería, de la marina y de las fuerzas aéreas simbolizan las distintas formaciones de las Fuerzas Armadas polacas en Occidente, que lucharon junto a los Aliados para liberar a Europa de la tiranía asesina de la Alemania nazi. El cuarto personaje, una mujer vestida de civil, no parece encajar con el resto de las figuras. Y, sin embargo, ella también es una soldado: una mensajera del famoso Ejército Nacional, cuyo 80º aniversario estamos celebrando estos días.
UN FENÓMENO EUROPEO
Dos estados totalitarios golpearon a Polonia en septiembre de 1939: primero la Alemania de Hitler, y algunos días después la Unión Soviética. El ejército polaco no tenía ninguna posibilidad contra unos agresores tan poderosos. Sin embargo, nunca capituló, y antes de que cesaran las últimas batallas regulares, el gobierno del general Władysław Sikorski en el exilio ya estaba operando en Francia. El Primer Ministro se convirtió también pronto en Comandante en Jefe y dirigió un ejército que se estaba reconstruyendo junto a los aliados occidentales. Una parte importante de estas fuerzas armadas, y según Sikorski, esta era incluso "la parte principal", fue un ejército organizado en secreto en el país ocupado. Este ejército estaba ya constituido en 1939, pero en la actualidad se le conoce comúnmente por el nombre que se le dio el 14 de febrero de 1942: el Ejército Nacional.
Su nombre no dejaba lugar a dudas: no se trataba de una estructura armada anexa de uno u otro partido político, como ocurría, por ejemplo, con los partisanos comunistas yugoslavos. El Ejército Nacional debía ser un ejército estatal, subordinado a las órdenes de las autoridades superiores en el exilio, el gobierno legal de la República de Polonia, que tras la derrota de Francia se trasladó a Gran Bretaña. El general Stefan Rowecki, primer comandante del Ejército Nacional, se limitaba deliberadamente a hacer declaraciones generales en las que afirmaba que la Polonia renacida sería "un país de democracia", en el que "se realizaría el ideal de justicia social". La forma que debía adoptar el estado debía ser decidida por los propios ciudadanos tras la liberación.
La gran mayoría de la población se identificaba con este ejército, que no estaba al servicio de "ninguna persona o grupo político". El Ejército Nacional incluía representantes de todos los estratos sociales y personas con diferentes opiniones políticas: socialistas, campesinos, antiguos partidarios del mariscal Józef Piłsudski, demócratas cristianos y un gran número de nacionalistas. El pueblo judío también sirvió en el Ejército Nacional, ocupando posiciones que iban desde los soldados rasos hasta los oficiales, como el muchas veces condecorado Stanisław Aronson.
A pesar del terror de la ocupación, las filas del ejército clandestino crecieron rápidamente. En verano de 1944, el Ejército Nacional contaba con unos 380 000 soldados juramentados. En este grupo había partisanos que habían convertido sus hogares en escondites en el bosque. También había conspiradores profesionales, ocultos en las ciudades bajo nombres falsos, pero también personas que llevaban una doble vida: iban a trabajar todos los días, pero estaban listos en cualquier momento para cumplir las órdenes de sus comandantes. Muchos de ellos, entre los que se encontraban valientes mujeres y multitudes de jóvenes patriotas, se levantaron para luchar en agosto de 1944, y durante 63 días libraron una batalla desigual contra los alemanes en el Alzamiento de Varsovia.
La preparación del alzamiento contra las fuerzas de ocupación era una tarea fundamental del Ejército Nacional. Pero, ya antes, la resistencia polaca había llevado a cabo acciones disuasorias y sabotajes a gran escala. Se rescataron prisioneros que estaban en manos de la Gestapo. Se ejecutaron sentencias de muerte contra traidores y colaboradores, y se liquidó a miembros especialmente celosos del aparato terrorista alemán. El servicio de inteligencia del Ejército Nacional tuvo un éxito espectacular; gracias a sus logros, se retrasaron los trabajos de los proyectiles V1 y los misiles V2 alemanes. Al mismo tiempo, los correos clandestinos llegaban a Occidente con informes sobre el terror de la ocupación, incluido el exterminio de judíos. Todo esto era solo una parte del Estado Clandestino Polaco, que, además de un ejército, también tenía su propio sistema judicial, de bienestar y de educación clandestina.
Muchos miembros del Ejército Nacional y sus compatriotas que los apoyaron pagaron el precio más alto por su servicio a la Patria. Decenas de miles de soldados del Ejército Nacional murieron o fueron asesinados durante la guerra. Aquellos que vivieron para ver la paz en Europa no pudieron sin embargo sentirse seguros. El lugar de la Gestapo fue ocupado por la NKVD soviética y la policía secreta comunista autóctona.
UN TRIBUTO CON RETRASO
A finales de la primavera y el verano de 1945, el mundo celebró la victoria sobre el Tercer Reich. Los héroes de guerra de la victoriosa coalición que combatió contra Hitler tuvieron sus días de gloria.
Una gran multitud de neoyorquinos se alinearon en las calles el nublado martes 19 de junio de 1945, cuando Dwight Eisenhower llegó a la ciudad. El general norteamericano que dirigió la operación del desembarco en Normandía y que posteriormente condujo a los aliados occidentales al triunfo sobre el Reich pudo sentirse realizado al ver a sus compatriotas vitoreando en su honor. En esta ola de popularidad, más tarde fue elegido Presidente de los Estados Unidos en dos ocasiones: en 1952 y en 1956.
Charles de Gaulle también sacó provecho político de los méritos de la guerra. Este ambicioso general que salvó el honor de Francia durante la Segunda Guerra Mundial, dirigió dos veces el gobierno tras la liberación del país y más tarde pasó a la historia como un fuerte presidente de la Quinta República.
En el estado totalitario soviético, el mariscal Gueorgui Zhúkov no pudo, por supuesto, escapar de la sombra de Joseph Stalin. Pero incluso Zhúkov tuvo su gran día cuando recibió el gran desfile de la victoria en la Plaza Roja de Moscú el 24 de junio de 1945.
Solo tres días antes, en la misma ciudad, el general Leopold Okulicki, último comandante del Ejército Nacional, fue condenado a 10 años de prisión en un proceso político con tintas de espectáculo que fue una clara burla a la justicia. Okulicki nunca recuperó su libertad. Murió un año y medio después en una prisión soviética. Su predecesor, el general Tadeusz Bór-Komorowski, eligió el difícil destino de un exilio en Gran Bretaña. Allí se ganaba la vida, entre otras cosas, como tapicero y orfebre.
En lugar de honores, los soldados del Ejército Nacional que permanecieron en Polonia se enfrentaron a la represión: terribles investigaciones, torturas, condenas a muerte o largas penas de prisión. El nuevo régimen totalitario temía, con razón, a quienes habían luchado tenazmente por una patria libre durante varios años. Como resultado, aquellas personas que en un Estado soberano recibirían órdenes y ocuparían puestos de responsabilidad, en un país controlado por Stalin se encontraron al margen de la sociedad. La propaganda comunista los presentaba como "asquerosos enanos reaccionarios" y colaboradores de Alemania, una acusación especialmente dolorosa para quienes arriesgaron sus vidas al oponerse al Tercer Reich.
Hasta 1989, el Ejército Nacional no pudo contar con una conmemoración digna. Hoy, en la Polonia libre, estamos compensando esto. El Instituto de Memoria Nacional, que tengo el honor de dirigir, continúa haciendo todo lo posible para honrar a los valientes hombres y mujeres del Ejército Nacional y recordar al mundo su contribución a la victoria sobre Hitler.
Karol Nawrocki
Texto publicado simultáneamente con la revista mensual de opinión Wszystko Co Najważniejsze [Lo Más Importante] en el marco del proyecto realizado con el Instituto de Memoria Nacional.