El mito del “Oro del Rin” inicia en el Real la presentación de la "Tetralogía" de R. Wagner
Luis de Haro
Cuatro temporadas seguidas dedicará el Teatro Real a la presentación de la emblemática tetralogía de R.Wagner. Su prólogo, “El oro del Rin”, comienza la serie que durante los próximos años será dirigida por el mismo equipo artístico; el director principal invitado, Pablo Heras Casado , el director de escena Robert Carsen y el escenógrafo y figurinista, Patrick Kinmonth, junto con la Orquesta titular del Teatro. La producción es la estrenada en la Ópera de Colonia en el año 2000, repuesta en varias ocasiones, a la que se le han realizado diversas actualizaciones. En ella, de forma muy simple se traslada al mundo real la visionaria y desoladora alegoría wagneriana, en la que la degeneración moral del hombre conduce a la devastación del planeta y a la extinción de la humanidad. De esta forma se coloca al espectador frente a un mundo contaminado, que estamos destruyendo entre todos. Una auténtica alegoría de lo que, paulatinamente, está sucediendo en el mundo
Estrenada en el Königliches Hof und national Theater de Münich el 22 de septiembre de 1869, se presentó por primera vez en el Real el 2 de marzo de 1910. “El Oro” nació gracias a la concepción mitológica del propio Wagner -que no admitía que nadie le preparara sus libretos-. En su texto no se alude a las mujeres sino a la mujer, a los hombres sino al hombre, ni a la gente sino al pueblo, tampoco a la mente sino al subconsciente.
Según comenta el musicólogo Ramón Bau en su “Archivo Wagner”. Desde siempre, en muchos círculos musicales, ha habido una tendencia común a interpretar de una forma lógica las obras de este autor, cayendo por esta razón, bien en una visión religiosa, esotérica, social e, incluso, filosófica, olvidando en cierto modo, su aspecto más valioso e importante; el artístico.
Wagner, que deseó siempre ser un gran músico y un buen literato, tenía como objetivo para sus composiciones, conseguir que sus obras llegaran a tener una expresión artística plena, un drama musical que permitiera reflejar en él, de la forma más íntegra posible, los sentimientos humanos para, a través de ellos, despertar su sensibilidad. Este fue siempre el principal objetivo con que concibió sus creaciones.
El Oro consta de un prólogo y tres escenas dotadas de un tinte púramente dramático. Para esta ocasión se inspiró en el poema épico germánico titulado “La canción del Nibelungo”. Su primer esbozo lo realizó en 1851, constaba de tres escenas que, al final -1853- se convirtieron en actos. Tras esta fecha comenzó a preparar la partitura que completó un año más tarde.
Desde el principio de la creación del mundo hasta la entrada de los dioses en el Walhalla, musicalmente, “La tetralogía” es una obra auténticamente excepcional por su perfecta orquestación que ofrece numerosos pasajes llenos de atractivo, belleza y novedad sonora, como la canción de las hijas del Rin, el de la renuncia al amor por parte de Alberich.
El tema central del "Anillo" lo preparó Wagner en torno a solo seis notas que completan una imaginaria figura circular con la que dibuja el símbolo del héroe. Dentro del concepto general de la Tetralogía, el tratamiento musical de “El Oro” es completamente diferente al resto de la obra; que debe presentarse siempre en tres jornadas diferentes pero continuadas. El autor tardó en prepararlas entre venticinco y treinta años -no hay unanimidad concreta en torno a la realidad de este dato-. En su texto Wagner otorgó un particular significado a cada una de sus cuatro partes, siendo el primer compositor que a lo largo de una obra de tanta duración - casi dieciseis horas- utilizó con profusión la técnica del “leitmotiv”. Causa impresión descubrir el ingenio musical de un autor que hace una especie de cosmogonía en esta obra sobre el sentido y la concepción del mundo, dotando a los dioses con las características humanas que se desarrollan en las narraciones nórdicas, que Wagner las convirtió en el reflejo de una sociedad que empezaba a desintegrarse, como era la del siglo XIX.
El “Oro del Rin”, compuesto en 1853, no pudo estrenarse hasta el verano de 1876, dentro del marco del primer Festival de música de Bayreuth. Wagner reflejó en él como en ningún otro título, su particular concepción sobre la ópera como concepto total del arte, en el que música y texto deben constituir una verdadera unidad, tal como solía conformarse también el teatro griego, del que tanta fuente de inspiración encontró para llegar a sus pretendidas reformas. Debussy, Stravinsky y Falla admiraron y vibraron ante esta ingente mole de pentagramas que se encuentran en la “ tetralogía”.
El impacto que su música dejó en el siglo XIX fue impresionante, no solo por su belleza y originalidad sino por las posibilidades que abrió a la ya cercana modernidad y renovación de este maravilloso arte, en el que el compositor alemán plasmó lo más florido de la mitología nórdica.
Puesta en escena
Robert Carsen y Patrick Kinmonth, asiduos colaboradores en el campo de la ópera, han concebido una puesta en escena que destaca por su simplicidad y desarrollo imaginativo, alejando de ella cualquier tipo de adorno o elemento que no cumpla con una función concreta dentro de la imaginaria línea de sobriedad que han marcado que no resulte útil para que imagen- la sobria presentación de la morada de los dioses es una buena prueba de ello- , texto y música constituyan un mismo bloque artístico, que transcurra rigurosamente paralelo al concepto general con el que Wagner ha concebido su obra. Podrá gustar o no, pero la realidad es que su planteamiento, a pesar de que en él se encuentren algunas libertades chocantes, resulta bastante válido y especialmente brillante en las secuencias finales. El amplio reparto vocal que la obra necesita se ha cubierto con un elenco plenamente wagneriano dotado de una atractiva calidad, en el que todos han tenido una valiosa aportación, destacando especialmente el trabajo del barítono bajo coreano Samuel Youm, que ha ofrecido una recta versión de los dificilísimos matices que exige el personaje de Alberich, muy convincente por su espléndida voz y la seguridad de sus cualidades dramáticas, el tenor canadiense Joseph Kaiser ( Loge) y la contralto Ronnita Miller (Erda)
La orquesta, ampliada en esta ocasión a 110 instrumentistas, contó con las cinco arpas que marcaba Wagner, estuvo muy brillante y segura en todo su recorrido, recibiendo con precisión las adecuadas matizaciones de su director, Pablo Heras, que consiguió una versión bastante acertada de esta alegórica y visionaria obra del compositor alemán.