Macarena Assiego. Hace más de dos mil años, junto a Belén, en una pequeña gruta fría y solitaria, habitaba un joven pastor, que tras un accidente en busca de una ovejita díscola, quedó ciego. A pesar de su ceguera y de la maldad de sus familiares que no quisieron cargar con su limitación, este se desenvolvía muy bien entre aquellas montañas que le vieron nacer. Con un bastón de haya fabricado por su único amigo, el tío Casiano, guiaba a sus ovejas de las que obtenía leche y queso para vender en el mercado donde canjeaba sus productos por carne, miel y pescado y algo de ropa para guarecerse del frío. Simeón añoraba las noches estrelladas en las que se deleitaba observando la vía láctea y tantas otras que hacían volar su imaginación hacia otros lugares; pensaba en tantas personas que como él, soñaban mirando las estrellas,en los magos que estudiaban el cielo sabiamente y sentía que Dios nos creó iguales, pues todos estábamos cubiertos por el mismo cielo.
Se acercaba la hora de partir a Belén para inscribirse en el censo que el romano invasor exigía cumplir y a regañadientes fue en busca del anciano amigo para terminar con el dichoso tramite.Al alba tomó su zurrón, su bastón y sus mejores vestidos para viajar a Belén como un buen judío. El viaje a pie como acostumbraban en la época, duró casi una jornada, por lo que pernoctaron junto al mercado de la puerta de Belén, con el fin de madrugar y llegar a su destino bien temprano. Tras un merecido descanso la mañana le saludó con la llegada del sol. Era una mañana apacible y bulliciosa debido al mercado cercano. Simeón y Casiano se mezclaron entre vendedores y compradores que regateaban el precio de cada mercancía, ambos se divertían con tanto ajetreo acostumbrados al silencio de la montaña. Simeón intentaba dibujar en su mente el ambiente, las caras y los colores del lugar que tanto le sorprendía,en estas andaba cuando escuchó a un hombre pedir dos mandarinas, prestó mucha atención pues su hablar era sereno y majestuoso a la vez.. Notó que aquel hombre no iba sólo pues alguien con voz casi de niña agradeció cortésmente al hombre la fruta. Ella desprendía un aroma a todas las flores de la tierra, a jazmín a rosas, a madreselva, a tomillo en fin una deliciosa mezcolanza que embriagaba los sentidos haciendo entender a cualquiera que no era una joven normal.. Empujado por un sentimiento inexplicable entabló conversación con el hombre… hubiese preferido hablar primero con ella pero las costumbres de entonces lo imponían. De repente, un pequeño ladronzuelo en su huida empujó a Simeón que tropezó con la joven, rozando su vientre sin querer. Balbuceó unas disculpas y con suavidad se interesó por su estado ya que parecía estar embarazada.
- Está en el tiempo de alumbrar –contestó el hombre al que la joven había llamado José- -De alumbrar al mundo-respondió automáticamente Simeón.
Se despidieron los cuatro. El joven Simeón quería correr tras ellos y no separarse jamás pero Casiano que había presenciado la reacción se quedó atónito cuando tropezó con ella y tras tomar su mano con suavidad guió sus aún aturdidos pasos, pues él también era un hombre de fe y se sintió turbado ante el Santo matrimonio.
Durante un buen rato no intercambiaron palabra, ambos estaban sumidos en sus pensamientos casi hasta la puerta de la prefectura romana.
-Aquí es, Simeón,entremos pues-
Simeón apoyado en el hombro de su lazarillo caminó sin contestar .Registrados en el censo romano, decidieron buscar una fonda donde almorzar y regresar después a sus hogares.Mientras comían, Simeón reflexionó en voz alta.
- Hoy he visto a la Madre del Mesías
- Oído, querrás decir, terció Casiano sin ánimo de ofenderle.
He dicho lo que quería decir, la he visto al tocar su manto, llevaba una cinta sobre su abultado vientre y un mechón de hermoso cabello negro en su frente. Estoy ciego pero he visto a la madre de Dios.. Casiano no respondió, escuchó y guardó en su corazón las palabras de su amigo al que conocía desde niño y sabía incapaz de mentir.
Mientras regresaban los dos hombres, oraban pidiendo un buen camino libre de tempestades y ladrones y un buen parto para la joven María .Casi llegando a las casas de los pastores cercanas a las de sus familiares y no muy lejos de sus cuevas, pararon a descansar y tomar algo de queso La noche empezaba a mostrar el manto estrellado que iluminaba a los caminantes . De repente una estrella se posó frente a ellos, no era una estrella común por su forma, ni su luz irradiaba como el resto, tanta era la luz que esparcía que cegaba a quien miraba. Casiano comunicó el fenómeno a Simeón quién apaciblemente solicitó a su compañero regresar a Belén..Al principio el anciano se resistía a desandar lo andado, era muy tarde y estaban cansados, repetía. Pero a pesar de que la razón intentaba mandar en su mente, el corazón venció, poniendo de vuelta a los dos. Simeón aligeraba la marcha estando más de una vez a punto de dar con sus huesos en el suelo y el pobre Casiano hacía enorme esfuerzos por amainar su ímpetu.
De repente se encontraron con unos pastores que les adelantaban corriendo hacia no se que portal porque se les había aparecido un ángel porque el Mesías había venido al mundo en ese lugar..
-Te lo dije, te lo dije exclamaba jubiloso Simeón.
A duras penas llegaron al lugar donde postrados los pastores adoraban al niño que la joven con la que se topó esa misma mañana acababa de dar a luz.
-Es ella- susurró Casiano a Simeón. Quien, sin responder se apartó y caminando con agilidad entre los pastores se arrodilló frente a Jesús. Emocionado comenzó a derramar lágrimas de júbilo y agradecimiento. El podía ver a Dios nacido en su corazón y con ello se conformaba, nunca se había quejado de su suerte y desde ahora sería el ciego más orgulloso del mundo pues supo ver con el alma lo que otros no sabían ver con los ojos. Cerró los párpados para orar ante la Sagrada familia y al levantar la vista hacia ellos descubrió que podía ver, no a la familia de Belén, que ya conocía en su alma, sino a los demás, al burrito que horas atrás portaba a la Virgen María, al buey que orgulloso calentaba al Niño Dios, a los ángeles que cantos magníficos entonaban y a su madre quien con el resto de los pastores acudió a rogar el perdón por ignorar al hijo de sus entrañas.
Simeón sonreía ante el Niño regordete y ante su Santa Madre que le hablo así ;
-Por haber visto sin ver, por tu confianza y tu alegría has recobrado la vista,. Desde hoy Casiano que nunca te abandonó y tú que fuiste fuerte en la tribulación, seréis acompañantes de unos Reyes que se dirigen a este lugar guiados por la gran estrella. Ve junto a tu madre y dile que está perdonada pues arrepentida llegó.
Así sucedió Simeón perdonó a su madre que vivió en paz y junto a su inseparable Casiano continua ayudando a sus majestades Los tres Reyes Magos a traer alegría a los niños todas las noches del cinco de Enero.
Aprended a ver con los ojos del corazón pues, en los hombres de corazón puro hay una cunita para el Niño Dios.