El piropo y la mecanización del sexo
Miguel Massanet Bosch. Cuando alguien pretende generalizar es fácil incurrir en gravísimos errores. Es evidente que el terrorismo de los señores de la guerra del EI y Al Qaeda es una brutalidad, una salvajada y un sinsentido que sólo se justifica en el fanatismo y una falsa interpretación del Corán que, incluso, es rechazada por la mayoría de los musulmanes y sus sacerdotes. Sin embargo, ya hemos tenido ocasión de ver como resulta muy difícil contener el instinto de generalización de una gran mayoría de los europeos, cuando no se tiene en cuenta que hay muchos millones de seguidores del Profeta que son incapaces de causar daño, que se integran y que llevan una vida normal de convivencia con el resto de ciudadanos. Sin embargo, existe una batalla, hasta ahora incruenta, que parece que no tiene visos de solucionarse porque, como pasa en el caso del separatismo catalán, cuando una parte, el Estado, cede, la otra inmediatamente, los separatistas, intentan conseguir una nueva concesión, de modo que es imposible llegar a un momento en que unos y otros se sientan complacidos.
Si queremos entrar en lo que han venido siendo las reivindicaciones del sexo femenino, podríamos decir que es tanto como hundirse en un fangal en el que, junto a indudables reivindicaciones llenas de lógica, cargadas de razón y que deben ser tomadas en cuenta, sin más dilaciones, por todas las naciones civilizadas ( las otras, especialmente teocracias, se rigen por normas que parecen inspiradas por los viejos prejuicios vigentes en la Edad Media, que atañen a lo que respecta a la especial consideración que se tiene de las mujeres, en todo supeditadas a la voluntad del marido y a la religión Islámica u otras de similares planteamientos) que ha venido ejerciendo el colectivo femenino en defensa de sus legítimos derechos; deberemos admitir que, en muchos casos, en esto que se ha dado por calificar de “machismo” existen exageraciones, despropósitos, interpretaciones interesadas y un cierto afán revanchista que hace que, determinados grupos de índole feminista, no acaben de estar satisfechas nunca y sigan en la brecha con la intención de conseguir, no igualarse en derechos a los hombres sino, incluso, sobrepasarlos, para generar una especie de nuevo matriarcado en el que el varón quede sometido a su autoridad.
Ya es corriente entre muchas féminas, que han conseguido acceder a profesiones liberales, a cargos importantes, tanto en política como en empresa privada; el intentar, paradójicamente, emular a los hombres como si, en realidad, se auto sometiesen a un cierto transformismo de tipo hermafrodítico, por el cual en gestos y ademanes, engolamiento de voz, carácter y posturas dominantes, quisieran acercarse, de alguna manera, al estereotipo masculino. Claro que, todo esto, sin renunciar a sus privilegios como mujeres, lo que se demuestra cuando no saben aceptar, como lo hacemos los hombres, que en una discusión, una pelea, una tertulia o una controversia del tipo que fuere, se las trate de la misma forma que el sexo masculino se trata entre sí. Cuando se sienten en inferioridad o incómodas ante la argumentación esgrimida por el varón, inmediatamente se refugian en el comodín que las salva de cualquier conflicto: ¡usted es un machista! Y, con ello, dan por terminada la charla.
Pero cuando la que entra en el campo de la discusión bizantina, la crítica interesada y, lo que es aún peor, la criminalización de comportamientos en sí inocuos, carentes de malicia alguna y, en la mayoría de ocasiones, con el único objeto de ser amable, alegrar y satisfacer el ego femenino de las mujeres ¡qué lo tienen, vaya si lo tienen!, como ha sucedido con la señora Ángeles Carmona, presidenta del Observatorio de la Violencia de Género del Consejo General del Poder Judicial; tendremos que convenir que, cuanto menos, el calificar el “piropo” de un hombre a una mujer como “invasión a su intimidad” , cuando ha manifestado, ex cátedra, “Nadie tiene que tener derecho a hacer un comentario sobre el aspecto físico de una mujer porque supone una invasión de su intimidad”, ha estado bastante desafortunada. Me pregunto si esta señora, Ángeles Carmona, tan estirada y tajante en sus planteamientos sobre lo que es legal o lo que es ilegítimo y perseguible; se ha tomado la molestia de consultar el vocablo “piropo” en nuestro Diccionario de la Lengua porque, si lo hubiera hecho se había apercibido que las tres acepciones de la palabra tienen un sentido positivo: 1) variedad de granate de color rojo de fuego muy apreciada como piedra fina,2) Rubí, carbúnculo y 3) Lisonja, requiebro. Una persona que ostenta un cargo tan relevante, sea hombre o mujer, tiene obligación de hablar con propiedad y atribuir el significado correcto a cada expresión.
La señora Carmona confunde lo que pudieran ser expresiones soeces, palabras insultantes o faltas de respeto, con expresiones de alabanza, de reconocimiento de la belleza que, en si, son las que todos los poetas desde que la humanidad es humanidad han utilizado cuando se han referido a las mujeres, sin que nadie, hasta hoy, las hayan considerado ofensivas, vengan de quien vengan y siempre que se hayan formulado con la debida educación y sin acoso físico alguno. No sabemos la experiencia que tendrá la señora jueza ni lo que le habrán contado los “observadores” de su observatorio, pero mucho nos tememos que, desde luego, no habla en nombre de todas las mujeres, porque son muchas las que se alegran cuando se les dice una palabra de alabanza, se loa su aspecto físico o se resaltan otras cualidades de las que puedan presumir. Otra cosa es que pueda tener ciertas tendencias propias del feminismo hoy en boga, que la hayan impelido a lanzar semejante idea. ¡Cómo si la Administración de Justicia no tuviera cosas mejores en lo qué ocuparse! Si no dan abasto con los casos que están pendientes de resolver, algunos tardan años en sustanciarse; quieren añadir a la lista de delitos uno que, evidentemente, nunca tendrá tal categoría si es que la Justicia quiere pretender ser respetada y no considerada como el reflejo de un feminismo trasnochado que busca defender a las mujeres protegiéndolas hasta del amor, privándolas de algo tan simple como es el sentido común
Y es que mucho nos tememos que, la filosofía relativista que, por lo visto, también a calado en nuestra judicatura, quiere convertir la sexualidad, las relaciones hombre mujer, como una especie de contrato a tiempo parcial, mediante el cual, el amor, el aprecio, las palabras dulces y los arrumacos, queden suprimidos y todo se reduzca a un acto carnal para procrear o, simplemente, para saciar la libido, sin posteriores consecuencias más que las propias de cuidar y proveer a los gastos de cuidado, manutención y estudios de la prole, si la hubiere.
Hubiéramos entendido a la señora Carmona si se hubiera referido a las groserías, los términos soeces o los gestos desafortunados e impropios de algunos indeseables con los que intentan referirse, no a la belleza o las cualidades de una mujer, sino a aspectos más lúbricos y sexuales de la relación hombre mujer. Pero hablar de piropo, en su sentido semántico, como un acoso a la intimidad femenina nos parece que, no sólo no se corresponde con la realidad, sino que nos tememos que muchas, muchísimas mujeres, damas de la sociedad, trabajadoras, amas de casa y jovencitas en edad de merecer, se sentirían muy decepcionadas si, cuando se arreglan, se ponen guapas y salen a la calle, los hombres no las miraran con admiración y algunos, los más decididos, no les tirasen “flores”, que así se acostumbraba, en mi tiempo, a calificar los piropos bien intencionados y agradables. Es posible que algunas no lo demostraran, como hacen las más simpáticas, dando las gracias pero, no le quepa duda a la severa censora del CGPJ, que interiormente siente una sensación placentera, que es de lo que se trata. Me atrevería a recomendarle, a esta docta señora, que dedicara su trabajo a lo que verdaderamente le concierne, la verdadera lacra de la violencia de género que, por cierto, no parece que se haya adelantado mucho en cuanto a impedir que se produzca. O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadanos de a pie, nos sorprende la actitud poco razonable de ciertos juristas.