El presidente de Polonia reprocha en público a un sacerdote tras su homilía
Higinio Paterna. La ambición de los gobernantes de Polonia llega más lejos de lo que cabría imaginarse. No sólo tratan extender su dominio a los medios de comunicación privados que les incomodan (ver The Economist sobre las presiones de las que es objeto el diario Rzeczpospolita tras haber sacado a la luz pública un escándalo de corrupción en el que estaban involucrados miembros del gabinete del primer ministro Donald Tusk).
Ahora le ha llegado el turno a la Iglesia: todo por culpa de un fragmento de la homilía que d. Slawomir Zarski, administrador del arzobispado castrense polaco, pronunció el 11 de noviembre, día de la Independencia, en presencia de altos funcionarios Estatales, incluído el presidente de la República Bronislaw Komorowski. Después de la Misa, el presidente se dirigió al sacerdote y le reprochó en público unas palabras que son ciertas no sólo para Polonia, sino para la mayor parte de los países antes dominados por los soviéticos. Aunque no había en el texto ninguna referencia que pudiera ser tomada como personal, el presidente se mostró visiblemente alterado.
“En los últimos años años el patriotismo como valor de la vida individual y pública, ha dejado de verse como necesario para la existencia. La inventiva para satisfacer las propias necesidades y acumular bienes personales, incluso a costa de destriur el bien común, se han convertido en valores. En la base de la III República, el lugar del patriotismo lo ha ocupado la frase de uno de los primeros jefes de gobierno de la “nueva” Polonia, que afirmaba que para hacerse rico, el primer millón hay que robarlo.
La propagación de devisas de este tipo ha tenido como consecuencia en que el valor ha sido sustituido por el “anti-valor”. El patriotismo ha sido sustituido por el cosmopolitismo; el lugar de la honestidad lo ha ocupado la deshonestidad; la verdad ha sido sustituida por la mentira y la difamación; la generosidad y la dedicación a los demás -por la avaricia; el amor -por el odio. Por contra, por la experiencia de la Iglesia y de la Nación sabemos que la verdadera riqueza es el estado del alma y de la razón humana, y no el grosor del monedero”.
No quedó el presidente contento con su desfogue: unas semanas más tarde nos enteramos de que d. Slawomir, en lugar de convertirse en obispo castrense (como algunos preveían después de que el arzobispo Tadeusz Ploski falleciera tragicamente en Smolensk, dejando vacante la sede) , ha sido “trasladado a la reserva”, o sea, despedido del ejército. El nuevo obispo será Józef Guzdek, curiosamente especialista en homilética, seguramente para que evitar que haya sorpresas en el futuro. Que el ministerio de Defensa niegue la relación entre estos acontecimientos suena poco convincente.
No es el único roce ni el más serio del presidente con la Iglesia. Hace unos meses se tomó con bastante sorna la posibilidad de caer en excomunión a causa de su posición frente al proyecto de ley de la fecundación in-vitro, contraria a la postura de la Iglesia: “es una institución (la excomunión) un poco de otra época, y me parece que nada parecido tendrá lugar, porque sería fatal para las relaciones Estado-Iglesia, democracia-Iglesia”. Señaló también que a ningún político en el siglo XXI le ha caído una excomunión encima y se permitió dar clases de teología al respecto. Parecería que esperaba que se reuniera un sínodo y, después de maldecirlo debidamente, pronunciara solemnemente el “anathema sit”. Quizá nadie le explicó que se pondría, como político que que apoya y firma el nacimiento de esa ley, fuera de la Iglesia automáticamente y sin necesidad de anunciarlo a bombo y platillo.