El proceso de la identidad europea
Carlota Sedeño Martínez. Europa es un ámbito geográfico y, también, una entidad histórica y una comunidad de cultura. El proceso histórico de la Europa unificada comenzó en los años cuarenta del pasado siglo y no podía ser emprendido mas que por medio de la reconciliación entre Francia y Alemania. Entre los políticos franceses no había, después de la guerra, un hombre que conociera Alemania tan bien como Robert Schuman, y pocos que tuvieran una visión tan clara de los imperativos de futuro. Robert Schuman y Konrad Adenauer se entrevistaron en agosto de 1949 en Coblenza. Ambos eran conocidos por su integridad moral. A estas dos figuras se les unió una tercera de iguales características: Alcide de Gasperi, jefe del gobierno italiano.
El 9 de mayo de 1950, Robert Schuman, entonces ministro de Asuntos Exteriores de Francia, invita solemnemente a las naciones democráticas europeas a que se asocien libremente con el propósito de edificar juntas una “comunidad de destino” sin precedentes en la Historia. Seis países responden a la llamada. Este día se abre un capítulo nuevo en la historia de Europa, nace la Europa Comunitaria. El francés Robert Schuman y el alemán Konrad Adenauer tienen abiertos procesos de beatificación por parte de la Iglesia Católica. Ambos tienen un itinerario personal y público en total coherencia, es decir, fueron cristianos en ejercicio.
Dentro de la gran familia humana, Europa se distingue en que está formada por democracias parlamentarias. Viene bien recordar que la democracia griega negaba la igualdad de todos los hombres, se aplicaba a una élite de nacimiento. La democracia moderna reconoce la igualdad de naturaleza de todos los hombres, hijos de un mismo Dios, rescatados por Cristo, sin distinción de raza, de clase, de profesión, etc. El cristianismo ha llevado a que todos reconozcan la dignidad del trabajo humano y la primacía de los valores interiores que son los que ennoblecen al ser humano. Estas son las raíces cristianas de Europa y reconocer esto lo exige la memoria histórica.
La bandera de Europa es, como todos sabemos, de color azul con una corona de doce estrellas. ¿Conocemos su origen? En 1950, el Consejo de Europa convocó un concurso para diseñar su bandera común. El artista Arsene Heitz, de Estrasburgo, fue el autor de la bandera que resultó elegida. En aquellos momentos, él estaba leyendo la historia de las apariciones de la Virgen en la Rue du Bac, de París. La Virgen se mostró a la francesa Catherine Labouré, Hija de la Caridad, en 1830. Es la imagen conocida como la Medalla Milagrosa. En el reverso de dicha medalla aparece una corona de doce estrellas. Por otra parte, en el Apocalipsis se lee: “En esto apareció un gran prodigio en el cielo, una mujer vestida de sol y la luna debajo de sus pies, y en su cabeza, una corona de doce estrellas.”
Arsene Heitz contó, años después, que se sintió inspirado a utilizar los símbolos de la corona de doce estrellas y el fondo azul, con los que se representa el misterio de la Inmaculada Concepción. Y lo que es verdaderamente llamativo es que la bandera fuese aprobada por el Consejo de Europa el 8 de diciembre de 1955, día en que se celebra la Inmaculada Concepción.
Por cierto, una sugerencia para los que viajen a París, ciudad maravillosa: hagan un hueco y diríjanse a la Rue du Bac, 140. Comprobarán cómo, sin ruido, se producen oleadas continuas de peregrinos, diariamente, y provenientes de distintos lugares del mundo. Esto sucede desde hace casi dos siglos. Y ya que hablo de este tema, añadiré algunos datos, quizá poco difundidos. La vidente de Lourdes, Bernadette Soubirous, llevaba al cuello la Medalla Milagrosa en 1858 y dijo: “La Señora de la gruta se me ha aparecido tal como está representada en la Medalla Milagrosa”. La invocación grabada en dicha medalla: “Oh, María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos”, difundida por todo el mundo, suscitó el gran movimiento de fe que condujo al Papa Pío lX, en 1854, a definir el dogma de la Inmaculada Concepción. Cuatro años después, en 1858, la aparición de la Virgen en Lourdes, confirmaba de manera inesperada la definición de Roma ya que aparecieron unas palabras claramente en la gruta: “Yo soy la Inmaculada Concepción.”
En todas las apariciones de la Virgen hay mensajes muy concretos para todo el pueblo. Hay personas que los aceptan, otras que los rechazan y quienes no quieren saber nada. Ahora que Europa está invadida por un consumismo manipulador, por un individualismo insolidario y por nacionalismos que originaron guerras fratricidas en el siglo XX y, en medio de una civilización que se considera muy avanzada en derechos humanos, es quizá conveniente abrirse, siquiera un poco, a la espiritualidad para que cada ser humano sea elevado de la pura instintividad a su plenitud como persona.