El señor Carrillo ha perdido la memoria histórica
Miguel Massanet Bosch. Si el señor Adolfo Suárez cometió un error de importancia en lo que fue la transición, después del fallecimiento, en su lecho, del general Franco; fue, sin duda alguna, el legalizar el Partido Comunista y el permitir que regresara a España un sujeto verdaderamente atrabiliario, portador de un peluquín ad hoc, al que lo primero que se debió hacer, al entrar en nuestro país, era atraparlo, encerrarlo, juzgarlo y condenarlo por crímenes contra la humanidad, por lo que fue su “carrera” como miembro de la Juventudes Socialistas durante lo que duró aquella funesta II República española, en la que hizo méritos suficientes, para que se le pudiera considerar como responsable de muchos de los crímenes que se perpetraron contra personas inocentes, entre ellos y no el menor, el de las sacas de la Cárcel Modelo y de otras cárceles de Madrid (cárcel de Porlier), que culminaron con los aborrecibles sucesos de Paracuellos del Jarama, donde fueron vilmente masacradas más de 2.000 personas, entre ellas destacados miembros de la República, nada sospechosos de convivencia con lo que ellos denominaban como “facciosos”, como pudieran ser : Melquíades Álvarez, Rafael Esparza, Rafael Álvarez Valdés y Castañón (miembro del Partido Liberal Republicano) y otros muchos que sería prolijo enumerar, pero que algunos, como los nombrados, fueron ejecutados en las mismas cáceles y los otros en el mismo Paracuellos del Jarama.
Nos referimos, por supuesto, a don Santiago Carrillo, un periodista avispado, que supo situarse entre los personajes influyentes de la República, en el bando del Frente Popular y que tuvo un destacado papel en la defensa de los intereses del PC ruso; huyendo a Rusia, cuando terminó la contienda, para esconderse bajo los faldones de la levita del señor Josif Stalin en, compañía con su compañera de partido, la señora Dolores Ibárruri. ( alias, La Pasionaria). No existen dudas sobre la responsabilidad de Carrillo en todos aquellos sucesos y así lo declaró uno de los miembros de la Comisión de Interrogatorios creada por el mismo Carrillo, Manuel Rascón, ante la Causa General, sobre la concesión o denegación de libertad, “dichas propuestas era resueltas por el Consejero de Orden Público” (Carrillo), que se encargaba de la resolución final”. Testimonios de ello los tenemos en el libro de Antonio Galíndez, un miliciano del PNV, “Los Vascos en el Madrid sitiado”; también el delegado soviético en España, señor Koltsov, en su diario de guerra, donde confirma la obsesión de Carrillo por arrancar la autorización del gobierno Republicano para eliminar a los prisioneros.
El que ahora, el señor Carrillo, esté gozando de una vejez confortable –lo que no les está permitido, por razones obvias, a sus víctimas de la matanza de la Modelo y las otras cárceles de Madrid, iniciada el 7 de noviembre de 1.936 – , que se haya beneficiado de una ley de amnistía que, al menos en su caso, nunca se le debió aplicar; no le da derecho a otra cosa que a mantenerse callado, pasar desapercibido y procurar que antiguos rencores, víctimas insatisfechas y amantes de la justicia como medio de redimir faltas, no reconsideren su postura, y tengan la tentación de que, a su vejez, hacerle pagar por sus horrendos crímenes. Porque el que, este señor, hoy en día, tenga la desvergüenza de acusar al PP de que “pueda convertirse en un peligro para la democracia”, cuando el que la puso en mayor peligro fue él y el PCE, cuando fueron legalizados en contra del sentir de la mayoría de españoles, que habían tenido la grandeza de ceder en sus posiciones en bien de la reconciliación y el mantenimiento de la paz en toda España; es algo que contradice el sentido común y que clama al Cielo. Ahora dice que no se trata de investigar “crímenes pasados”, si no de “dar sepultura, cristiana o civil, a las víctimas de aquellos crímenes” ¡Hace falta ser cínico, no tener sentimientos y estar seguro del apoyo de los socialistas para atreverse a hacer semejante manifestación!
Pontifica, aún a sabiendas que miente, afirmando que “los crímenes que se produjeron en el campo republicano, mucho menores de los que hubo en el campo franquista, fueron juzgados muy severamente al terminar la guerra”. No es difícil de imaginarse como hubiera juzgado, a los “nacionales”, la República del señor Negrín, si la guerra la hubieran ganado ellos y los que tuvieran que ser juzgados fueran los del bando contrario; si es que queramos regirnos por la forma “extremadamente” caritativa como fueron torturados, vejados y asesinados más de 6.000 frailes; las “caricias” que se les hacían en las checas de Barcelona, Madrid y Valencia, a los desgraciados que, por ser sospechosos de ser católicos, por ser de derechas o por haber sido denunciados por cualquier sujeto que les tuviera ojeriza, fueron objeto de las más terribles y sádicas torturas en aquellas fábricas de dolor y muerte. Por si está tentado, como parece, de hablar de los asesinados que aparecieron por las cunetas, no tiene más que coger un libro de historia; no, por supuesto, de esta nueva que se escribe por sujetos –parecidos a nuestro protagonista – que acabarán por decir que la Guerra Civil la perdió Franco, sino por historiadores serios, ecuánimes y bien informados, para documentarse debidamente sobre la cantidad de miles de muertos que sus amigos de fechorías, los de la CNT y la FAI, los milicianos incontrolados, o sus “compañeras” que los acompañaban al frente, dejaron tirados por las cunetas de todos los extrarradios de Barcelona y lo mismo sucedió en todas la grandes ciudades que estaban bajo el dominio de la, mal llamada, República, que, en realidad, no era más que la famosa dictadura del proletariado comunista predicada por el padrecito Stalin.
Habla, el señor Carrillo, del peligro de una dictadura cuando, el actual gobierno que padecemos, es el primero que ha escogido a sus amigos internacionales entre los dictadores de Sudamérica como el mismo señor H.Chávez, el señor Morales (empeñado en deshacerse de sus enemigos políticos para perpetuarse en el poder), los señores Corre, Lugo, Ortega y los “inmensos” hermanos Raúl y Fidel Castro, hoy en día tan cuitados porque se les ha descubierto, gracias al valor de la disidencia, todo el pastel de podredumbre que se esconde debajo de lo que ellos gustan designar como “la revolución castrista” que, después de medio siglo de existencia, no ha logrado más que perpetuar la miseria del pueblo aunque, eso sí, don Fidel está considerado una de las grandes fortunas, incluso entre el capitalismo. Pero lo más curioso es su actual postura “antibelicista”, con la que parece que intenta oponerse a la guerra de Afganistán, suponemos debido a que considera que, acabar con el terrorismo que azota a todo el planeta, no es algo importante ni, tan siquiera, conveniente. Será de estos, como nuestro señor ZP, que prefiere hablar de paz con ellos, de ir cediendo hasta que se hayan hecho dueños y señores de nuestras libertades y de nuestra vida, ¡vamos servidos con don Santiago y sus ideas! El señor Carrillo que, al parecer, da lecciones de ética en alguna emisora del país de cuyo nombre no quiero acordarme; haría bien en guardarse sus ideas trasnochadas, sus consejos obsoletos y sus juicios desquiciados, para sus memorias y, entre tanto, deje descansar sus meninges que, a según que edades, ya son pocas y, muchas veces, bastante pachuchas. O, al menos, eso es lo que me parece a mí.