Luis Montero Trénor/ Cantaba y contaba la peruana Chabuca Granda, figura imprescindible de la música hispanoamericana que precedió a María Dolores Pradera en la interpretación de determinadas melodías, cómo todo lo bueno suele degenerar con el paso habitualmente atroz y destructivo de los años. Así le pasaba a Lima, aquella ciudad de esplendor que poco a poco iba vulgarizándose y a cuyo pasado se refería Chabuca, la más grande, con cantos preñados de nostalgia. Sus calles, donde antaño la elegancia era norma y rutina, se convirtieron en “calles cualquiera, camino de cualquier parte” y por tanto de cualquier vulgaridad, y ya no resonaban en su vereda los pasos de esos señores a los que esperaba un cochero frente a la iglesia mayor para recorrer, al trotecito lento, paseos, puentes y alamedas. Y es tal el poder destructivo del tiempo que hasta las guerrillas que levantaban el puño alzándose frente al capital y proclamando la dictadura de los oprimidos parecen haber abandonado viejos ideales para poner sus armas, y sus vidas, al servicio de una causa tan “revolucionaria” como la del narcotráfico. De este modo, un grupo tan sanguinario como Sendero Luminoso decidió que Money es Money, que los tiempos han cambiado y que tal vez llegó la hora de dedicarse a algo más lucrativo, que no parece tener la revolución muchos visos de triunfo y ni siquiera es un buen negocio.
Con la reciente captura de Artemio, último gran líder de la organización, Sendero puede haber abandonado definitivamente las causas que le dieron razón de existir para abrazar un nuevo objetivo, en realidad puesto en marcha hace varios años: el de facilitar protección a los carteles extranjeros que operan en zonas amazónicas de muy difícil acceso y donde existen miles de hectáreas dedicadas al cultivo de coca. La incógnita es esta: ¿considera la guerrilla que el narcotráfico -cuestiones morales aparte- podría ser una manera excelente de financiar su revolución, o está convirtiéndose en un ejército de sicarios carentes de ideología que tienen la función de limpiar de policías y militares los lugares tomados por los narcos?
Breve historia de una organización terrorista
José Carlos Mariátegui, carismático líder marxista que creó el PSP (Partido Socialista Peruano) a principios del siglo pasado, tenía la tez blanca, febril la mirada y una enfermedad infantil que terminó postrándole en una silla de ruedas. Murió joven, a los treinta y seis años, pero en su corta existencia terrenal tuvo tiempo de convertirse en una de las principales figuras políticas del momento y acuñar esta frase: “El marxismo-leninismo es el sendero luminoso del futuro”. Cuarenta años después, ya en los setenta, otros revolucionarios se sintieron herederos de aquel pensamiento y decidieron utilizar la ocurrencia de Mariátegui para dar nombre a una nueva organización. Salvando ideologías, sería injusto no hacer alusión a la tremenda capacidad intelectual y política de aquel gran socialista, a la fuerza de voluntad que le permitió luchar contra la pésima salud que soportó desde niño y a su indudable atractivo personal.
Terminaba el año 1980, era verano en Lima y la ciudad despertó horrorizada ante la visión de decenas de perros colgados en otras tantas farolas. Junto a cada uno de ellos, un cartel donde alguien había escrito “Xiaoping, hijo de perra”. El insultado era el presidente chino que había iniciado determinadas reformas con la intención de ir finiquitando la llamada “Revolución Cultural” de Mao, y en esta primera acción de Sendero –cruel y siniestra, presagio de cómo actuaría el grupo a lo largo de su historia- encontramos el referente ideológico de la organización: el maoísmo. Después vendrían décadas de terror con el asesinato de más de cuarenta mil peruanos, el ahorcamiento de supuestos confidentes –con exhibición incluida y humillante del cadáver- que, como más tarde se demostró, en muchos casos no eran tales, o la creación, en plena Amazonia del Perú, de campos de concentración similares a los gulags soviéticos; en esos lugares se recluyó a todo tipo de personas, incluyendo mujeres, ancianos y niños. Y como suele suceder con este tipo de movimientos que pretenden liberar al campesino y al proletario del terrible capitalismo, fueron ellos -los débiles, los desheredados de la tierra-, las víctimas favoritas de la guerrilla marxista.
Abimael Guzmán, catedrático de filosofía conocido como “Presidente Gonzalo”, dirigió Sendero Luminoso desde el comienzo de su actividad armada hasta que fue detenido en 1992. Atacó incluso a militantes de una organización afín, el Movimiento Revolucionario Túpac Amaro, que se hizo famoso por asesinar a mil personas, emplear una saña especial con sus muchos secuestrados y, sobre todo, por la toma de la embajada japonesa en Lima cuando corría el año 1997. Abimael vivía junto a su novia –también comunista y recluida actualmente en prisión- y ambos cometieron el error estratégico imperdonable de no controlar qué objetos lanzaban a la basura de su casa. Se suponía que ella, Elena Ipaguirre, era la única habitante de aquel inmueble, pero el servicio de inteligencia peruano (GEIN) sospechaba, controlaba sus movimientos y tuvo la feliz idea de comprobar el contenido de las bolsas de desechos que cada noche abandonaban en la calle. Había demasiada cantidad para una sola persona y, lo más importante, tubos de crema contra la psoriasis, enfermedad padecida por Abimael. Así de fácil. Por semejante despiste cayó el archibuscado líder de Sendero Luminoso.
Tras esta detención, la actividad del grupo revolucionario entró en una franca decadencia que poco a poco fue agudizándose. Hoy no cuenta con más de trescientos hombres armados en puntos muy localizados de la geografía peruana.
Lo que queda de Sendero
El último gran líder de Sendero fue el llamado “Camarada Artemio”, pero su reciente detención ha supuesto un duro golpe, otro más, en la línea de flotación del movimiento marxista. Florindo Eleuterio Flores, que así es su nombre real, fue capturado el pasado mes de febrero cuarenta y ocho horas después de que un policía infiltrado le hiriera disparándole tres veces. Tras ser trasladado al hospital recibió la visita del presidente Ollanta Humala, quien le instó a que ejerciese su influencia para lograr el cese definitivo de la lucha armada. El terrorista abandonó aquel centro hospitalario entre gritos que reclamaban su ejecución.
En Perú también tienen su AMAIUR particular: se llama MOVADEF (Movimiento por Amnistía y Derechos fundamentales), dice promover la “reconciliación nacional”, sus militantes son miembros de Sendero Luminoso y Túpac Amaro, piden la excarcelación de Abimael Guzmán y abogan por que se conceda la amnistía tanto a terroristas como a policías y militares que se encuentran en prisión por hechos llevados a cabo en lo que este movimiento denomina “guerra interna”. En resumen, que son simpatizantes del senderismo y pretenden convencernos de que los asesinos de cuarenta mil peruanos y los miembros de las fuerzas de seguridad que les combatieron son más o menos lo mismo, y esto en España nos suena muy familiar. Su página web recibe a quien la visite con el siguiente lema: “¡Abajo la política reaccionaria de odio, persecución y venganza!”. Claro, para ellos castigar penalmente a un terrorista no es aplicar justicia sino un acto de venganza.
El ejército peruano ha alertado de una posible alianza entre terrorismo, narcotráfico y taladores de árboles que podría dar oxígeno al movimiento senderista, y de momento ya se han detectado pequeños pueblos cuya economía está siendo conformada alrededor de la coca. Ollanta Humala, martirizado por las noticias que cada día proporcionan los medios informativos sobre su hermano Antauro -el díscolo y violento etnocacerista sobre el que pesan varios años de prisión-, tiene la oportunidad histórica de acabar con una lacra que azotó al Perú durante décadas y consolidar el espectacular crecimiento económico vivido por el país en los últimos años. Un pueblo harto del terror así se lo demanda.