El simulacro de investidura
Jorge Hernández Mollar. Ex Subdelegado del Gobierno de Málaga. Ex parlamentario nacional y europeo PP. Para un ex diputado nacional de la “vieja política”, como es mi caso, el simulacro de investidura que ha protagonizado el candidato socialista Pedro Sánchez, no ha podido ser más decepcionante. Durante sus fallidos intentos en las dos sesiones, se ha reflejado en su rostro la tirantez del novato, la mirada del desesperado y el uso enardecido de la palabra, vacua de contenido y siempre hiriente para quien le ha superado no solo en votos sino en el buen saber y hacer parlamentario.
Si los discursos de la primera de las sesiones respondían al nuevo parlamento nacido de una atomización electoral que reflejaba la profunda sima generacional que se ha abierto en la sociedad española, la segunda parte del vodevil era ya la constatación de la debilidad de verbo y argumentos de esta nueva ola política, que mira con desdén, no exento de odio, a los protagonistas de una transición que, precisamente, son los que les han permitido alcanzar el escaño que hoy detentan en el santuario de la soberanía. No es desdeñable la consideración de que el “nuevo estilo” se refleje también en la falta de decoro de la vestimenta. Smokings y corbatas en los espectáculos folklóricos o frívolos y vaqueros con camisas de mercadillo en el Congreso de los Diputados indican la nueva conducta informal y vulgar que, además de su ideología, pretende imponer la bancada podemita.
Es posible que en la época estival nos sorprendan aún más. Pero siendo las formas importantes, por lo que de respeto deben suponer a la dignidad de las personas e instituciones, es el fondo de las ideas, de los proyectos y programas políticos de esta nueva clase política lo que más alarma produce después de verles y oírles pacientemente en esta penosa investidura del derrotado Sánchez. El acuerdo alcanzado por PSOE y Ciudadanos, no respondía a un programa de gobierno al uso, era o es un acuerdo para derrocar al centro derecha del poder, para desbancar a un partido que con mucho sacrificio del pueblo español, a veces excesivo, ha conseguido reflotar a un Estado que, como España, figuraba entre los candidatos a ser intervenidos por la Unión Europea.
Todo ello consecuencia de la pésima gestión política y económica del anterior gobierno socialista. Pero lo verdaderamente sorpresivo de este nuevo y creo que efímero parlamento, ha sido la irrupción de los “descamisados”, que con aire revolucionario y puño en alto en la tribuna, reparten estopa al más puro estilo estalinista, invocando con altanería amenazante la representatividad del pueblo que exige “tomar” las instituciones y el poder para cambiar, en definitiva, una casta por otra. Pero se acabó la fiesta, como bien le replicó el presidente Rajoy al candidato Sánchez.
España no se merece este desolador panorama. Un simulacro es solo eso un simulacro, un ejercicio para afrontar un posible accidente o catástrofe. Desde este punto de vista es lo único positivo que ha aportado este debate: advertir de la catástrofe. Si los partidos llamados constitucionalistas, no han entendido después del simulacro, los graves riesgos que corren la Nación y continúa acentuándose el visceral enfrentamiento con quien ha obtenido el mayor número de votos para alcanzar un pacto que ofrezca confianza y estabilidad al país, España se verá inmersa en un tsunami de disparates cómo los que ya se están conociendo en los Ayuntamientos donde gobiernan los descamisados de La Bastilla.
Hagan sacrificios personales y políticos, enciérrense y discutan civilizadamente hasta la extenuación, reconozcan errores, formulen principios y acuerdos de entendimiento pero liberen a los españoles del retroceso histórico al que nos avocaría quienes como Judas pretenden vender con un beso a una España que se muestra hoy asombrada y desconfiada después del fracasado simulacro de investidura.