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Diario YA


 

de Bénjamin Britten

El Teatro Real estrena "Muerte en Venecia"

Luis de Haro Serrano

Dos años después de cumplirse el primer centenario del nacimiento del compositor inglés, Bénjamin Britten (22-11-1913/4-12-1976), el Real lo recuerda con el estreno de este sugestivo título que por primera vez sube a su escenario tras una larga historia de diferencias de criterio entre los tres últimos directores artísticos ( programada en su día por Antonio del Moral, desprogramada por el fallecido Mortier y vuelta a programar, con gran criterio, por Juan Matabosch) con una coproducción realizada con el Liceo de Barcelona, estrenada con gran éxito en mayo de 2008. (Producción que obtuvo el “Premio Campoamor a la mejor puesta en escena de la temporada”) Compuesta en dos actos y 17 escenas está realizada sobre el libreto en inglés de Myfawny Piper, basado en la conocida novela corta del mismo título de Thomas Mann. Su estreno tuvo lugar en el Snape Maltings de Aldeburgh (Inglaterra) el 16 de junio de 1973, muy cercano a la muerte del autor. De ahí que se le considere como su ópera testamento.

Britten conoció en el Royal College of Music de Londres al tenor Peter Pears, que se convertiría en su inseparable compañero sentimental, así como en la musa permanente de su genial inspiración musical, bastante influenciada por compositores como Alban Berg, Stravinsky o Purcell. El estreno en el año 1941 de su conocida “Sinfonía de Requiem”, fue fundamental para su entrada en el mundo de la composición, dando lugar también a que el director de orquesta Serge Koussevitzky le encargara una ópera, “Peter Grimes”, que le abrió las difíciles puertas de la ópera británica. Título que se consideró como un auténtico revulsivo en dicho campo, al sentar las bases por las que en el futuro se regiría la ópera en este país.

Compuso su “muerte en Venecia” con el objetivo fundamental de contar la historia del protagonista; el escritor Gustav von Aschenbach, su alter ego, que viajó a Venecia para intentar recuperar su perdida inspiración. Allí conoció al joven turista veraniego polaco Tadzio, una atractiva criatura, siempre silente, que no habla, que se aprovecha de su tentadora inocencia, mostrada a través de la expresividad de un cuerpo joven que se exhibe en silencio. No cruza con él ni una sola palabra, solo se mueve y juega para incitar a Aschenbach a dejarse arrastrar por la pasión y la belleza. Es una especie de ángel de la muerte cuya ambigüedad excita el deseo del escritor de una forma sensualmente abstracta, Descubre gracias a él un especial sentido de la belleza, sublime que, al no poderla “poseer”, le conduce a la muerte por el camino de la soledad.

Britten preparó para ella una música conmovedora, seria, directa, precisa, intelectual, dotada de un gran acompañamiento de percusión similar al “gamelan” de Indonesia. Todo un diálogo con los diferentes instrumentos, especialmente el piano y la flauta a través de un desarrollo muy concreto de unos pasajes que, a pesar de su lenta cadencia le confiere a la partitura una especial belleza tímbrica, que la convierte, según el director musical, Alejo Pérez, en un personaje más, pero con un atractivo protagonismo, muy acusado donde toda la obra, especialmente en el corto pasaje final, tras la muerte de Aschenbach, con la pelota suelta en el escenario.

El tenor alemán Iam Bartridge considera que algunos de sus pasajes son un mero formalismo del arte, lleno de belleza con una arriesgada exaltación del artista al que está destinada; su gran amigo el tenor Peter Pears. Varios son los calificativos con los que los analistas la han definido: desde demasiado sentimental y falaz, hasta altamente estética e intelectual, que trata un tema muy controvertido por sus platónicas ideas, como sucede en la obra de Mann, concebido a través de una fuerte presencia del recitativo seco, propio de la ópera clásica veneciana. Encierra un carácter muy teatral, con un ritmo casi cinematográfico, evocador también de algunos aspectos relacionados con la decadente y siempre conmovedora Venecia, debatiéndose esos grandes conceptos de la vida y la muerte.

A pesar de su sugerente atractivo, “Muerte en Venecia” se representa poco. Las estadísticas de “Opera-base” la sitúan en el puesto 134 de las obras regularmente programadas y con solo 23 representaciones en el Reino Unido. Una de sus dificultades reside en el excesivo número de intérpretes que precisa.

Instituciones como la Biblioteca Nacional, la Fundación Juan March y la Filmoteca Española, durante casi tres meses, han preparado diversos actos complementarios; exposiciones, conferencias, lecturas dramatizadas, conciertos y proyecciones, la mayoría con entrada libre. También se grabará para su posterior edición en DVD.

Puesta en escena
Willy Decker, con su particular diseño escénico, consiguió adentrarse con éxito en la pregunta repetidamente formulada sobre el auténtico ámbito y sentido de la belleza, así como del alcance de sus límites. Esas eran, según reconoció previamente, las principales dificultades que a la hora de describir con claridad el aspecto emocional que exigía el sugerente libreto y su relación con el mundo sonoro creado por Britten, dotado de unas especiales connotaciones tímbricas, altamente sugerentes, que la engrandecen al armonizarla con el vertiginoso ritmo cinematográfico que exige la presentación de sus diecisiete escenas desarrolladas con un lenguaje visual bastante atractivo, con un John Daszak (Von Aschenbach) sublime en voz y cualidades dramáticas, pletórico en los secos recitativos, que no decaen en ningún momento a pesar de su larga duración –más de dos horas- y un Tomasz Borczyk (Tadzio) preciso y elegante en sus siempre intencionados movimientos.

El director musical argentino Alejo Pérez, ha salvado en esta intervención, otras menos brillantes. Muy eficaz y acertado en todos los detalles de esta dificilísima partitura, igual que la orquesta, que brilló continuamente, en especial en el pasaje que la cierra. Un lujo de representación que el público agradeció sobradamente.