Eduardo García Serrano. 3 de febrero.
Lamento una España que alienta a lameculos. Estricto sensu. Porque en eso es en lo que definitivamente acabará de convertirse el pueblo español con el rechazo del TS al derecho a la objeción de conciencia de los padres que no quieren que sus hijos sean sometidos a la inmersión en ese moldeador mental, corruptor de la inocencia, que se llama EpC; ponzoña amoral con patente académica que socava el edificio lógico sobre el que descansan nuestra civilización y nuestro sistema de valores.
Es falso que los bárbaros aguarden en nuestras fronteras, y que en la seguridad de la calma y el placer nosotros nos vayamos debilitando. Es falso, porque los bárbaros ya están dentro. Los tenemos entre nosotros. Son de los nuestros, somos nosotros. Porque muy bárbaro hay que ser para enseñarle a un niño, esa arcilla que en su casa y en su escuela espera la mano del alfarero, como se explicita en algunos textos de EpC, que es muy sano y muy democrático mantener relaciones homosexuales. Pero más bárbaro hay que ser aún para negarles a los padres de esas criaturas el derecho a la objeción de conciencia para que sus hijos no sean emponzoñados con semejante basura académica.
La objeción de conciencia es la última ratio que un hombre libre en un Estado de Derecho tiene la posibilidad de ejercer para abstenerse del cumplimiento de una ley que atropella su moral, sus valores, sus principios y su Credo sin necesidad de romper el orden constitucional ni de echarse al monte. Y aquí, en España, el TS nos ha prohibido ese derecho fundamental porque el amo de sus tropas y de sus nóminas y, por lo tanto, de sus conciencias, o sea el Gobierno, así se lo ha indicado. Así se lo viene indicando desde que Felipe González destruyó la independencia de poderes y, por tanto, la democracia con su Ley Orgánica del Poder Judicial. Por cierto que entonces sus señorías no convocaron ninguna huelga para defender su independencia. Desde entonces, la Administración de Justicia y el Poder Judicial en España son juguetes rotos en manos del Pepiño de turno, eminente jurista que acaba de equiparar el acto de ponerse un condón, tal y como se señala en EpC, con un precepto constitucional.
El paradigma de la objeción de conciencia lo ejercen los judíos en el exilio de Babilonia cuando el rey Nabucodonosor quiso obligar a los levitas a que tocaran la lira para él tan maravillosamente bien como lo hacían, antes del éxodo y de la esclavitud, en el Templo de Jerusalén. Para no someterse a semejante humillación, los levitas, ¡todos!, se cortaron los pulgares.
En España nadie tuvo que cortarse los pulgares para acogerse a la objeción de conciencia contra el Servicio Militar, que también era obligatorio por ley. Curiosamente los mismos que entonces apadrinaron la objeción, por razones de conciencia, contra una ley del Estado son los mismos que ahora la niegan contra EpC por razones de conveniencia aunque atropelle la conciencia de millones de padres españoles.